Prat, siempre en la memoria

No tengo ninguna mezquina ambición, los honores ni la gloria me arrastran, pero creo puedo servir algo a mi país…

Arturo Prat

Desde hace 135 años que el nombre de Arturo Prat Chacón es parte de nuestra identidad como nación. Su figura y muerte heroica aquel 21 de mayo de 1879 frente a Iquique están tan arraigadas en nuestra memoria individual y colectiva que es difícil imaginarse el Chile de ayer, de hoy y –me atrevería a decir del futuro– sin el sello de su impronta y de su gesta.
    ¿Qué es lo que pese al tiempo transcurrido impresiona, sorprende y nos conmueve de Prat? ¿Es su entrega de muerte en el momento extremo o la coherencia de una vida común y sencilla forjada en el amor, el silencio, el estudio, el trabajo, el anonimato?
    Diría que el heroísmo de Prat es indivisible: es sin duda la admiración por el arrojo de su salto a la inmortalidad, pero también el asombro por la calidad de la materia prima vital sobre la cual se edificaron sus atributos.
    Y es que ningún héroe se improvisa. El acto heroico dista mucho de ser un impulso irracional, aunque tampoco es algo previsto de antemano. El héroe actúa en una circunstancia límite, pero sin dejar de ser lo que es.
    En el caso de Prat, un hombre de una sola pieza; forjado en el rigor y la carencia; de carácter sobrio y reservado; amante de su familia, –la de origen y la que él mismo formó–; comprometido con la Marina, la institución que lo recibió cuando solo tenía 10 años; noble con sus compañeros y amigos a quienes les demostró permanente lealtad; respetuoso del Estado de Derecho y de la justicia de cuyos principios se empapó estudiando Leyes y recibiéndose de abogado; solidario con sus conciudadanos más pobres y desamparados, a los cuales les entregó gratuitamente su tiempo y conocimientos; orgulloso y devoto de su Patria por la cual rindió su vida y creyente en Dios. En fin, un hombre entero, consecuente con sus principios y valores, pero sobre todo consciente y cumplidor de sus deberes, que llevó al servicio público las virtudes de su humanidad y hombría de bien.
    Para los que observan la naturaleza humana, parece muy difícil comulgar con tanta cualidad concentrada en una sola persona. Irremediablemente surge la duda si se está frente a un mito construido o a una realidad de vida sorprendente. A estas alturas, todo indica que es lo segundo. Prat ha logrado pasar la prueba de la historia siendo una de las figuras más investigadas y –por eso también– más admiradas y queridas por los chilenos.
    En este contexto, es difícil decir algo nuevo de su vida y del combate mismo del cual fue protagonista, sin embargo puede resultar de interés recordar cómo es que se fue tejiendo la historia de su legado, es decir cómo fue que sus propios contemporáneos, de manera espontánea, fueron convirtiendo su persona en personaje, su derrota en victoria y su valentía y cumplimiento del deber en heroísmo.

