Blog Corral Victoria
Recién a mediados del siglo XVII comenzaron a expandirse las haciendas en la zona del Maule, que era el último y más austral de los nueve corregimientos que dependían administrativamente de la provincia de Santiago y donde aún no se creaba ninguna ciudad.
Allí se fue desarrollando lentamente un modelo económico eminentemente agrario, centrado en la ganadería y en el cultivo del trigo y de la vid que generó una incipiente industria con el surgimiento de molinos harineros y bodegas para la elaboración de vinos. La ganadería también permitió la creación de una industria derivada, con la producción de cecinas, sebo, cueros y charqui, utilizándose también la lana de las ovejas y los cueros de las cabras de los que se obtenían cordobanes. Asimismo, se realizaban extracciones de productos como la brea, sustancia muy útil para la industria vitivinícola, sobre todo para el revestimiento de las vasijas.
La calidad, conservación y traslado del vino dependía de la vasija. A diferencia de lo que ocurría en España y México, hasta mediados del siglo XVIII, no se utilizaban recipientes de madera, sino de greda, aprovechándose la antigua tradición indígena de la alfarería.
Los vinos se elaboraban y conservaban en ese tipo de tinajas bodegueras que generalmente eran dejadas abiertas con el mosto en su interior, produciendo que el oxígeno hiciera perder al vino su olor. Recién se sellaban una vez que la fermentación del contenido se había producido utilizándose para ello una “pasta de arcilla mezclada con guano de caballo o con brea”. La fabricación de tinajas era una actividad adicional al proceso productivo de los vinos y ocupaba mano de obra y recursos de los productores. A veces, estas tinajas se arrendaban, lo que induce a pensar que su costo era alto.
Luego, para la etapa de transporte y distribución, el vino se fraccionaba en botijas u odres de cuero. La palabra “botija” derivaba de la “bota”, concepto que en España se usaba para denominar a los barriles en los cuales se almacenaba el vino. Para evitar fraudes, el Cabildo de Santiago dispuso en distintas ocasiones que éstas debían tener capacidad para contener una arroba de vino, es decir algo más de 16 litros, ya que muchos fabricantes anchaban sus paredes, para que contuvieran menos.
Dada nuestra geografía y las malas condiciones de los caminos, el odre de cuero fue el principal envase para transportar el vino de la zona a los centros de comercialización durante la Colonia. Las frágiles botijas de greda no eran capaces de resistir los viajes en mula, que era el medio de transporte más utilizado ya que a las carretas se les dificultaba el vadeo de ríos y la estrechez de los senderos.
Todo comenzó a cambiar a partir de mediados del siglo XIX con la llegada del ferrocarril, que fue un elemento clave para el desarrollo de la industria.