Valparaíso y el incendio de 1850

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      En 1810, Valparaíso era  una  pequeña caleta de no más de seis mil habitantes que languidecía al igual que tantos otros puertos y ciudades de Chile. Sin embargo, el  descubrimiento de las minas de plata de Arqueros y Chañarcillo (1825 y 1832)  unido al triunfo chileno en la Guerra contra la Confederación Perú –Boliviana en 1839, no sólo impulsaron las actividades productivas y comerciales del país sino que –desplazando a El Callao- convirtieron a Valparaíso en el puerto más importante del Pacífico Sur.

      Polo de atracción para aquellos que buscaban  invertir y emprender negocios vinculados al comercio exterior, la ciudad comenzó a ser poblada por un puñado de emprendedores chilenos y extranjeros los cuales  no tardaron en cambiarle  la fisonomía al lugar. Se trataba de  comerciantes, aventureros, buscadores de riqueza, jóvenes dispuestos a enfrentar desafíos que, intuyendo  nuevas oportunidades  decidieron establecerse allí  asumiendo los riesgos que ello implicaba.  

      Poco a poco la ciudad comenzó a experimentar cambios:  las antiguas y escasas construcciones coloniales que habían sido destruidas por el terremoto que azotó al puerto en 1822, dieron paso a nuevas casas de dos pisos, construidas con material sólido -de ladrillos cocidos- que comenzaron a levantarse y desperdigarse por el plan. Hacia 1845, Valparaíso era –al decir de Gonzalo Vial- la ciudad más cosmopolita de un Chile todavía somnoliento. La descripción  realizada por un cronista – Jotabeche-  habla por sí sola: “¿A dónde irá sin estorbar un pobre provinciano acostumbrado a marchar por las calles de su tierra sin que ningún cargador amenace aplastarle con un fardo, sin tener que ceder el paso a un carretón, sin que lo empuje un gringo, le repela otro gringo, le codee un tercero, se le venga encima un cuarto y le atropelle un quinto o un sexto? (…) No alcanza el tiempo para ser bien criado, todos quieren pasar adelante; todos corren, todos se precipitan, todos reniegan; nadie está parado, nadie piensa en nadie; cada cual piensa en sí mismo, en su negocio, en volar con sus papeles y por sus papeles a la Aduana, al Correo, al Resguardo, al Muelle, a la Bolsa, a la seca y a la meca.”

      Pese a este ambiente cosmopolita, en 1845 el puerto que ya contaba  con alrededor de 40 mil habitantes,  sólo tenía  un pequeñísimo muelle construido en 1825 con los maderos, mástiles y cubiertas de la Esmeralda, buque español capturado por Thomas Cochrane en 1820. El muelle estaba ubicado a la altura de la actual Plaza Sotomayor y   tenía una limitadísima capacidad operativa para atender la creciente carga y descarga de las naves. Por otra parte, recién a partir de 1840 el gobierno del general Manuel Bulnes había iniciado la ardua tarea de ganarle terrenos al mar para el asentamiento de una población en crecimiento. En aquella época, las olas llegaban hasta los pies del cerro Chivato (hoy Concepción), dificultando el paso de la gente y dividiendo la ciudad en dos sectores: el puerto propiamente tal y El Almendral dedicada principalmente a los cultivos y donde habían comenzado a construirse algunas casas-quintas. Al abrirse el paso entre estas dos zonas, se comenzó a poblar el plan y los cerros, quedando el puerto como el sector comercial por excelencia.

El incendio de 1850

      El 15 de diciembre de 1850, un voraz incendio destruyó completamente uno de los sectores residenciales y comerciales más importantes del plano.  El siniestro, que afectó las casas de los vecinos y de la mayoría de los locales comerciales ubicados en la calle Del Cabo,(actual Esmeralda)  se inició sorpresivamente a las dos de la mañana, en una vivienda de dos pisos ubicada en la esquina de dicha calle con Cruz Reyes y que pertenecía –como casi toda la cuadra- al importante y conocido comerciante británico Josué Waddington.

      Éste arrendaba los altos al dentista Eduardo Thorner y la parte baja a una señora Oliva quien la utilizaba como cigarrería. En menos de 15 minutos, el fuego redujo a cenizas la casa, propagándose hacia las edificaciones colindantes, quemando las construcciones de ambas aceras de la calle. El incendio hubiera seguido su obra de destrucción sino hubiera sido por el esfuerzo denodado y persistente de cientos de porteños que, armados de palas y barretas, derribaron varios edificios para aislar el incendio. Sorprendidos durmiendo, hombres, mujeres y niños salieron rápidamente a la intemperie a  los gritos de tres o cuatro vecinos que se percataron a tiempo de lo que estaba sucediendo y, mientras unos ayudaban a apagar las llamas, otros intentaban rescatar algunos enseres y mercancías.

      Luego de seis horas de ingentes  esfuerzos, el fuego fue cediendo para dar paso a un espectáculo desolador. De nada habían servido las bombas de los barcos y el desembarco de marineros ingleses y franceses que intentaron, junto a un grupo de lancheros, evitar que el fuego se extendiera. Al final ardieron 37 construcciones que albergaban domicilios particulares, tiendas, talleres y bodegas de propietarios y/o arrendatarios de diferentes nacionalidades.  La angosta calle Del Cabo, pegada al cerro y junto al mar, donde estaba ubicada buena parte del comercio, -1 cigarrería, dos relojerías, 11 tiendas de diferentes clases, una tapicería, 1 colchonería, tres almacenes de aduana, una bodega particular y cuatro carpinterías- quedó en ruinas, mientras que las 11 casas-habitaciones que estaban levantadas en la vereda que daba a la bahía- se quemaron completamente. Entre ellas, se encontraban las del inglés J. E. Torner, del alemán Adolfo Boehme, del abogado chileno José Vicente Vargas, del inglés Diego Duncan, del francés, M. Portier, de los cantantes líricos Gaetano Bastoggi y Leonardi, de la señora Carmen Zaldívar, viuda de Lynch y la de Juan Antonio Santa María, padre de Federico el fundador de la Universidad que lleva su nombre.

      Este incendio fue el punto de partida para que la comunidad porteña se organizara. El 30 de junio de 1851 se conformó el Cuerpo de Bomberos de Valparaíso, el primero del país y que fue financiado por los propios comerciantes de la ciudad con la activa participación de lo más granado de la juventud porteña de ese entonces. 

Calle El Cabo (Esmeralda)

Bibliografía: Arancibia Clavel Patricia: Federico Santa María: Azar y Destino de una fortuna porteña. Santiago, editorial Biblioteca Americana, 2009

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