Mujeres Transgresoras

El Mercurio
Primera Conferencia

“La licencia de las mujeres va también contra el propósito del régimen y la felicidad de la ciudad, pues de la misma manera que la casa se compone del hombre y de la mujer, es evidente que la ciudad debe considerarse dividida en dos partes aproximadamente iguales: los hombres y las mujeres; de modo que en todos aquellos regímenes en que la condición de las mujeres es mala, habrá de considerar que la mitad de la ciudad vive sin ley…”(Aristóteles, La Política. II, 1269-1270)

      En todas las épocas y en todos los países de Europa encontramos testimonios de esta doble línea. Los discursos sobre las virtudes de las mujeres están íntimamente unidos al hogar. Dice el español Fray Luis de León (siglo XVI) en La perfecta casada que «su andar ha de ser en su casa, y que ha de estar presente siempre en todos los rincones de ella.. sus pies son para rodear sus rincones.. no.. para rodear los campos y las calles». También en la Europa de la Reforma se mantienen similares posiciones. Para Lutero «una mujer piadosa y temerosa de Dios es un raro beneficio… Ella alegra a su marido. Trabaja el lino y la seda, le gusta servirse de sus manos, gana la vida en la casa. Se levanta pronto en la mañana.. la noche no apaga sus facultades. Limpieza y trabajo son sus alhajas». Calvino lo dice de forma más clara y más actual «el hombre en la oficina y la mujer en la cocina». (Anderson, Zinser, 1991; 271-289)

      Las mujeres lo cuentan de otro modo. En esta fugaz revisión de la presencia femenina a través de la historia podemos percibir por una lado cómo ve la sociedad el rol de la mujer y cómo ella misma responde a esta visión del modo más natural.

      Al escuchar hoy en día vidas de mujeres que han pasado a lo largo de la historia, asombra la tragedia y la grandeza de su existencia. Repentinamente relacionadas con la guerra y la revolución, son también espectadoras y actrices de un enorme trastorno de la relación entre los sexos.

      A lo largo de las sesiones seremos testigos de una época histórica especialmente compleja y en la cual se modifica profundamente las relaciones entre la mujer y su entorno. Más que una historia de género nos centraremos en el rol de la mujer durante la primera mitad del siglo XX con respecto al papel que desempeñó en la sociedad.

      En el siglo XIX se desarrolla en Inglaterra, pero también en gran parte de Europa la época victoriana, denominada así por la célebre reina Victoria que gobierna hasta su muerte, en 1901. Ella y su marido, Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha llegaron a simbolizar con el tiempo las llamadas virtudes victorianas: una vida familiar muy unida, gran sentido del deber público y de la respetabilidad social. Las características que dan nombre  a esta época son pertinentes sobre todo de Gran Bretaña, lugar de gobierno de la monarca, pero se pueden hacer extensivo al resto de Europa considerando por una parte la gran continuidad del período y por otra,  la enorme influencia de este país en los demás del continente. Es una época de estabilización de Europa, el continente se ha recuperado de las intensas agitaciones de la revolución de 1848, se consolida la burguesía y se constituyen las clases obreras.

      El sistema de gobierno en la mayor parte del continente es la monarquía constitucional y hay un movimiento mayoritario que tiende hacia el sufragio universal, aunque por este se entienda a la mayoría de los hombres, y las mujeres queden excluidas de ese proceso. En esta democracia representativa operaba el supuesto de que las mujeres están representadas por los varones de su núcleo familiar.

