La elección presidencial de 1958

No soy candidato a nada.*
Jorge Alessandri Rodríguez
* Diario La Tercera, Santiago, agosto 2 de 1957.

    La historia es vida en el tiempo, solidez temporal, permanencia, una dimensión cuyo conocimiento resulta esencial para guiar la fugacidad del presente, motivo por el que cada época arroja sobre el pasado una mirada propia y característica, ordenando desde sus propias necesidades el sentido de lo acontecido. Para las últimas generaciones, la elección presidencial de 1958 suele ser percibida como el último hito de un ciclo histórico irremediablemente cerrado. En efecto, con la perspectiva que otorga medio siglo, se puede afirmar que hasta ese momento las contiendas cívicas tuvieron un sello estrictamente local, parroquial, si se quiere, en comparación con las que vendrían después, cuando el impulso revolucionario de concepciones ideológicas planetarias movilizó la política chilena con una dinámica diferente, vertiginosa, destinada a crear una realidad nueva. Dicho de otra manera, la elección de Jorge Alessandri Rodríguez fue la última oportunidad de quienes deseaban administrar eficientemente el orden de cosas existente, mientras en adelante el protagonismo correspondió a fuerzas que aspiraban a transformar ese orden de cosas.[1]

    El horizonte inmediato de la elección presidencial de aquel año es el fracaso del gobierno encabezado por Carlos Ibáñez del Campo (1952-1958). Como se recordará, el desprestigio de los partidos políticos había elevado al “general de la esperanza” a la primera magistratura de la nación. Él se encargaría de barrer las “camarillas ineficaces y corruptas” que, lejos de servir el interés común, se servían del aparato estatal para sus fines particulares. Pero ya no era el caudillo enérgico y realizador que, actuando en contrapunto con Arturo Alessandri, había dado forma al Estado moderno y consolidado la hegemonía de la clase media hacía ya dos décadas. Por el contrario, careciendo de un plan de conjunto y de apoyo político organizado, Ibáñez se limitó a limpiar su imagen de hombre fuerte, respetando ahora escrupulosamente la liturgia formal de la democracia, aunque dejando la solución de los asuntos públicos a la deriva. No es de extrañar, entonces, que en la lucha por sucederle las diversas candidaturas tuvieran en común el afán de conducción, ofreciendo cada una de ellas un camino para dotar de significado y coherencia a la acción política.

    La carrera presidencial se inició con las elecciones parlamentarias de marzo de 1957, destinadas a renovar en su totalidad la Cámara de Diputados y la mitad del Senado. En aquella oportunidad, el dictamen de la ciudadanía fue claro: el hombre providencial había desilusionado a quienes le habían elegido y los tan denostados partidos políticos volvían a fortalecerse. Así, las fuerzas ibañistas, aglutinadas en el partido Agrario – Laborista, otros movimientos menores y grupos corporativistas, más una masa heterogénea de elementos independientes, sufrieron una contundente derrota, mientras que los representantes de los partidos tradicionales  aumentaron su votación. De hecho, el partido radical se erigió en la colectividad  más votada en el país, con el 21.5% de los sufragios. La derecha, por su parte,  a través del partido liberal, consiguió un 15.4%, incrementando de manera significativa el número de diputados y el partido conservador unido un 13.8%. La izquierda en tanto, reagrupada desde 1956 en el Frente de Acción Popular (FRAP), recogió un 10.7% de los votos, mientras que la Falange Nacional alcanzó el 9.4% de las preferencias a nivel nacional, el mayor triunfo en su historia partidaria, lo que le permitió reelegir a su senador y  figura emblemática, Eduardo Frei Montalva,  e instalar a 14 de sus hombres en la Cámara de Diputados.

