Magallanes y su incorporación a Chile

Blog Corral Victoria

      La decisión del Presidente Manuel Bulnes de tomar posesión efectiva del Estrecho de Magallanes y su territorio circundante, fue, por su significado geopolítico, una de las medidas de mayor trascendencia adoptadas por la República chilena en tiempos de paz.

Inspirada por la genialidad visionaria de Bernardo O’Higgins,  permitió la incorporación a la jurisdicción chilena de tierras que hasta entonces eran vistas como res nullius, esto es, cosa de nadie. Con ello, casi se dobló la superficie que el país tenía en esa época, otorgándole a Chile el control del paso interoceánico y un enorme potencial de recursos naturales de gran importancia económica. El desafío de llevar adelante esta gran empresa fue encomendada a nuestra Armada y se materializó el 21 de septiembre de 1843, cuando el marino Juan Williams, a bordo de la goleta Ancud, fondeó en Santa Ana, costa oriental central de la península de Brunswick (Patagonia), y procedió a la toma de posesión definitiva del territorio.

Inmediatamente, se procedió a construir en el promontorio de Santa Ana, el Fuerte Bulnes, iniciándose el proceso de colonización. Sin embargo, al cabo de pocos años, el auspicioso comienzo se vio comprometido debido al rigor climático, escasez de agua, carencia de tierras aptas para el cultivo, lejanía de los bosques para la madera, etc., que llevaron a trasladar  este primer asentamiento nacional en la zona a medio centenar de kilómetros hacia el norte, hasta la punta Arenosa, a cuya vera desembocaba el río del Carbón. Esa acertada decisión aseguró la continuidad de la jurisdicción chilena sobre los territorios de la Patagonia y la Tierra del Fuego.

Pese a todo, el paso del tiempo no trajo consigo el desarrollo esperado. Durante las dos siguientes décadas, la debilidad del respaldo gubernativo central y la infortunada decisión de hacer de ese hermoso y remoto paraje un sitio de relegación penal, generó desconcierto y desánimo, pareciendo que todo el esfuerzo inicial había sido infructuoso. Sin embargo, un conjunto de disposiciones impulsadas a partir de 1867 por el Presidente José J. Pérez cooperaron a la radicación de nuevos colonos. Así, en menos de un lustro, el otrora miserable puesto penal-militar se transformó, paulatinamente, en una colonia en forma, con inmigrantes dispuestos a luchar contra la adversidad.

De este modo, aunque no sin dificultades, Punta Arenas, la capital de la provincia magallánica, encontró el rumbo que necesitaba para su progreso. La  introducción de la crianza ovina extensiva, la ventajosa posición de la ciudad como escala obligada en la ruta de navegación comercial entre Europa y el Pacífico sudoriental y el arribo incesante de inmigrantes de diversas nacionalidades que aportaron laboriosidad creativa, fueron factores dinamizadores que interactuaron positivamente para el crecimiento y desarrollo de la zona. De hecho, a partir de 1880 y hasta mediados de la primera década del siglo XX, Punta Arenas y sus alrededores se fue poblando de pioneros, gente de distinta procedencia étnica y cultural que con esfuerzo, trabajo, tenacidad y talento creativo, protagonizaron la gran epopeya de darle forma y vida a una región otrora desolada.

Su fruto fue el surgimiento de un nuevo espacio productivo para Chile, cuyo pujante desarrollo permitió consolidar y darle una nueva dimensión civilizada a  esa tierra lejana que comenzó a vivir un período de gran progreso.

      Entre 1910 y 1920, dicho progreso se materializó con la crianza ovina extensiva que se convirtió  en la actividad dominante y vertebradora de la producción regional. Sus efectos multiplicadores para la industria, el comercio, navegación, banca y servicios, permitieron una mejora de infraestructura y, a su gente, insertarse de mejor forma al mundo laboral. A ello se debe añadir que la posición portuaria de Punta Arenas, a horcajadas de las rutas marítimas transoceánicas, le otorgaron a la ciudad-puerto una preponderancia hegemónica indiscutida sobre el vasto entorno geográfico patagónico-fueguino, más allá de las fronteras nacionales.

Protagonista calificado de ese proceso fue el empresariado local, surgido de  entre los más dinámicos y creativos pioneros nacionales y extranjeros que habían llegado a la región a fines del siglo XIX. Éstos centraron sus energías en dar forma a nuevos emprendimientos vinculados con los recursos naturales existentes, aprovechando –en un proceso autogenerado y auto sostenido– las condiciones geográficas de su entorno.

En el ámbito social, dicho desarrollo tuvo un relevante correlato. La población en la zona se multiplicó más allá de todo cálculo, nutrida por una nueva camada de inmigración libre, que procedente principalmente de Europa, tuvo un lugar donde asentarse y progresar. En general, sus altos niveles de instrucción  – considerando los estándares de la época en Chile–, obligaron a generar más y mejores escuelas, para una demanda en aumento. Por otra parte, las manifestaciones culturales y artísticas comenzaron a formar parte de la vida cotidiana, incentivando la sociabilidad y el apego cada vez mayor a lo propio. El espíritu de fraterna convivencia y solidaridad permitió, asimismo, el surgimiento de entidades mutuales, de beneficencia y de organización laboral que propugnaron mejorar el estándar de vida de todos sus habitantes. Ello se manifestó en niveles cada vez más satisfactorios en el ámbito de atención médica y hospitalaria, la higiene y la disponibilidad de servicios esenciales como el agua potable y alcantarillado, convirtiendo a Magallanes en un ejemplo para otras regiones del país.

Si bien este período fue de auge y brillo en muchos aspectos, tuvo su lado oscuro, motivado especialmente por hechos externos, ajenos a la comunidad magallánica y que hicieron mella en sus posibilidades de mayor crecimiento. Hubo, por ejemplo, trabas para el comercio marítimo impuestas  por Argentina y la instauración de una aduana que significó la pérdida de la libertad mercantil que databa de medio siglo, con graves consecuencias económicas y sociales. A ello hay que agregar los efectos de la I Guerra Mundial con la disminución del tráfico marítimo de ultramar y la apertura del Canal de Panamá, que posibilitó otra ruta de paso entre el Atlántico y el Pacífico.

      Fue la mirada “ajena”, más que la propia, la de los visitantes esporádicos y de paso, la que reparó en las debilidades y problemas de Magallanes. Numerosos fueron los extranjeros y connacionales que venían del norte, que dejaron constancia de sus apreciaciones. Algunas fueron ligeras y superficiales, otras más detenidas y profundas; unas subjetivas por la carga de prejuicios, otras más objetivas, serias y reflexivas, sin dejar de lado aquellas neutrales.

Categorías
Entradas recientes