Las primeras noticias

Al momento de la guerra, los medios de comunicación eran escasos y exclusivamente impresos. Las noticias se recogían de forma oral por medio del telégrafo que, a través de postas, ya unía diversos puntos del país. Ello, sumado al analfabetismo de una parte considerable de la población, dificultaba el conocimiento rápido de las informaciones, las cuales demoraban días y a veces semanas en llegar a su destino.
    La primera referencia sobre lo que había sucedido en Iquique fue conocida en la tarde del 22 de mayo, cuando los tripulantes del transporte Lamar –que huyó de la zona hacia el sur cuando se avistaron los buques peruanos– llegaron a Antofagasta y contaron, sin conocer el verdadero desenlace, que a eso de las ocho de la mañana del día anterior, el Huáscar y la Independencia habían atacado a la Esmeralda y a la Covadonga.
    Inmediatamente el Comandante en Jefe del Ejército, Justo Arteaga, envió un telegrama al Ministerio de Guerra que recién llegó a La Moneda a mediodía del día 23. Fue el primer informe oficial de la situación vivida que no consignaba todavía ni siquiera el hundimiento de la Esmeralda: “Según conjeturas fundadas –decía el cable– Independencia varó en Punta Gruesa persiguiendo Covadonga que volvió i rompió fuegos sin respuestas. Esmeralda entretanto combatía en el puerto con Huáscar cuyas punterías eran poco certeras. El combate duraba después de tres horas i media que Lamar perdió vista. Ignórase paradero resto escuadra”.[1]
    La insuficiencia de los datos, posibilitaba creer que los buques chilenos habían sido destruidos o capturados, lo cual significaba un fuerte revés para la marina chilena. La angustia que ello significaba se prolongó hasta la noche del día 24 de mayo. El Comandante General de Marina, Eulogio Altamirano, no había podido dormir por la inquietud que le causaba la ausencia de información y esa tarde, alrededor de las cinco, telegrafió desde Valparaíso al Presidente Aníbal Pinto, un escueto “nada se sabe”. Paralelamente, intentaba desesperadamente comunicarse con el Comandante en Jefe de la Escuadra, almirante Juan Williams Rebolledo, quien no había dado señales de vida después de anunciarle –el 16 de mayo– que había partido a Callao en busca de la escuadra peruana. “Tenemos noticias –le escribía a Williams– que el Huáscar y la Independencia han atacado a la Esmeralda y Covadonga”, agregando una frase que reflejaba la desesperanza de las autoridades: “Por supuesto que yo doy por perdidos esos dos buques…”[2]
    La prensa, por su lado, se hizo eco de lo poco y nada que se sabía. Ramón Subercaseaux, un joven de 25 años quien luego sería parlamentario, destacado diplomático y pintor, escribió en sus Memorias que al atardecer de ese día “iba yo por la calle Bandera, frente a la imprenta de El Ferrocarril, y veo que un empleado sale a pegar en el tablero un suplemento. Me paro a leer… y quedé helado”[3].
    Aún no llegaba el invierno pero había llovido. Las calles de Santiago estaban húmedas y llenas de barro y, como señala Gonzalo Vial, el clima en la capital parecía hacer juego con el pesimismo del ambiente. Pasaron las horas hasta que ya muy entrada la noche, a las 21.35 hrs., un telegrama de Justo Arteaga reveló al gobierno la magnitud del combate librado en el norte, entregando las primeras señales de lo realizado por la dotación de la Esmeralda: el comandante había preferido “incendiar santabárbara antes que rendirse…”.[4]