    La holgada victoria de Eduardo Frei en la senaduría de Santiago – obtuvo el primer lugar con 58.699. votos – y el éxito obtenido por Jorge Alessandri, que apoyado por el partido liberal fue elegido con una alta votación, catapultaron a ambos como posibles candidatos presidenciales. Mientras Frei desplegó una excelente campaña, recorriendo con su comando todas las comunas de su circunscripción electoral difundiendo como slogan el título de uno de sus libros, “La verdad tiene su hora”, Alessandri realizó una campaña de apenas 45 días,  sin estridencias que se opusieran a su estilo. Su candidatura senatorial había surgido luego que Osvaldo de Castro se negó a postular y que ningún otro militante liberal quiso “ir al sacrificio”. El candidato se encargó de recordar cada vez que pudo este hecho: “Me vi forzado a aceptarla porque se me ofreció en condiciones tales que habrían justificado se creyera que era el egoísmo lo que dominaba mi negativa. Por todos los medios posibles traté de evitarla… y he aceptado debido sólo a la gran presión que se me hizo.”[2]  Sea como fuere, Alessandri se presentó a sus electores como independiente. Una fotografía de cuerpo entero en la revista Zig-Zag, lo mostraba con sombrero, abrigo oscuro, caminando a paso firme por la calle. Al lado la leyenda: “Hay que interpretar a los independientes.” Y en otro aviso, se podía leer: Senador, lista Nº10. Jorge Alessandri Rodríguez. Ingeniero civil, empresario progresista y ecuánime, político de limpia y brillante trayectoria.”[3]

    Por otra parte, si bien en las parlamentarias no se había logrado perfilar nítidamente el liderazgo de un hombre del partido radical – pese a que Ángel Faivovich fue elegido senador por Santiago con la segunda votación – el hecho de ser la fuerza política más votada por la ciudadanía, había despertado el apetito presidencial del conglomerado, apostando a conformar nuevamente una plataforma electoral con algún aliado que le permitiera llegar otra vez a la Moneda. En tanto, la izquierda marxista estaba experimentando un proceso de unidad interna que le permitía pensar en un camino propio. Su experiencia en coaliciones multipartidistas inspiradas en el concepto de “Frente popular”, ideado por Dimitrov en Moscú el año 1935, había sido frustrante: sus compañeros de ruta, los radicales, habían terminado por ponerles fuera de la ley. La formación de la CUT en 1955, manejada por el partido Comunista – todavía en la clandestinidad -; la constitución al año siguiente del FRAP, sobre la base del Partido Socialista de Chile más el PADENA (partido democrático nacional), los socialistas populares, el partido democrático y el del trabajo; la unidad de los socialistas  y el éxito obtenido en el llamado a la movilización contra Ibáñez en Abril de 1957,  le hicieron ver su poder de convocatoria y la animaron a plantearse la posibilidad de una candidatura que representara un compromiso ideológico y social más estrecho con el frente de trabajadores.

    Dadas así las cosas, el panorama presidencial se presentaba complejo. Las distintas fuerzas políticas irían a una disputa a varias bandas, donde los diversos partidos debían elegir un abanderado que concitara la adhesión de sus potenciales electores, compitiendo en un escenario que ya era claramente el de una sociedad de masas.[4] Durante los meses que siguieron a las parlamentarias, cada uno de los conglomerados políticos se abocó a  la búsqueda del mejor hombre. Un preludio de lo que en definitiva ocurriría, fue la elección complementaria efectuada en marzo de 1958 para proveer un cargo de diputado en el Tercer Distrito de Santiago, vacante por el fallecimiento de Fernando Rojas Wolf, del partido liberal. Asignándole la importancia de un plebiscito, dado que faltaban menos de seis meses para la presidencial, los partidos se empeñaron a fondo. Frei escogió personalmente a Eduardo Simián, ingeniero de prestigio por su destacada participación en el descubrimiento de petróleo en la zona austral y muy conocido por haber sido arquero de un popular equipo de fútbol en su juventud. La izquierda postuló a René Aravena y los radicales a Juan Briones. Resultó electo el candidato del Alessandrismo, Enrique Edwards, con 29.051 votos, esto es, cinco mil quinientos sufragios sobre Simián, que apenas superó al candidato de la izquierda por dos mil preferencias. Briones, con 8.359 votos, ocupó el último lugar. Como tradicionalmente el tercer distrito era de tendencia centro-derecha, el comentarista Luis Hernández Parker, de reconocida influencia, afirmó que “el FRAP ocupa hoy el segundo lugar en el ranking presidencial.”[5]