      Es también la época del florecimiento del concepto de progreso aparecida en el siglo XVII, se cree que el mundo avanza hacia delante, la imagen predominante es la del hombre vencedor en todas las esferas de la vida. En este contexto surgen movimientos que aglutinan las peticiones femeninas. Estos movimientos heredaron en buena medida las demandas igualitarias de la Ilustración, pero surgieron para dar respuesta a los acuciantes problemas que generaban la revolución industrial y el capitalismo. El desarrollo de las democracias censitarias y el decisivo hecho de la industrialización suscitaron enormes expectativas respecto al progreso de la humanidad, y se llegó a pensar que el fin de la escasez material estaba cercano. Sin embargo, estas esperanzas chocaron fuertemente con la realidad.  A través de la ciencia y los progresos técnicos se había conseguido viajar por el aire y bajo el agua, se combate con eficacia a la enfermedad, se viaja a zonas inhóspitas; el hombre es capaz de comunicarse a distancia, de tener un hogar cómodo y tiempo de ocio. Inventos como el cinematógrafo, el fonógrafo, el automóvil, la luz eléctrica o el teléfono, entre muchos otros, hacen pensar al individuo de principios de siglo que se encuentra en la cima del mundo y de la historia. No obstante, a las mujeres se les seguían negando los derechos civiles y políticos que algunas de ellas demandaban. Paralelamente, se avanza en el proceso de secularización, donde se  elimina el factor religioso de amplias zonas de la vida. La herencia de los racionalistas se extiende a una gran parte de la población.

      A pesar de este ambiente progresista, el único grupo de la sociedad que mantiene la religiosidad vigente en su forma de vida es la mujer, excluyendo a los grupos religiosos. Pareciera que ellas tomaran a su cargo esta esfera de la vida, creyeran y fueran a misa por sus maridos e hijos. Los principios morales cristianos estaban muy arraigados y no tenían necesariamente un cariz religioso.

      En estas circunstancias el papel femenino por excelencia era el proporcionado por el hogar. Las cuestiones de la casa y la crianza de los hijos constituían las esferas en que la mujer se desempeñaba.  Ella sólo era respetada en esta área de influencia y aceptó esto como un deber sagrado y basado en la tradición. Hay que pensar que las mujeres en esta época, generalmente recibían educación en los conventos o en sus propios hogares. Por lo tanto, difícilmente conocían otra perspectiva que la entregada por la religión católica y los valores familiares y morales.

      Claramente, la ideología burguesa del siglo XIX situaba a la mujer en el hogar. “La idea de la mujer como algo especialmente concebido para lo privado (y no adecuado para lo público) era común a casi todos los círculos intelectuales de finales del siglo XIX”[1] A las mujeres se les identificaba por su sexualidad y su cuerpo, mientras que los hombres eran reconocidos por su inteligencia y su energía. El útero definía a la mujer y determinaba su comportamiento emocional y moral. También se concebía a las mujeres como seres extraordinariamente frágiles desde el punto de vista muscular y sedentarias por naturaleza. Por lo tanto, “la combinación de la debilidad mental y muscular y la sensibilidad emocional hacía que las mujeres estuvieran preparadas, desde el punto de vista funcional, para criar hijos. Así, el útero definía el lugar que correspondía a las mujeres en la sociedad, es decir, el de madre” [2] Esta idea de mujer se basaba en la concepción religiosa de la vida y del rol femenino exclusivamente católico, debido a que un estricto orden social delimitaba la vida y las acciones de la mujer en el siglo XIX. Por esto, las prácticas cotidianas eran piadosas y caseras. No sin razón, se conoce al siglo XIX como el siglo de la madre. Michelet pensaba que la “vocación infinita” de la mujeres era el amor, y es por esto que “sobre esta cualidad común decimonónica de las mujeres –abnegación y sacrificio de sí mismas por los demás- se construye la serie de ´conceptos´, ´tipos ideales´ y ´abstracciones intuitivas´ de lo femenino que puebla intensamente incluso la historia cultural del siglo XX”[3]

      No obstante estas características, el siglo XIX señala el surgimiento de un incipiente feminismo. Con la creación del Estado moderno comenzó un nuevo momento histórico para ellas. Es este nuevo Estado nacional y laico, que las excluyó de su esfera de participación, el que les otorgará los argumentos y los momentos a las mujeres para participar en la vida pública en defensa de sus propios derechos. Por lo tanto, son la modernidad y el proceso de secularización los que finalmente permiten a la mujer ampliar su ámbito de participación en la sociedad.