    De ahí en adelante los cables no dejaron de informar, rectificando y aportando nuevos antecedentes. Pese al frío imperante, la noticia corrió como reguero de pólvora y una multitud emocionada y expectante se fue agolpando en la plazuela del Palacio de La Moneda, para inquirir más detalles de lo sucedido.
    Poco antes de la medianoche, comenzaron a repicar las campanas de las iglesias y el Presidente ordenó una salva de cañón en el cerro Santa Lucía. La ciudad adormecida cobró vida. Centenares de personas salieron a las calles portando banderas y varios edificios céntricos iluminaron sus frontis. La gente estaba frenética y gritaba ¡Viva Chile! con voces turbadas por la emoción. Cuenta Subercaseaux que “los hombres lloraban, callados y pálidos; mujeres temblorosas sonreían entre lágrimas y se movían con ademanes viriles”. Nunca –comentaba– había sido testigo de una conmoción igual. “Presentíamos un suceso heroico, de la altura de los trasmitidos por la Antigüedad…”. [5]
    Esa madrugada, desde uno de los balcones de La Moneda, el Presidente de la República se dirigió a la multitud y, con voz trémula, pronunció por primera vez en público el nombre de Prat pidiendo tres vivas consecutivos para él, para Condell y las tripulaciones que habían levantado “hasta los cielos el brillante tricolor de la República”[6].
    El ambiente que se vivía en Santiago se replicó en Valparaíso. Si bien las noticias seguían siendo fragmentarias, el 25 de mayo se dio a conocer un escueto pero electrificante cable de Arteaga desde Antofagasta: “Esmeralda pabellón izado pico de mesana echada a pique tercer ataque espolón Huáscar. Muerto Prat sobre cubierta Huáscar, seguido cuatro más que lo abordaron: teniente Serrano, guardiamarina Riquelme, Ingeniero primero Hyatt, terceros Manterola y Gutiérrez, segundo Mutilla y ciento cincuenta tripulación. El segundo Uribe y resto oficialidad y tripulación recogidos del agua por botes ‘Huáscar’ y prisioneros Iquique”[7]
    La conmoción fue total. Un escolar en Valparaíso  –Arturo Benavides, que aún no cumplía los 15 años– relató posteriormente que se había enterado del drama por medio de los suplementeros que en distintas esquinas voceaban a gritos las malas nuevas.
    “La plaza estaba materialmente repleta de gente que comentaba la noticia. Los muchachos del Liceo y de las escuelas andaban todos por allí, pues nadie asistió ese día a clases. De vez en cuando desde los balcones de la Intendencia se imponía al pueblo de las noticias que llegaban, y oradores improvisados dirigían la palabra a corrillos que los rodeaban, en diez, quince o veinte partes a la vez, disgregándose de unos para incrementar otros cuando algún orador se expresaba en forma más galana o patriótica…”[8]
    A medida que se fueron conociendo más detalles de lo sucedido, la figura del comandante de la Esmeralda y de sus oficiales y tripulantes se agigantó, opacando el triunfo obtenido por Condell con la Independencia, cuyo capitán se había rendido.
    Curiosamente, el primer relato pormenorizado del combate y de la actuación de Prat se supo por medio de la prensa peruana. El 22 de mayo, el diario El Comercio de Iquique –ciudad que todavía seguía bajo bandera del Perú– había publicado un artículo escrito por un reportero de esa nacionalidad, Modesto Molina, donde se daba cuenta del dramatismo del hecho. Lo que allí se leía –más aún viniendo del adversario– no podía sino tocar fuertemente el corazón de los chilenos. Aquí algunos de sus párrafos más importantes:

