Los avatares de nuestra Canción Nacional

Blog Corral Victoria

      Uno de los recuerdos más perecederos de este Mundial 2014 no sólo serán  la garra y mentalidad ganadora del equipo que salió a la cancha, sino que también la fuerza y orgullo de todo un pueblo que previo a cada partido entonó al unísono nuestra canción nacional.

      Desde el principio de la gesta emancipadora, tuvimos escudo y bandera, pero curiosamente, faltaba una canción que reflejara el sentimiento más profundo de los chilenos y se convirtiera en un símbolo de nuestra nacionalidad. Tanto e así que después de Chacabuco (12 de febrero de 1817) cundieron en los sectores  populares canciones y danzas argentinas traídas por los soldados del Ejército de Los Andes. Dada la carencia de un himno netamente chileno, se hizo entonces habitual,  como expresión de exaltación patriótica, cantar en algunas ocasiones el himno nacional argentino. Vicente Perez Rosales cuenta, por ejemplo, que cuando se festejó el regreso de su abuelo que había sido desterrado a la isla Juan Fernandez por los españoles, los concurrentes al sarao que tuvo lugar en Santiago, entonaron dicho himno y que todos quedaron impresionados cuando San Martín, al llegar a la fiesta “hízose oír electrizando a todos con su voz de bajo, áspera pero afinada.”

      Fue Bernardo O’Higgins quien comprendió como nadie la necesidad de darle a Chile un himno que fuera un medio para que la gente exteriorizara multitudinariamente sus sentimientos de amor a Chile, empeñándose en lograr que el país tuviera una canción nacional.  En efecto, con fecha 19 de julio de 1819, su ministro de Interior y Relaciones Extranjeras, Joaquín Echeverría, envío una interesante nota al Auditor General del Ejército, doctor Bernardo de  Vera y Pintado que decía lo siguiente:

      “Deseando su Excelencia que el aniversario del Dieciocho de Septiembre de este año se solemnice con la alegría y decoro correspondiente, me manda que encargue a usted la formación de una canción patriótica análoga a la fiesta y que pueda cantarse  en aquel día por distintos coros, confiando de su patriotismo y talento el pronto despacho de este encargo parta que haya tiempo de estudiarla.”

      Abogado, poeta y amigo de Camilo Henríquez, pese a que había nacido a orillas del lago Paraná en el Virreinato del Plata, Vera y Pintado había sido uno de los primeros en sufrir la represión realista por sus ideas libertarias  y desde un comienzo sostuvo la necesidad de que Chile se independizara de España. Había participado activamente en la organización del Ejército de Los Andes en Mendoza y junto con los demás soldados  cruzó la cordillera con el título de Auditor de Guerra.

      Honrado por el encargo realizado por el Director Supremo, a él le debemos los versos  del coro de nuestra canción nacional: “Dulce Patria recibe los votos, con que Chile en tus aras juró, que o la tumba serás de los libres, o el asilo contra la opresión.”  Aparte de éstos,  formaban la canción diez octavas en versos decasílabos, cuyas estrofas fueron escritas cuando aún no amainaba la odiosidad hacia el enemigo español. Prueba de ello fue  por ejemplo, la primera estrofa que decía: “Ciudadanos, el amor sagrado de la Patria os convoca a la lid. Libertad es el eco de alarma, la divisa triunfar o morir. El cadalso o la antigua cadena, os presenta el soberbio español…Arrancad el puñal al tirano; quebrantad ese cuello feroz.”

      Los encendidos versos de Vera y Pintado llevaban otras frases de similar factura: “mirad en el campo el cadáver del vil invasor”; “empeñad el coraje en las fieras que la España a extinguirnos mandó” o, “esos monstruos que cargan consigo el carácter infame y servil…” todas las cuales fueron aprobadas entusiastamente por O’Higgins y el Senado, quien rápidamente  le dio el título de Canción Nacional.

      Sin embargo, cuando se cantó por primera vez ese 18 de septiembre de 1819, se hizo con la música  del himno argentino ya que era el más conocido en Chile. Ello impulsó a que al año siguiente,  Domingo Arteaga, un destacado empresario teatral  que había sido militar y edecán de O’Higgins, quisiera enmendar la situación por lo que se afanó en la búsqueda de algún músico capaz de darle el ritmo y entonación necesaria al texto  de Vera y Pintado. Probó primero con un músico peruano quien  no logró conciliar música y letra, para luego terminar encargando  su  musicalización a Manuel Robles,  un simpático personaje de la bohemia santiaguina.  

      De melodía sencilla y pegajosa, la música de Robles fue aprendida rápidamente por el pueblo, y todas las noches antes de iniciar las funciones de teatro, se cantaba a coro por todos los presentes. Esta canción fue entonada por todos los chilenos y especialmente por los  soldados que lograron en 1826 expulsar de Chiloé al  último reducto español que quedaba en el país.

      Así y todo, el hecho que se fue tomando conciencia de que existían ciertas deficiencias estructurales en la música de Robles, llevaron a que en 1928 Mariano Egaña – Ministro Plenipotenciario en Londres- encargara una nueva musicalización a Ramón Carnicer, un notable y reconocido músico catalán quien puso la melodía que  hoy conocemos para nuestro himno. Cantado con los versos de Vera y Pintado por primera vez en diciembre de 1828, al principio no gustó.  El cambio generó polémica, porque ya todos se habían acostumbrado a la antigua musicalización, pero al final terminó por imponerse la mejor calidad artística de Carnicer.

      Pero fue en 1847, bajo el gobierno del general Manuel Bulnes, cuando se produjo un importante cambio en la letra. La morigeración de las pasiones y las buenas relaciones que se vivían con España, llevaron a las autoridades  a encargar a Eusebio Lillo – un joven de 21 años que trabajaba en el Ministerio del Interior-  que escribiera la letra de un nuevo himno, adecuado a las nuevas circunstancias. Lillo mantuvo el coro y escribió seis estrofas, siendo la quinta la que desde el 18 de septiembre de 1847 se canta hasta hoy con la música de Carnicer.

      La tercera estrofa de Lillo “vuestros nombres valientes soldados que habéis sido de Chile el sostén, nuestros pechos los llevan grabados, lo sabrán nuestros hijos también…” comenzó a cantarse espontáneamente después del 11 de septiembre de  1973, como un modo de agradecer la intervención militar de las Fuerzas Armadas. Posteriormente, al restablecerse la democracia, el Presidente Aylwin volvió a la tradición manteniendo sólo la quinta estrofa y el coro. Símbolo de unidad nacional, es ésta la que emocionó a todos durante el Mundial.    

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