      A pesar de estas tendencias generales que se hacen más notorias desde la perspectiva histórica empiezan también a surgir voces discordantes con ese estado de cosas. No sólo mujeres sino que también hombres se darán cuenta de la necesidad de incorporar a las mujeres a algunos ámbitos públicos hasta ese entonces vedados para ellas. Es el siglo XIX el que  marca el inicio de la corriente feminista, “palabra emblemática que designa tanto cambios estructurales importantes (trabajo asalariado, autonomía del individuo civil, derecho a la instrucción) como la aparición colectiva de las mujeres en la escena política” [4] Se trata del momento histórico en que la vida de las mujeres experimentó un gran cambio en el plano de las ideas, no tanto así en el de las acciones.

      Si la modernidad es una oportunidad para las mujeres ello se debe a las consecuencias de los cambios políticos, sociales y culturales experimentados en el siglo XIX les son favorables a su condición de seres débiles de la sociedad. Aunque esta modernidad no les abrió ningún espacio específico para ellas, de hecho ratificó su ámbito de influencia social como el hogar, sí les permitió comenzar a participar en diferentes roles donde antes ni siquiera tenían cabida. En este sentido, se produce una paradoja porque en el cambio democratizador la mitad de la población quedó fuera de él. También por esta situación se entiende que algunas mujeres, como las que veremos, hayan transgredido estas barreras y marcaran la pauta a las demás, ya que era impensable que se respetara un modelo único de mujer en un período de grandes transformaciones. Con mayor o menor ingenuidad las mujeres rechazaron las normas comunes de comportamientos sociales relativos a su sexo, así algunas cultivaron las artes, el pensamiento, la estética, etc. para mostrar su forma de percibir y desarmar un orden establecido que no compartían.

      La supresión de la desigualdad de oportunidades sociales entre hombres y mujeres es un deseo antiguo. La de las mujeres, en este caso, se caracterizó por una lenta ascensión social. Recién en 1920 se autoriza a las mujeres a afiliarse a algún sindicato sin el consentimiento de sus maridos. Sin embargo, habrá que esperar hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial para que las mujeres ocupen por fin posiciones sociales activas, hasta ese momento monopolizadas por los hombres, debido a que las revoluciones del siglo XIX y las guerras del XX llamaron a las mujeres a realizar tareas antes inimaginables, pero luego ellas debían volver a sus labores cotidianas y permitidas: las relacionadas con el hogar y la familia. En estos momentos claramente existía un “sutil juego masculino entre la invitación y el rechazo, entre la exclusión y la participación de las mujeres en cuestiones que conciernen al Estado y a la nación”[5] Esta ascensión de la mujer en la sociedad también implica un cambio en la relación de los cónyuges, en términos económicos, de independencia, de valoración y de autovaloración.

      Habrá que esperar hasta el siglo XX para que surja, como productos de estas transformaciones, el feminismo como corriente todavía oculta e insegura. La revolución industrial y la profundidad de los cambios introducidos por este proceso exigen una revisión del papel tradicional de la mujer. El trabajo femenino en industrias y otras labores consideradas masculinas ya es un hecho y recién se empieza a poner atención sobre esto. El pago por hora a las mujeres es inferior al de los hombres en todos los países industrializados. Más allá de los límites de estos trabajos femeninos, un número cada vez más elevado de mujeres se plantean desde finales del siglo XIX el acceso a los sectores profesionales más cualificados, los de las profesiones de formación universitaria y profesiones liberales. Tema que despertó variadas inquietudes como, por ejemplo, si el cuerpo de la mujer estaba preparado para el trabajo, si ella sería capaz de realizarlo, si realmente le correspondía, etc.

      Durante el siglo XIX existen algunas figuras feministas de destacada importancia por el revuelo que causaron. Un ejemplo de ellas es Harriet Martineau (1802-1876) quien rehusó el matrimonio y se dedicó a escribir, desarrollando una técnica de observación sicológica y política mucho antes de la institucionalización de las ciencias sociales. A los treinta años publicó un análisis de economía política y también una obra relativa al papel de las mujeres y su situación política en Europa y Estados Unidos. Sus escritos estimularon el nacimiento de muchos movimientos progresistas en Inglaterra, sobre todo cuando se refería a la educación de las mujeres y al derecho a sufragio. Este es sólo un ejemplo de una mujer que revolucionó el orden socialmente establecido y que marcaría un precedente para el camino que seguirán otras mujeres en el siglo XX.