    “[…] el combate entre el Huáscar i la Esmeralda había tomado más calor, haciéndose ya insostenible por parte del buque chileno, cuyas averías principiaban a ser de consideración. Fue entonces cuando el comandante Grau vio llegado el momento supremo. Fuera de tiro de cañón la Covadonga, que huía sin que pudiera darle caza la Independencia, i viendo que se prolongaba el combate, decidió ponerle fin… arremetiéndola con su espolón, descargándole antes dos cañonazos que inutilizaron algunas piezas del enemigo. La corbeta principió a hacer agua. Al habla ambos buques, el comandante Grau intimó rendición a la Esmeralda; pero el jefe de la corbeta chilena se negó a arriar su bandera. Viendo el señor Grau que era inútil toda consideración, arremetió por segunda vez… En este segundo choque se desconectó el eje de la maquinaria de la corbeta chilena i una bala del monitor le mató treinta i seis hombres. Era preciso que se diese fin a un drama tan sangriento i que no reconoce ejemplo en la historia del mundo. Así fue. A una evolución de la Esmeralda… le acometió por tercera vez el Huáscar con su ariete, descargándole dos cañonazos. Uno de estos le llevó por completo la proa, por la cual principió a hundirse. Fue en este tercer choque cuando el comandante Prat de la Esmeralda, saltó, revólver en mano, sobre la cubierta del Huáscar gritando: ¡Al abordaje, muchachos! Lo siguieron un oficial, Serrano, que llegó hasta el castillo, en donde murió, un sargento de artillería i un soldado. Todos estos quedaron en la cubierta muertos. Prat llegó hasta el torreón del comandante, junto al cual estaba el teniente S. Velarde, sobre el que hizo tres tiros, que le causaron la muerte. Entonces un marinero acertó a Prat un tiro de Comblain en la frente, destapándole completamente el cráneo, cuyos sesos quedaron desparramados sobre cubierta. Mientras esas sangrientas escenas tenían lugar sobre la cubierta del Huáscar, la Esmeralda desaparecía. En efecto, se inclinó hacia estribor, que fue por donde el ariete la cortó, i algunos segundos después se hundió siempre de proa. El pabellón chileno fue lo último que halló tumba en el mar. Al hundirse la Esmeralda un cañón de popa, por el lado de estribor, hizo el último disparo, dando la tripulación vivas a Chile…” [9]

El artículo terminaba comentando la reacción de los propios peruanos, testigos desde la orilla de la tragedia que habían observado:

    “Después de la catástrofe, que apagó los gritos de entusiasmo con que desde el principio eran saludados los tiros del Huáscar por el pueblo i el ejército, siguió el estupor i el silencio en todos. La impresión que en los habitantes de Iquique produjo el hundimiento del buque enemigo pudo más que la alegría, i la apagó. ¡Tremendos misterios del corazón humano! Lo último que desaparece en las aguas es el pabellón chileno; no se oye el más leve grito, ni clamor alguno de socorro; ni siquiera resuenan vítores… a todos nos tiene anonadados el horror de aquella tremenda escena”[10].

    Si así había reaccionado el enemigo, es posible imaginarse el impacto que dicho relato causó en Chile. Fue una mezcla de sorpresa y admiración, de estupor y de asombro, de dolor y exaltación que recorrió el alma y el corazón de viejos y jóvenes, niños y adultos, ricos y pobres, civiles y militares, capitalinos y provincianos, quienes transformaron el sufrimiento y la desesperanza en una fuerza imparable de energía y patriotismo que se esparció por todos los rincones de Chile.

