Blog Corral Victoria
El desastre económico en que estaba sumido el país, motivó a que en octubre de 1972 un grupo de académicos -la mayoría de ellos economistas que había hecho postgrados en la Universidad de Chicago- comenzara la elaboración de un programa de desarrollo económico social que conocido posteriormente como El Ladrillo, se transformó en la base fundamental de la política económica de libre mercado que implementó el gobierno militar. La génesis de cómo surgió la idea de elaborar este documento, está relatado en mi libro “Conversando con Roberto Kelly”, capitán de navío en retiro quien sirvió de primer nexo entre la Armada y los autores del programa, los cuales nunca se imaginaron que sus propuestas se harían realidad.
¿Cuál es el origen de El Ladrillo?
A fines de 1972 la situación política y económica en el país era desastrosa y las presiones para que las Fuerzas Armadas intervinieran se hicieron cada vez más abiertas. Pero la coyuntura específica que dio origen a esta idea fue la gira que realizó el presidente Allende en diciembre del 72 a Perú, Venezuela, México, la Unión Soviética, Cuba y Argelia. Como Carlos Prats asumió la vice-presidencia durante esos quince días, muchos consideramos que sería el momento apropiado para buscar una solución de facto. Partí entonces a Valparaíso a hablar con el almirante Merino y le planteé la idea de que las Fuerzas Armadas se movieran, aprovechando una eventual ayuda de Prats en el poder.
¿Hubo buena acogida?
Recuerdo que la respuesta de Merino fue muy asertiva: “Si nos movemos ahora, nos vamos a hacer cargo de este caos que no tiene salida y nos van a culpar a nosotros por esta situación. Porque la verdad es que no tenemos ningún proyecto alternativo que podríamos utilizar para salvar al país. Además, con la propaganda mundial que existe a favor de este gobierno, no podemos correr el riesgo de aventurarnos solos en un camino desconocido”.
¿Cuál fue su reacción?
Es que Merino tenía razón. Nada se sacaba con dar un golpe de fuerza si es que no se tenía claro hacia dónde debía marchar el país a futuro, sobre todo en materia económica. Le señalé entonces que había que ponerse a trabajar en serio y elaborar un plan que mostrara que había salida en un momento adecuado estaría dispuesto mostrárselo. Me contestó “tráemelo”. Volví a Santiago con la sensación que me había echado encima una enorme responsabilidad.
¿Qué curso de acción siguió?
Me reuní privadamente con Emilio Sanfuentes, quien a mi juicio era la persona indicada para armar equipo y cumplir la tarea encomendada. Era uno de los economistas del CESEC y formaba parte del grupo de Hernán dentro de El Mercurio. De hecho, yo lo había conocido a través suyo cuando se hizo cargo de la Editorial Lord Cochrane en el año 70 y se lo llevó a trabajar con él. Comenzamos a vernos con frecuencia y ahí intimamos. Llegamos a ser compadres, porque fui padrino de uno de sus hijos, quien lamentablemente murió. Era un hombre brillante, de gran simpatía y -como ya les conté- había estudiado Economía en Chicago. Sin duda, era la persona idónea para este trabajo por sus conocimientos, su experiencia en el grupo Edwards y su vinculación empresarial. Cuando le ofrecí el programa a Merino, pensé inmediatamente en Sanfuentes y para serte honesto, era tal mi deseo de terminar con el gobierno de Allende que no medité mucho. Sabía que tenía que confiar en alguien y lo hice en él. No me equivoqué.
¿Cómo se lo planteó a Sanfuentes?
Le conté mi conversación con Merino y le pregunté en cuánto tiempo se podría presentar un plan económico y social para sacar adelante al país. Me contestó que en 30 días, lo cual me pareció un plazo demasiado corto. En ese momento, yo no sabía que ya existía un esbozo de plan económico que habían realizado algunos economistas para la candidatura de Alessandri, pero que no había sido considerado por este y que podía servir de base para elaborar lo que posteriormente se conocería como El Ladrillo. Total que rápidamente le informé a Merino que en 90 días tendría el plan en sus manos…
¿A quiénes convocó Sanfuentes para esta tarea?
Yo no supe hasta después del 11 de septiembre cómo se organizó Emilio. Yo le encargué una misión, le di plena libertad para trabajar y solo le dije que necesitaba plena garantía de confidencialidad. Yo no participé del grupo que él organizó. Mi labor se ciñó a encargar el plan y ponerlo en manos de Merino cuando estuviera terminado. Posteriormente él me contó que después de hablar conmigo, se empezó a reunir informalmente con una serie de economistas que conocía personalmente y de los cuales tenía un alto concepto tanto por su excelencia académica como técnica. Aprovechando que la mayoría eran profesores universitarios, les planteó la necesidad de que, como profesionales, realizaran un descarnado diagnóstico de la situación económica del país y les pidió reunirse periódicamente para pensar en conjunto alternativas de solución al caos económico y social existente. No sé si los recordaré a todos, pero con seguridad en ese grupo estuvieron Sergio de Castro, Pablo Baraona, Alvaro Bardón, Sergio Undurraga, José Luis Zavala, Juan Villarzú, Manuel Cruzat, Juan Braun, Andrés Sanfuentes y, claro está, Emilio. Junto a ellos, creyendo que estaban haciendo un trabajo de investigación, trabajaron algunos alumnos destacados y recién egresados.