      Casos aislados como este comienzan a disolver la antigua división existente entre las esferas de participación masculina y femenina, es decir, la pública y la privada. Con anterioridad a la revolución francesa se asociaba a las mujeres con el hogar, con los espacios privados, porque era el lugar que, por su sexo, les correspondía socialmente. Las mujeres habían sido por largo tiempo el símbolo de la fragilidad que tenía que ser protegida del mundo exterior (el público) Por lo tanto, se habían transformado en el emblema de lo privado; emblema que comenzaría lentamente a cambiar, entre otros aspectos por la educación laica que se comienza a otorgar a las mujeres.

      A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX se difunde y se acentúa el sentimiento de la identidad individual, existen progresos en la alfabetización y en la escolaridad. La existencia y práctica de la educación laica se vinculaba con lo público, es decir, con la que no se impartía en el hogar. A mediados del siglo XIX en Francia, el interés del Estado por la educación femenina comienza a extenderse a una enseñanza secundaria todavía no creada. Treinta años después la República creará una enseñanza secundaria de Estado, despojada de toda referencia religiosa específica para las niñas, importante antecedente para la laicización de las costumbres y formas de educar al mundo femenino. Esta nueva enseñanza fue el vehículo de cambios progresistas en la condición femenina. Aunque en esta época esta educación es diferente a la otorgada a los hombres y sus trabajos son especiales a su género. La personalidad femenina seguía siendo la misma que se imaginaban y esperaban los hombres. En el caso de la representación, el cuerpo femenino que no proporcionara placer visual al mundo masculino resultaba casi imposible de imaginar. Por otra parte, existían ya mujeres que participaban en escenas nocturnas y bohemias, gracias a una suerte de exhibicionismo creciente. Cantantes como la Malibrán (1808-1836), actrices como Sarah Bernhardt (1844-1923), bailarinas como Carlotta Grisi (1819-1899) y Marie Taglioni (1804-1884), hipnotizaron tanto a los públicos masculinos como a los femeninos en Europa y en Estados Unidos. “Tras su estela surgió toda una imaginería popular que contribuyó a difundir su fama tanto como las apariciones reales en el escenario”[6] Los cuadros de figuras famosas también creaban mitos acerca del cuerpo femenino, pero los que valorizaban a las mujeres describían y celebraban la capacidad de éstas para transformar sus cuerpos en actuaciones técnicamente brillantes. Sin embargo, el retrato más popular y la imagen femenina de mayor valor en esta época corresponde a la Virgen María, ejemplificando así la importancia de los valores femeninos, religiosos y morales que primaban en la época con respecto al modelo de la mujer en la sociedad.

      Con la llegada del siglo XX, de la modernidad, comienza la expansión del mercado, el auge de la producción, la explotación de las técnicas, etc., que impulsan una gran intensidad del consumo y de los intercambios. “Los anuncios publicitarios excitan el deseo. Las comunicaciones estimulan la movilidad. El tren, la bicicleta y el automóvil impulsan la circulación de personas y cosas. El correo y el telégrafo personalizan la información. La capilaridad de las modas diversifica las apariencias. La fotografía multiplica la imagen de sí…”[7]

      Por otra parte los crecientes niveles de escolarización, el aumento de la edad de matrimonio, la situación demográfica resultado de los conflictos bélicos y el incremento de las clases medias, favorecen el acceso de mujeres jóvenes a estudios superiores y, como consecuencia, a niveles profesionales de mayor calificación y estatus social. En ello juegan un papel activo la lucha de las mujeres por su participación en la vida pública, su acceso a la ciudadanía, las propias necesidades del capitalismo y del nuevo mercado laboral, y la educación como forma de acceso a un trabajo mejor calificado.

      Unido a este ambiente de progreso de principios de siglo XX los años de guerra también constituyeron una experiencia de intensas modificaciones para las mujeres, debido a que les permitió desarrollarse en ámbitos diferentes a los anteriores. Se vieron obligadas a salir de sus hogares para reemplazar a los hombres que se encontraban combatiendo. En esta fase las mujeres se mostraban orgullosas de sus nuevas labores, nunca antes practicadas. También por la guerra se produce una crisis de identidad masculina que da pie a las mujeres para actuar o hacerse espacio en otros ámbitos desconocidos. Sin embargo, no hay que olvidarse que antes de la guerra había comenzado, por lo menos, en el plano de las ideas un nuevo sistema de relaciones entre los sexos, aunque sólo fue un comienzo.