La bandera a media asta

La gesta de Prat y sus “muchachos” empezó a inmortalizarse rápidamente. El día 26, más de diez mil santiaguinos se congregaron en la Alameda en torno a la estatua de O’Higgins, mientras que en Valparaíso, El Mercurio de esa ciudad informaba que “una banda de música bajó del cerro San Antonio y recorrió las calles hasta la Merced seguida de miles de ciudadanos que manifestaban su entusiasmo por medio de estrepitosos y unísonos vivas”.[11] Paralelamente y cada cierto tiempo las campanas de la iglesia La Matriz y San Francisco eran echadas al vuelo.
    A las cuatro de la tarde de ese mismo día, se celebró en la catedral de Santiago un solemne Te-Deum de acción de gracias. Prat, un honrado y digno capitán de fragata, desconocido hasta entonces, iniciaba el camino hacia su laica santificación, despertando y removiendo hasta los cimientos las fibras de patriotismo de cada chileno y chilena que, con desconcierto y ansiedad, se preguntaban quién era este capitán Prat.
    La primera reseña biográfica publicada sobre el héroe se debió a la conocida pluma de Benjamín Vicuña Mackenna y fue difundida por el diario El Ferrocarril el día 27 de mayo.
    En ella, y con algunos pequeños errores propios de una información recabada en tan poco tiempo, el senador liberal y ex Intendente de Santiago daba cuenta de los principales hitos de la corta vida de Prat, quien con tan solo 31 años, dejaba tras sí una estela de gloria. En el primer párrafo se leía:

    “Las nobles mujeres de Chile que han hecho izar delante de sus moradas los colores de la patria al tope y a media asta, han sabido interpretar, como acontece casi siempre, las emociones que en estos momentos solemnes agitan el corazón de todos los chilenos. Hay un gran dolor; pero hay también una gloria inmortal, y el alma balanceada, como en la ola la quilla, se eleva hasta el cielo o decae hasta el llanto o el gemido, delante de la honda impresión que la trabaja”.[12]

    Luego de destacar la “interesante coincidencia” que el primer buque en cuya cubierta había puesto Prat el pie como guardiamarina había sido la Esmeralda –donde en noviembre de 1865, en plena guerra con España, tuvo su primera prueba de fuego– Vicuña Mackenna afirmaba lo que con el tiempo ha pasado a ser una constante en todos quienes han estudiado y analizado su vida: “el cadete Prat fue desde el primer día lo que ha sido el capitán de fragata que cayó sobre el puente del Huáscar o en la pira del heroico sacrificio: fue el hijo del deber”.[13]
    Pero había más. Prat no era solo el marino “de espartano vestir y de austero aspecto” sino que un “hombre de pensamiento” que –agregamos nosotros– creía servir también a Chile desde la civilidad, conociendo y estudiando sus leyes para mejorarlas y hacerlas más inclusivas. El título de su memoria de prueba, “Observaciones a la lei electoral vijente” –aprobada en 1876–, hablaba por sí misma. Como nuestro escudo, el ciudadano Prat tenía  doble militancia: la de la razón y la de la fuerza, la del intelecto y la de la espada;  hombres así, capaces de consumar un acto heroico, eran como decía Vicuña Mackenna “doblemente héroes”.[14]
    Habían pasado solo seis días desde el hecho y la ambigüedad de los telegramas, “esa niebla lejana de las modernas batallas”, mantenía a todos en ascuas. “¿Ha volado la Esmeralda? ¿O simplemente se ha ido a pique?”[15], era la pregunta que todos se hacían. Nuestro primer biógrafo de Prat replicaba:

    “¡Ociosa divergencia! Porque lo único que debería preguntarse es si la nave chilena o su bandera cayeron en manos del potente e irresistible enemigo. Antiguamente se hacía esto arrimando un lanzafuego a la Santa Bárbara. Hoy es innecesario. Se pone firme el flanco del glorioso esquife al embate del ariete, y se salta ágiles por la borda para morir sobre la cubierta enemiga. ¿Y no es esta, la gloria de la cuchilla, tan fúlgida como la del fuego?”.

