Blog Corral Victoria
Es difícil escribir algo nuevo de Andrés Bello, un hombre multifacético, caraqueño de nacimiento pero chileno de corazón.
El mayor de ocho hermanos, se crió en un ambiente culto y refinado. Su abuelo materno, Juan Pedro López fue el pintor venezolano más notable del siglo XVIII, y, su padre, abogado y músico que logró hacer fortuna y dar una excelente educación a sus hijos.
Hombre de letras, desde joven estudió gramática, lengua y literatura latina. Lector empedernido, hábito que lo acompañaría toda su vida, ya a los once años había leído El Quijote y admiraba profundamente la obra de Calderón de la Barca. Su interés por la ciencia, física, geometría y matemáticas lo acompañaron desde siempre, lo que lo convirtió en un hombre de cultura universal.
Hacia 1797, ya bachiller, fue profesor de nada menos que Simón Bolívar –año y medio menor que él: “Yo conozco la superioridad de este caraqueño contemporáneo mío; fue mi maestro cuando teníamos la misma edad; y yo le amaba con respeto”, expresó alguna vez.
Su interés por la ciencia lo llevó a que al despuntar el siglo XIX, formara del grupo que acompañó al explorador Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland en su ascensión a la cima del monte Ávila, situado al norte de la ciudad de Caracas. Bello no alcanzó a llegar debido a lo débil de su contextura.
Y es que desde pequeño fue enfermizo. En carta dirigida desde Londres a su madre y fechada el 30 de noviembre de 1811, le comentaba los cambios de salud que había experimentado desde que había llegado a Inglaterra: “Yo no he tenido enfermedad alguna desde que dejé a Caracas, antes por el contrario, me siento más fuerte y con mejor salud que nunca. Los catarros que solía padecer se me han retirado enteramente, y sólo me repite de cuando en cuando el dolor de cabeza, pero de ningún modo con la fuerza, ni con la frecuencia que en Caracas, y no dudo que si estuviese en Inglaterra un año más, conseguiría librarme para siempre de esta tensión”.
Había llegado a Londres en 1810, integrando la primera misión diplomática de Venezuela, representando los intereses de los patriotas que luchaban –al igual que en toda América- por la independencia de su patria.
Bello vivió en Inglaterra casi veinte años, pasando grandes penurias económicas. En 1814, cuando la guerra contra España de los países hispanoamericanos estaba en su peor momento (recordar en Chile, el Desastre de Rancagua), quedó sin sustento, logrando tener pequeños empleos de bibliotecario y profesor.
Ese mismo año, tomó la decisión de casarse con Mary Ann Boyland, una joven inglesa de tan sólo 20, con la cual tuvo tres hijos. Sin embargo, a poco andar, en 1921, recibió un fuerte golpe emocional ya que tanto ella como el menor de sus hijos murieron producto de una tuberculosis.
Fue en esos momentos que recordó a sus amigos chilenos, Francisco Antonio Pinto y Antonio José Irisarri, a quienes había conocido cuando, años antes, éstos se desempeñaban como agregados de negocios de Chile en la capital inglesa. Gracias a ellos asumió un trabajo estable en la Legación chilena en Londres que le permitió desenvolverse con algo más de holgura. En 1824, volvió a casarse, esta vez con Isabel Dunn, una gran mujer con quien tuvo 12 hijos, nueve de los cuales nacieron en Londres.
Y es que en 1829, sin mayor futuro en Inglaterra y sin que Simón Bolívar le diera oportunidades para regresar a Venezuela, solicitó ayuda a Mariano Egaña –quien hacía de embajador en Londres- y le pidió emigrar a Chile. Egaña, quien lo consideraba una mente brillante, lo recomendó para un cargo en el Ministerio de Hacienda en estos términos:
“La feliz circunstancia de que existan en Santiago mismo personas que han tratado a Bello en Europa, me releva en gran parte de la necesidad de hacer el elogio de este literato: básteme decir que no se presentaría fácilmente una persona tan a propósito para llenar aquella plaza. Educación escogida y clásica, profundos conocimientos en literatura, posesión completa de lenguas principales, antiguas y modernas, práctica en la diplomacia, y un buen carácter, a que da bastante realce la modestia, le constituyen, no sólo de desempeñar muy satisfactoriamente el cargo de oficial mayor, si no que su mérito justificaría la preferencia que le diese el gobierno respecto de otros que solicitasen igual destino.”
La desgracia personal acompañó a Bello toda su vida. Vio morir a nueve de sus quince hijos, dolor que se llevó a la tumba cuando en 1865 falleció luego de haber entregado lo máximo de sí a un país que le tendió siempre la mano.