      A comienzos del siglo XX las bajas demográficas en Europa fueron espectaculares. Además, de los miles de muertos a raíz de la Primera Guerra Mundial se deben sumar las bajas resultadas de la revolución rusa, la gripe, el tifus y otros conflictos. La mayor parte de los muertos eran hombres jóvenes cuya ausencia en la Europa de la posguerra tuvo grandes y aterradoras consecuencias para los que sobrevivieron. “Magnus Hirchsfeld, precursor de las investigaciones sobre sexualidad humana, describió la contienda como ‘ la mayor catástrofe sexual sobrevenida al hombre civilizado’ “[8]

      La Gran Guerra, significó un vuelco completo de las estructuras sociales. Es lógico entonces que la relación entre los sexos también se vería modificada.

      En el transcurso de la contienda hubo una notoria modificación de los papeles sexuales: mujeres y niños, comenzaron a valerse por si mismos prescindiendo de la figura paterna. Por otra parte, una vez finalizado el conflicto aquellos que regresaron a sus hogares traían cicatrices físicas y mentales de sus experiencias. Eran incapaces de reintegrarse a la vida civil, obsesionados por los recuerdos bélicos muchos cometieron suicidios o incurrieron en violencia física al interior de su familia con el fin de afirmar la autoridad perdida. Lejos quedó la imagen del hombre que volvía de la guerra como héroe henchido de orgullo y satisfecho por el cumplimiento patriótico. Al comenzar la guerra todas las naciones europeas estaba entusiasmadas de poder demostrar su fiereza y su valentía, pero estas pretensiones chocaron con la realidad: una contienda que se alargó mucho más de lo esperado y en la que los hombres tuvieron que internarse en el insalubre ambiente de las trincheras en las que pasarían la mayor parte del tiempo bajo  tierra. Nada más alejado de la idílica imagen del soldado que ondea la bandera victorioso luego de una rápida y efectiva batalla: “Inmóviles. Hundidos en el barro y en la sangre de las trincheras, condenados a esperar las heridas mortales o el asalto de los cañones enemigos, víctimas a veces de enfermedades femeninas como la histeria…, los combatientes experimentan el sentimiento de una regresión al estado salvaje y viven la guerra como una impotencia pública y privada. Cuando ellos corrían al salto del enemigo, las mujeres esperaban, piadosamente. Ahora que ellas, en su ausencia, acceden al espacio y a las responsabilidades públicas para hacer funcionar la maquinaria de guerra, tienen miedo de verse desposeídos o engañados”[9] 

      De este modo, la guerra produjo un grave desequilibrio en la estructura familiar y social en desmedro del poder patriarcal. Esta atmósfera de crisis de posguerra combinada con una serie de motines, insurrecciones y pequeñas revoluciones hizo que se incrementara la sensación de un completo colapso en el orden social.

      Como ocurriría también después de la Segunda Guerra Mundial el Estado asume un papel paternalista interviniendo y reafirmando los valores de la cohesión familiar con objeto de señalar a las mujeres el puesto que les correspondía. De esta manera, las mujeres fueron exhortadas por las políticas estatales a regresar a las labores del hogar y a la maternidad para paliar la grave crisis demográfica y a abandonar las ocupaciones que habían desempeñado durante la guerra. No obstante, el incipiente proceso de emancipación ya se había iniciado. A pesar de los intentos oficiales las mujeres europeas ya habían probado su capacidad de desempeño en otras labores y ya no sería fácil hacerles echar pie atrás.