En verdad, como bien señala Carlos López Urrutia, autor de varios libros sobre la Marina chilena, “nunca antes ni después el comportamiento de un solo hombre habría de afectar tan profundamente el curso de los acontecimientos de una nación”.[16] Todo parecía irreal y milagroso. Entre las autoridades navales hubo clara conciencia de que ese mediodía del 21 de mayo Chile se había salvado de una gran catástrofe. Los dos blindados peruanos –escribía Altamirano– hubieran podido destruir en menos de una hora los débiles barcos que custodiaban Iquique, lanzarse luego a incendiar Antofagasta y después toda la costa. “Nos ha salvado el heroísmo de nuestros marinos”, señalaba orgulloso, agregando que “un acontecimiento que debía traernos la muerte nos ha traído la gloria…”[17]
    Durante las semanas siguientes, cuenta un testigo de primera fuente, “la  relación del sublime combate de Iquique y del heroico sacrificio de Prat, Serrano y Aldea, era tema de todos los comentarios; y creo que ningún niño de ese tiempo dejó de aprender de memoria la arenga de Prat”.[1] Esta había sido conocida el 29 de mayo mediante el parte de guerra enviado al Comandante General de Marina por el teniente Luis Uribe, quien todavía prisionero en Iquique, era el segundo comandante de la Esmeralda al momento del combate y había sobrevivido junto a otros 57 tripulantes.

    “Tengo el honor –escribió Uribe desde los altos de la Aduana iquiqueña, su lugar de cautiverio– de poner en conocimiento de V. S. que el 21 del presente, después de un sangriento combate de cuatro horas con el monitor peruano Huáscar, la Esmeralda fue a pique al tercer ataque de espolón del enemigo. El honor de la bandera ha quedado a salvo, pero desgraciadamente tenemos que lamentar la pérdida de tres de sus más valientes defensores: el capitán Prat, el teniente Serrano i el guardiamarina Riquelme”. [18]

    Luego de reseñar las circunstancias de la batalla y el abordaje de Prat, Serrano y el sargento Aldea, el teniente Uribe concluyó su informe diciendo:

    “El guardia-marina señor don Ernesto Riquelme, que durante la acción se portó como un valiente, disparó el último tiro; no se le vio mas i se supone fue muerto por una de las últimas granadas del Huáscar. Pocos momentos después del tercer espolonazo, se hundió la Esmeralda con todos sus tripulantes i con su pabellón izado al pico de mesana, cumpliendo así los deseos de nuestro malogrado comandante, quien, al principiar la acción dijo; ‘Muchachos! La contienda es desigual. Nunca se ha arriado nuestra bandera ante el enemigo: espero, pues, no sea esta la ocasión de hacerlo. Mientras yo esté vivo, esa bandera flameará en su lugar, i os aseguro que si muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber’. Los botes del Huáscar recojieron los sobrevivientes, i en la tarde del mismo día fuimos desembarcados en Iquique en calidad de prisioneros. Acompaño a US una relación de la oficialidad i tripulación que han salvado i que se hallan presos en este puerto”.[19]

    Las palabras pronunciadas por Prat calaron tan hondo en la ciudadanía que muchos padres quisieron recordar la gesta, llamando a sus hijos con el nombre del héroe o del buque que comandó. Así, Gonzalo Vial consigna que en menos de dos meses y solo en Santiago cinco parroquias bautizaron a treinta Arturos y veinticinco Esmeraldas, mientras que la Quinta Compañía de Bomberos de Santiago, fue la primera institución que decidió llevar su honroso nombre, “como emblema de abnegación i conciencia del deber”. Los mismos gestos se dieron en provincias y pueblos pequeños cuyos habitantes, exultantes, esperaban con ansias más noticias e instrucciones para partir cuanto antes al frente.[20]
    En efecto, los regimientos no dieron abasto para recibir a miles de jóvenes que deseaban enrolarse voluntariamente en las fuerzas de combate. Todos ellos querían emular el coraje y el sacrificio de Prat y de los 198 hombres que habían luchado con honor, sin haberse rendido ni arriado la bandera.
    Muchas fueron las familias que en esos días vieron partir a varios de sus hijos al norte. Uno –entre tantos ejemplos– fue el de mi bisabuelo Pedro Seaton Fuller quien, motivado por los sucesos y sin el consentimiento de sus padres, se enroló junto con su hermano Alejandro como soldado en el recién formado regimiento Esmeralda, creado especialmente con ese nombre el 31 de mayo, para acoger a los nuevos e inexpertos postulantes que tenían un solo y único objetivo: vencer a toda costa.
    El eco de Prat y de sus bravos marinos acompañó de aquí en adelante todas las campañas del Ejército, el cual –como escribió Alejandro a su madre desde Tacna– “sabe muy bien que en caso de un desastre no hai salvación y por consiguiente todos han jurado que mientras quede uno vivo, ese peleará hasta que sucumba”.[21]
    El mismo fervor y espíritu patriótico había animado a ese imberbe colegial porteño, quien apenas supo del sacrificio de Prat, suplicó insistentemente a su padre para que lo autorizara a alistarse, en su caso, al regimiento Lautaro. Arturo Benavides, terminó logrando su cometido. “El más glorioso general –rememoró posteriormente– no tenía más amor al uniforme que el que yo tenía ese día por el de soldado del Lautaro”.[22] 104 de sus compañeros de la Escuela Superior de Valparaíso, terminaron siguiendo sus pasos.