No todos los convocados tenían una misma visión política. De hecho, Andrés Sanfuentes, Juan Villarzú, José Luis Zavala y Alvaro Bardón eran democratacristianos. ¿Supo usted si hubo problemas para ponerse de acuerdo en la elaboración del plan?
Si hubo discrepancias fueron mínimas. Ellos trabajaron usando la metodología de un seminario académico y con un criterio eminentemente técnico. De este modo, hicieron abstracción incluso de las restricciones políticas que pudieran existir en el momento de querer implementar el plan. Por otra parte, la gran mayoría tenía un enfoque común dado por la formación que les había entregado la Universidad de Chicago. Creían en una economía descentralizada que permitiera al país utilizar -con el máximo nivel de eficiencia- tasas de crecimiento capaces de elevar la condición de vida de los chilenos.
¿Sabían ellos que estaban trabajando para un futuro plan de gobierno?
No tenían idea que se trataba de una petición concreta de parte de Merino. Emilio mantuvo el secreto y trabajaron pensando en hacer un aporte intelectual que no tenía muchos visos de implementarse. Las ideas del Ladrillo eran demasiado revolucionarias, tanto así que ni siquiera fueron acogidas por Jorge Alessandri y los empresarios que lo acompañaron en su campaña presidencial el año 70. Pero así como ellos no conocían el objetivo último de su trabajo, yo tampoco sabía quiénes eran ellos. Por ejemplo, pese a lo mucho que veía a Sergio Undurraga, quien estaba en ese tiempo en el Banco Edwards, nunca me di cuenta que estaba involucrado en este asunto.
¿Y se cumplió con el plazo de noventa días?
Para serte franco, no. Cada vez que le preguntaba a Emilio, me decía que se estaba trabajando, y bueno, empecé a presionarlo. En definitiva, a fines de mayo de 1973 -porque recuerdo que fue en la fecha del matrimonio de mi hijo Patricio- Emilio me entregó los primeros capítulos del plan. Me enteré entonces que se había reunido con toda la gente que estaba colaborando en su desarrollo y que habían tenido una larga sesión de trabajo en un hotel de Viña del Mar.
¿Cuándo entonces puso El Ladrillo a disposición de Merino?
A partir de los primeros días de junio, le fue llegando por partes. Yo se lo iba pasando a Troncoso, este resumía los conceptos principales y se lo entregaba a Merino.
¿Qué reacción tuvo el almirante al ir conociendo el plan?
Me imagino que le gustó, porque de lo contrario me lo habría hecho saber y no me hubiese presionado para que se terminara lo antes posible. Tengo entendido que ya cercanos al 11, pese a que aún no se había terminado, se lo comentó a Leigh.
¿Y cuál fue su impresión?
Para mí fue una gran sorpresa leer El Ladrillo. Por primera vez vi precisado con todas sus letras el concepto de extrema pobreza. Una cosa era haberse topado con ella muchas veces en la vida, pero otra verla definida en forma tan clara y concreta a fin de poder combatirla. Por otro lado, este trabajo me abrió los ojos y me hizo captar exactamente dónde estaban los puntos débiles de todo el proceso. Como marino, siempre pensé que los presidentes eran personas honorables, de buenas intenciones, a quienes el quehacer político nacional les impedía materializar sus propuestas debido a sus distintos compromisos políticos. Sin embargo, leyendo El Ladrillo me encontré con cosas muy claras. Me informé de que los problemas económicos del país se venían gestando desde hacía muchísimos años por la falta de políticas claras y focalizadas, que había una salida concreta al caos económico que estábamos sufriendo y que era posible tomar algunas medidas explícitas, que por drásticas que parecieran, nos permitirían entrar en la vía del crecimiento y desarrollo. Y simplemente creí en ellas.
¿Con quiénes compartió lo que estaba aprendiendo?
En esta etapa con muy pocas personas. Con Emilio, sin duda, quien siempre tuvo una excelente disposición para aclararme ideas y conceptos, con mis amigos José Radie y Claudio Labarca y también con los oficiales de la Armada Arturo Troncoso y circunstancialmente con Hugo Castro. Por eso, yo sostengo que El Ladrillo no solo fue una gran sorpresa para mí, sino que además constituyó una verdadera lección. En la medida en que me iban entregando los capítulos, los iba estudiando y armando mi propio archivo.
¿Por qué le llamaron “El Ladrillo”?
Le pusimos ese nombre, simplemente, porque se fue convirtiendo en un “mamotreto” a causa de la calidad de papel que se usó para transcribirlo página a página y luego reproducirlo. Lo bautizamos con ese nombre el día 11 de septiembre. Mientras en las calles del centro de Santiago se luchaba para tomar La* Moneda, nosotros copiábamos el plan en una máquina a “roneo”, en papel muy ordinario ya que la tinta se impregnaba por ambos lados. Nos resultó de un volumen del tamaño de un ladrillo. Consideramos que era un buen nombre para referirnos a él sin llamar la atención.