      “Todo esto significaba exorcizar una aterradora visión que había surgido durante la guerra: la joven independiente y emancipada con su propio lugar en el mundo laboral y sus propios ingresos” [10]

      Se comenzó a desarrollar una aprehensión creciente a los nuevos y modernos modelos femeninos, después de las guerras mundiales y como consecuencia del progreso tecnológico, pues se temía que no contribuirían al concebido como deber patriótico, de recuperación de Europa a  través de la maternidad. Se critica la vida de las mujeres europeas de la posguerra, las costumbres cada vez más liberales impresionan a muchos hombres. Las garconnes de los locos años 20’ y sus cortas melenas y caderas estrechas fueron acusadas de manifestar un amor egoísta por el placer. Las escandalizadas palabras de un francés así lo atestiguan: “ ‘Fumando, de pelo corto y vestidas con pijamas o prendas deportivas (…)las mujeres se parecen cada vez más a sus acompañantes, ¿cómo es posible que tales seres andróginos se conviertan en madres responsables?’”[11].

      Las connotaciones políticas de estas y otras observaciones se hacían evidentes. Los bolcheviques ofrecían una serie de triunfos a las mujeres bajo su control, se les permitió solicitar el divorcio y se barrieron algunos privilegios patriarcales. Algunos políticos soviéticos consideraban la posibilidad de terminar definitivamente con el matrimonio y estimular en cambio las uniones libres.

      Considerando el clima antibolchevique imperante en Europa estas tendencias del este difícilmente contribuyeron a la causa femenina en el resto del continente. Si bien es cierto que las mujeres ganaron el derecho a voto en muchas de las nuevas Constituciones, no es menos cierto que no lo consiguieron en el resto, como en Francia, Italia y Grecia y sólo de manera muy limitada en Gran Bretaña en 1928. En 1915 aproximadamente el derecho femenino al voto todavía no está claro. Pero sí existe una insinuación del tema. “Pero el activismo optimista de las feministas oculta muchas dificultades; el impulso de 1914 se ha quebrado por la división y la dispersión del movimiento que siguieron al militarismo bélico, a la revolución rusa o a las dificultades personales de los cabecillas; ante los múltiples problemas del momento, la cuestión femenina no se presenta como una cuestión urgente para muchos hombres políticos y, en todo caso, más relacionada con la gravedad de la despoblación que con los derechos de las mujeres”[12]

      Surgieron además escisiones en el seno del movimiento feminista. Algunas mujeres consideraban que el sufragio era una pobre victoria y que la contienda tenía que estar centrada sobre todo en cuestiones relacionadas con el aspecto laboral y la vida práctica.

      Otro obstáculo a la causa femenina fue el impuesto por los sindicatos de hombres y los ex combatientes que lucharon para que las mujeres dejaran los trabajos conseguidos durante la guerra en beneficio de los hombres.

     En contraste con el hedonismo de la mujer trabajadora, soltera e independiente económicamente se ensalzaba la figura de la madre abnegada, cariñosa y patriótica. La propaganda fascista lo expresaba en estos términos: “La maternidad constituye el patriotismo de las mujeres”[13]

      Incluso en el seno de la Unión Soviética, Stalin vislumbró el peligro que suponían las altas tasas de divorcio y de aborto y se decidió a apoyar a la familia tradicional.

      Las reivindicaciones aspiradas por las mujeres durante el siglo se fueron modificando. En principio el interés primordial estaba en obtener derecho a voto por lo que se denominaron sufragistas, pero con los cambios en el orden social y cultural sus demandas se ampliaron hacia el área laboral y económica.

      A partir de la década de 1940  comienza a desarrollarse una política estatal relativa al trabajo femenino. No se puede obviar el miedo que la burguesía sentía frente a dejar importantes responsabilidades en manos de mujeres. La creencia de que las mujeres que trabajaban perdían inmediatamente su feminidad era algo generalmente aceptado. Esto, más que nada en el caso de mujeres obreras, no así en el rol de amas de casa.

      Se trata de  un nuevo mundo, donde se conoce con profundidad la sexualidad, el cuerpo, las enfermedades, la medicina  Se aspira y se propaga la idea del individualismo, las elecciones propias, las metas personales, el cuerpo, etc. Este empuje del individualismo alcanza todas las capas sociales, especialmente las urbanas.