La hazaña se universaliza

Mientras tanto, la prensa extranjera no había escatimado alabanzas a la hora de referirse a los sucesos de Iquique, convirtiendo el combate en leyenda y a Prat en un personaje casi mitológico.
    El Times de Londres señaló que se había presenciado “uno de los combates más gloriosos que jamás haya tenido lugar: un viejo buque de madera casi cayéndose a pedazos, sostuvo la acción durante tres horas y media contra una batería de tierra y un poderoso acorazado y concluyó con su bandera al tope”, mientras que Le XIX siècle en París publicaba que “el capitán de la Esmeralda ha dado ejemplo de saber morir… Morir así es levantarse vencedor”. En Alemania, las loas no fueron menores. El Allgemeine Zeitung de Berlín calificó el encuentro bélico como un hecho “radiante”, “casi fenomenal”, “un punto luminoso en sus anales”, y el Sun de Nueva York, teniendo a la vista los periódicos llegados tanto de Chile como Perú, comentaba que su lectura “comprueba que ese combate fue grandioso y heroicamente peleado por Arturo Prat, comandante, i por la tripulación de la corbeta chilena”. [23]
    En tanto, La República de Buenos Aires, por medio del periodista Héctor F. Varela, no limitó adjetivos para referirse a “la conducta sublime, heroísmo, resolución y valor del comandante Prat de la corbeta chilena Esmeralda… hombre que ha sabido ser héroe y mártir glorificando su patria con la sublimidad de su martirio”.
    Lo interesante es que además agregaba: “no son los chilenos quienes lo dicen: son por el contrario, los mismos peruanos, a cuyas manos ha muerto el intrépido Prat, quienes ponen la corona sobre su frente con una hidalguía que mucho realza el carácter de la nación peruana”.[24]
    Se refería específicamente al comandante del monitor Huáscar, Miguel Grau, quien ya en el parte de guerra enviado el 23 de mayo al Presidente del Perú Ignacio Prado, informaba del “temerario arrojo” con que había actuado Prat. [25]
    Dicho reconocimiento fue reiterado y hecho público cuando, testimoniando su caballerosidad y en un gesto que lo ennoblece, el 2 de junio, le escribió una sentida carta a Carmela Carvajal en la cual, entre otras cosas, le expresaba: “En el combate naval del 21 próximo pasado, que tuvo lugar en las aguas de Iquique entre las naves peruanas y chilenas, su digno y valeroso esposo, el capitán de fragata Arturo Prat, comandante de la Esmeralda, fue como usted no lo ignorará ya, víctima de su temerario arrojo en la defensa y gloria de la bandera de su patria”. Junto con la misiva, Grau le envió “las inestimables prendas que se encontraron en su poder”, las cuales, agregaba, “le servirán indudablemente de algún pequeño consuelo en medio de su desgracia y por eso me he anticipado a remitírselas”.[26]
    Entre los objetos enviados destacaban el escapulario de la Virgen del Carmen, distintivo de su fe, la argolla matrimonial, símbolo de su fidelidad, y la espada con el nombre de Prat grabado en su hoja que para su viuda y para Chile tenían un profundo significado. Carmela era consciente de ello, tanto que –sin aún reponerse a su angustia y dolor– el 1º de agosto respondió a la magnanimidad de Grau agradeciéndole su gran gesto. Destacaba en su carta que por encima de las pasiones de la guerra, Grau tuviera la valía “cuando aún palpitan los recuerdos de Iquique, de asociarse a mi duelo y de poner muy alto el nombre y la conducta de mi esposo en esa jornada. Ello –continuaba– tiene aún el más raro valor de desprenderse de un valioso trofeo poniendo en mis manos una espada que ha cobrado un precio extraordinario por el hecho mismo de no haber sido jamás rendida”.[27]
    Carmela al igual que todos los chilenos ni siquiera había tenido la posibilidad de llorar sobre su tumba. Esta se encontraba muy lejos, en una modesta fosa del cementerio de Iquique, donde un ciudadano español de buena voluntad, Eduardo Llanos, había enterrado sus restos y los del teniente Serrano, un día después del combate.
    Dos sencillas y toscas cruces recordaban el lugar, al cual comenzaron a llegar poco a poco y en desordenada procesión quienes de boca en boca se fueron enterando de su ubicación. Allí, comenta Benjamín Subercaseaux, “entre los cerros áridos y el mar eternamente azul, un marinero peruano había grabado con su cortaplumas esta inscripción que era el sentir de todo un pueblo: ‘Bine a bicitarte porque te bi sucumbir en el combate del 21 de mayo. P. Savatiejo’”.[28]
    Pero ese reconocimiento no fue el único. Desde el mismo día 23 de noviembre de 1879 –fecha en que Iquique pasó definitivamente a manos chilenas– hasta mayo de 1881, en que sus restos fueron exhumados y trasladados a la iglesia matriz de la ciudad, dicha sepultura se convirtió en el primer santuario donde se le pudo rendir tributo concreto. Durante todo ese período un peregrinaje de soldados y oficiales, importantes civiles, pero sobre todo chilenos anónimos de distinta condición, visitaron su tumba para rendirle un postrer homenaje. “Esta sepultura –describió un soldado que la visitó en octubre de 1880– es tan modesta como la de los pobres de solemnidad. Una sencilla reja de madera llena de inscripciones y firmas de los que la han visitado, es todo lo que se ofrece a la vista del que la contemple…”.[29]
    Pero ello era bastante: nada menos que la respuesta espontánea de quienes en medio de la guerra sentían la necesidad y la obligación moral de dejar testimonio que habían estado allí, cerca de un ser venerado y venerable. Las frases, los nombres y los poemas que fueron grabados en esas maderas, lo dicen todo: Entre las sobrias firmas de C. Condell o de Victoria Subercaseaux de Vicuña Mackenna, resaltaban las de los “Oficiales i tropas del batallón Quillota” o la de la “Artillería de Marina”, mezclándose con ellas las del pueblo: “Viva Praz, viva el eroe”; las del romántico, “he cojido de esta tumba una flor marchita, me parece que llevo un tesoro”; la del poeta, “…Al jigante, espacio nunca a su grandeza da, lo veo en esta tumba en que estrechado duerme el coloso de la gloria: Prat; la del creyente, “inclinamos con veneración en tu tumba nuestra rodilla” o la del simple ciudadano, “héroe ilustre, la patria agradecida no olvidará tu nombre ni tu gloria”.
    Como escribió el mismo soldado que con su batallón se puso firme ante esa cruz, “los sepulcros de los grandes hombres no necesitan más brillo que el de sus propias virtudes”.[30]
    Mientras tanto, el 12 de septiembre de 1879, una ley concedió pensiones a las familias de todos los caídos y dispuso que, en nombre de la República, se levantara un monumento que simbolizara el agradecimiento del pueblo de Chile a los héroes. Una colecta nacional logró reunir cincuenta y seis mil pesos oro, a los que se agregaron treinta y cinco mil aportados por el gobierno, el cual nombró una comisión especial para sacar adelante el trabajo.