      En medio de esta época de grandes y profundos cambios se encuentran tres categorías que sacuden el anterior modelo: los jóvenes, las mujeres y las vanguardias intelectuales y artísticas. Las mujeres, tema que nos interesa, al acceder a nuevas profesiones y libertades, reivindican con más energía el derecho al trabajo, a viajar y a amar. Como expresión colectiva, el feminismo intermitente del siglo XIX se había convertido en un movimiento constante. A través de periódicos en Francia, grupos y congresos, exige la igualdad de derechos civiles y políticos, apoyándose en una doble argumentación: la del papel social y maternal de las mujeres, pero también de la lógica de los derechos naturales, como las de todo ser humano. “Pero estos cambios, a decir verdad más apuntados que efectuados, encuentran por todas partes formidables resistencias, religiosas, morales y políticas”[14].

      Sin embargo, existe una pregunta sin respuesta: ¿Constituyeron los años de guerra una experiencia positiva o una época feliz para las mujeres?  Muchas fuentes muestran el orgullo que tenía la mujer en aquella época por salir a trabajar en labores que antes no realizaban. “Es verdad que, para las mujeres, la guerra constituye una experiencia de libertad y de responsabilidad sin precedentes. Ante todo por la valorización del trabajo femenino al servicio de la patria y por la apertura de nuevas oportunidades profesionales, nuevas oportunidades en las que, muchas veces con placer, descubren el manejo de herramientas y de técnicas ignoradas”[15] Por necesidad, la guerra elimina las barreras que separaban los trabajos masculinos y los femeninos. Francia será el país que liderará esta corriente, al contar con algunos cientos de mujeres médicas y unas decenas de abogadas en 1914, y en 1918 abre las puertas de la escuela de ingenieros. Por montones comienzan a estudiar en las universidades, provocando grandes elogios o miradas extrañas. Finalmente, tanto en Europa como en Estados Unidos asombra la resistencia a la modificación de los roles y la voluntad de encasillar a las mujeres en trabajos auxiliares que tuvieran relación con su naturaleza inmutable. No obstante, la profesión de enfermera es muy valorada durante la primera guerra mundial.

      Es difícil hacer un balance de la situación de la mujer en la sociedad de posguerra. La desmovilización femenina, inmediatamente después de terminada la guerra es rápida y masiva, sobre todo para las mujeres obreras. Claramente, existían dos posturas: la que criticaba a esta mujer moderna que trabajaba, defendiendo el rol social de la mujer, y la que apoyaba esta nueva fase femenina. En definitiva, existe un carácter provisional y superficial de los cambios, con una constante de subordinación de los roles femeninos a los masculinos.  La guerra también aparece como el momento para abrir brechas entre la distribución de las tareas y el equilibrio de los poderes, pero específicamente ha atenuado poco la división sexual del trabajo.

      La conquista más importante parece ser la libertad de movimiento y de actitud que la mujer aprendió en la soledad y en el ejercicio de sus responsabilidades. “Libres de las tareas del corsé, de los vestidos largos y ajustados,  de los sombreros molestos y a veces los moños, reemplazados por el peinado de las mujeres masculinizadas, el cuerpo femenino puede moverse”[16] Pero también está presente la dicotomía entre la liberalización femenina y la vuelta a sus roles tradicionales. La guerra tuvo un carácter conservador en cuanto a las relaciones entre los sexos, pero también resultó útil a las mujeres, así lo señala la frase “´la guerra de 1914 fue el 1789 de las mujeres´”[17]

      Por otra parte, a mediados del siglo XX empieza a funcionar un nuevo tipo de prensa, la liderada por mujeres, a pesar de que ya existían algunas desde el siglo XIX, sólo ahora funcionarán como fuerza cultural. Entre los periódicos de moda, el más célebre de todos era Le Petit Écho de la Mode. Las publicaciones de este tipo se limitaban a dar consejos en materia de modas. En vísperas de la guerra de 1940, con Marie Claire (1937) y Confidences (1938), que muy luego sobrepasaron el millón de ejemplares, aparece un nuevo tipo de revista, Elle, en 1945. Estas revistas no se limitan a dar un consejo acabado sobre recetas de cocina, modelos de costura o tejidos. También explicaban a las lectoras cómo maquillarse, seducir a sus maridos, educar a sus hijos, etc. Por lo tanto, revolucionaron en las temáticas que trataron y en el modo de ver a las mujeres como agentes activas de participación social.

      Para tener un acercamiento personal con las lectoras, estas revistas femeninas  emprendieron un diálogo con ellas. Les propusieron encuestas, historias sobre las cuales se les pedía su opinión, etc. También abrieron un correo del corazón que se transformó en un apartado muy exitoso. Evelyne Sullerot cita a este respecto el ejemplo de Confidences, donde el correo se amontonaba, “terrible río de angustia, tormentos, enfermedades y de vicios, llamadas de socorro de toda laya. Este maremoto demostraba demasiado bien que la creación de este confesionario anónimo respondía a una necesidad”[18] Varias mujeres se convertirán en directoras espirituales de sus lectoras y comenzarán a abrir un espacio nuevo en la forma de abordar temas femeninos en público y en un lugar propio.

      En 1932 salió una conocida revista femenina,  Votre Beauté, y se vio invadida por perfumistas y comerciantes de productos de belleza. La publicidad empezó a encontrar en las revistas femeninas un soporte interesante, unida a las fotografías y las nuevas imágenes que hacían soñar a las mujeres, empiezan también a difundir nuevos valores, normas de conducta y formas de consumo. Publicitan viajes, lencería, productos de belleza, culto al cuerpo, nuevos productos alimenticios, innovaciones en el trabajo doméstico, en la cocina, nuevos artefactos, etc. De esta forma, la publicidad transmite un nuevo modo de vida y nueva percepción de las mujeres como agentes sociales activos y aceptadas como tales. De hecho, la publicidad ha contribuido mucho al desmoronamiento de las antiguas reglas de la vida privada.

      La explosión de los grandes medios de comunicación en la década del treinta popularizó el tema de la mujer contemporánea y su rol en la sociedad, además de cambiar su imagen, formando nuevas identidades visuales respecto a ella. La publicidad acuñaba una nueva definición de feminidad en términos de apariencia y de objetos: vestimenta, cosméticos y accesorios. Las apariencias eran cada vez más importantes para la identidad femenina, así las imágenes desempeñaron un papel correspondientemente mayor en la autopercepción de las mujeres. Las que ingresaban en el mundo artístico comenzaron lentamente a cambiar la imagen femenina que se tenía de sí misma.

       Las mujeres tuvieron que enfrentar complejas y cambiantes configuraciones de valores estéticos, económicos, sexuales, tecnológicos y políticos que se materializaban como formas, instituciones o industrias artísticas y a la vez constituían la cultura visual. Algunos de estos valores eran compatibles con los de la feminidad, pero muchos no lo eran. Ellas hubieron de reconciliar valores conflictivos e idear nuevas configuraciones de sentido a fin de crear un espacio para sí mismas allí donde no había ninguno. En definitiva, hubieron de inventar carreras, formas de arte y de feminidad.

       Es en este contexto, donde veremos la vida de seis mujeres que transgredieron e inventaron un nuevo canon de comportamiento social.

[1] Ibíd., pág. 49.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd., pág. 240.

[4] Historia de las mujeres, Georges Duby y Michelle Perrot, traducción de Marco Aurelio Galmarini. Editorial Santillana, Madrid, 2000, tomo 4, pág. 21.

 [6] Ibíd., pág. 314.

[7] Historia de la vida privada, Phillipe Aries, Georges Duby, traducción de Francisco Pérez Gutiérrez y Beatriz García. Editorial Santillana, Madrid, tomo 5, 2001, pág. 576. 

[8] Mazower Mark, La Europa negra, Ediciones B, Barcelona 1998, pág. 98.

[9] “Historia de la mujeres”. Tomo V, pág 64

[10] Ibid. Pág.99 (Mazower)

[11] Ibid.

[12] Ibid., pág. 95.

[13] Ibid, pág. 100.

[14] Ibid., Tomo 4, pág. 577.

[15] Historia de las mujeres, Tomo 5, pág. 65.

[16] Historia de las mujeres, tomo 5, pág. 102.

[17] Ibid., pág. 508.

[18] Ibid., Tomo 5, pág. 128.

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