Prat inmortal

Pero la guerra continuaba y el ejemplo de Prat nunca dejó de estar presente en las batallas que siguieron. Cuando en octubre fue capturado el Huáscar en Angamos, todo Chile se estremeció. En su cubierta había muerto heroicamente Prat por lo que de ahí en adelante, cada vez que el buque blindado fondeaba en algún puerto, una interminable romería de visitantes subía a bordo a conocer el lugar preciso donde este se había inmortalizado. Cuenta Vial que muchos “caían de rodillas para besar el punto exacto donde había perecido”.[31] Su ejemplo de arrojo y valor no solo había sido el norte de quienes el 7 de julio de 1880 habían logrado, en menos de 55 minutos, tomarse el Morro de Arica y con ello la ciudad, sino que también había presidido la acción de los 77 valientes de La Concepción, que dos años después, en 1882, prefirieron morir antes de arriar la bandera y rendirse frente al enemigo.
    Pero Prat fue y es mucho más que un héroe militar. Es cierto que a raíz de su sacrificio en la Esmeralda el pueblo chileno hizo suya la guerra con una entereza y fuerza de voluntad desconocida hasta entonces y que en definitiva fue lo que terminó dándonos la victoria. Es cierto también que a partir de ese 21 de mayo las Fuerzas Armadas chilenas hicieron suyo el principio de que una posición jamás debe rendirse aunque ello cueste la vida y que ello se demostró en las batallas que siguieron.
    Pero, junto con ello, Prat fue y sigue siendo un héroe civil, por ser simplemente quien fue: un hombre de carne y hueso que había actuado de acuerdo a sus convicciones y estilo de vida, sabiendo –cuando las circunstancias lo ameritaron– enfrentar su destino con la libertad y la naturalidad de quien sabe lo que hace.
    Desde el momento que comenzaron a conocerse detalles de la cotidianeidad de su corta existencia, de la sencillez de su origen y de la forma en que había enfrentado las dificultades que la vida le había puesto en el camino, su figura además se humanizó. Cooperaron a ello las primeras biografías que salieron a la luz pública al mes exacto de su muerte, en junio de 1879, y que escritas por personas cercanas a su entorno, pudieron dar cuenta de datos y rasgos de su personalidad absolutamente desconocidos hasta entonces. Una, la de Bernardo Vicuña –hermano de Benjamín– fue publicada en Valparaíso por la imprenta de El Mercurio y, la otra, días después en Santiago, escrita por el teniente de marina Ramón Guerrero Vergara, su compañero y amigo, con la colaboración del renombrado bibliófilo e historiador José Toribio Medina.
    En esos primeros trabajos se encuentran las bases de gran parte de la información sobre su vida, que dieron forma a la imagen que tenemos de Prat. Ampliada posteriormente con mayor rigurosidad y acuciosidad por nuevos biógrafos, la esencia de su trayectoria y de sus rasgos de personalidad siguen siendo las mismas que ellos relataron para sus contemporáneos.
    Hasta hoy, no hay contradicciones ni dobles lecturas. Ha pasado el tiempo, las investigaciones se renuevan, de vez en cuando uno que otro antecedente nuevo sale a luz, pero todos ellos no vienen sino a confirmar una verdad sorprendente: Arturo Prat fue verdadera y comprobadamente un hombre sin tacha, genuinamente fiel a sí mismo y a sus convicciones, que pudo ser erigido como modelo de vida y de muerte simplemente porque lo es.
    Los héroes no se improvisan. Están ahí, listos para actuar cuando el momento límite así lo demande. El gran legado de Prat es que –sin quererlo– nos ha permitido como nación, es decir como comunidad de hombres y mujeres libres que se proyecta en el tiempo, tener un relato irrefutable de lo que puede llegar a convertirse uno de los nuestros y que, llenándonos de orgullo, representa la voluntad de ser del alma nacional.

Si Prat no hubiera existido, habríamos tenido que inventarlo.

[1] En: Pascual Ahumada. Guerra del Pacífico. Tomo I, Valparaíso, 1884

[2] Gonzalo Vial. Arturo Prat, Santiago 1995

[3] Ramón Subercaseaux. Memorias  de ochenta años. Santiago, 1936

[4] Gonzalo Vial. Op.cit

[5] Ramón Subercaseaux. Op.cit

[6] Gonzalo Vial. op.cit

[7] Pascual Ahumada. Op.cit

[8] Arturo Benavides Seis años de vacaciones. Santiago, 1929

[9]  Pascual Ahumada. Op.cit

[10] ibid

[11] Gonzalo Vial. Op.cit

[12] Benjamín Vicuña Mackenna. El 21 de mayo de 1879 (recopilación editada por Pedro A. Muñoz) Santiago, 1930

[13] ibid

[14] ibid

[15] ibid

[16] Carlos López Urrutia. Breve historia naval de Chile. Buenos Aires, 1976

[17] Pascual Ahumada. Op.cit

[18] En: J. Abel Rosales. La apoteosis de Arturo Prat y de sus compañeros de heroísmo muertos por la Patria el 21 de mayo de 1879. Santiago, 1888

[19] ibid

[20] Gonzalo Vial. Op.cit

[21] Carta de Alejandro Fuller a su madre Rosa Jofré. Mayo 1880. Archivo familiar

[22] Arturo Benavides. Op.cit

[23] William Sater. La imagen heroica en Chile. Prat, santo secular.  Santiago,2005

[24] La República de Buenos Aires. Heroísmo Americano. 17 junio 1879. Republicado en Estandarte Católico, 11 julio 1879

[25]  J. Abel Rosales. Op.cit

[26] Carta de Miguel Grau a Carmela Carvajal. 2 junio de 1879

[27] Carta de Carmela Carvajal a Miguel Grau  1 agosto de 1879

[28] Benjamín Subercaseaux. Tierra de Océano. la epopeya marítima de un pueblo terrestre. Santiago,1946

[29] ibid

[30] ibid

[31] Gonzalo Vial. Op.cit

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