    El primero de los candidatos presidenciales que saltó al ruedo fue Luis Bossay Leiva, senador por Valparaíso, quien fue proclamado a fines de junio de 1957 por la Convención Nacional del partido radical. Esta nominación – quizás un tanto apresurada -confiaba en su éxito a partir de dos supuestos: que el repunte eleccionario de las parlamentarias se trasladaría a su candidato, y que al menos un sector de la izquierda – los comunistas – más moderados que los socialistas y a quienes convenía ir amparados en una coalición amplia con reformistas de centro,[6] terminarían entregándole el apoyo.  Al decir de Chamudes, con el slogan “el pueblo te llama Lucho” que reemplazaba el nerudiano “el pueblo lo llama Gabriel”, los comunistas habían alimentado en Bossay toda clase de ilusiones. Éste habría escuchado las voces de sirena haciendo méritos ante ellos, pero quemando anticipadamente la posibilidad de cualquier otra combinación que pudiera llevarlo a La Moneda.[7]

    Luis Bossay, un porteño neto – nació el año 1912, cursó sus estudios primarios en la escuela pública Pedro Montt, los secundarios en el liceo Eduardo de la Barra y los superiores en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, sede Valparaíso. Era un hombre de partido en el sentido más cabal del término. Se había iniciado como dirigente estudiantil, siendo elegido en tres períodos consecutivos presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios y luego presidente nacional de la Juventud Radical. Dedicado por entero al activismo partidista, logró egresar de la Escuela de Derecho, pero sólo se tituló de abogado siendo ya un hombre maduro. Muy joven, en 1938, acompañó a Pedro Aguirre Cerda en las giras de su campaña electoral a lo largo y ancho del país, y pronto fue diputado por Valparaíso, representación que ejerció ininterrumpidamente entre 1941 y 1952. Integró el primer gabinete de Gabriel González Videla al frente del Ministerio del Trabajo, donde se distinguió al poner fin a la huelga de los mineros de El Teniente, logrando un acuerdo entre el presidente de la Kennecott Corporation, propietaria de la Braden Cooper – al que hizo venir desde los Estados Unidos – con los sindicatos de esa empresa cuprífera. Después fue nombrado ministro de Economía, elaborando el primer presupuesto de divisas para regular el comercio exterior y reorganizando el Comisariato de Subsistencias, dándole una estructura permanente, pues creía que “el abaratamiento de los precios no sólo se consigue a través de un organismo contralor e inspectivo, sino que promoviendo un aumento sustancial de exportaciones de productos manufacturados y semimanufacturados.”[8] A él le correspondió, también, iniciar la construcción de la Fundición Nacional de Minerales de Paipote. Fue elegido senador en marzo de 1953. Ya en la carrera presidencial, según la propaganda de su comando, para el candidato y “para toda persona que vive con los ojos abiertos, es evidente la expansión económica de Chile durante los últimos veinte años, especialmente desde 1938 a 1952. Bossay, desde el Senado y en su actividad rectora del Partido Radical, ha sido el continuador de la política económica practicada por los gobiernos de izquierda en el Gobierno de la República.”[9] Fiel a sus convicciones, en el documento citado se declaraba convencido de la necesidad de “proporcionar un amplio crédito a las empresas que producen elementos esenciales para la masa consumidora”, prometiendo rectificar  así “los planes irracionales, torcidos y confusos de la Misión Klein-Saks, ese tumor canceroso que brotó como última y fatal consecuencia de la política antieconómica y antipopular del gobierno de Ibáñez.”[10] Fácil es comprender que su ideario, en lo concreto, se reducía a profundizar una fórmula ya fracasada. En tal sentido, Bossay representaba el pasado.

    El segundo candidato que saltó al ruedo fue Eduardo Frei Montalva, que el   18 de julio de 1957 fue proclamado a través de un manifiesto público por quienes habían conformado su comando senatorial. A sabiendas que la fuerza electoral de la Falange era minoritaria, sus partidarios procuraron unir fuerzas con los conservadores socialcristianos, militantes del partido nacional cristiano, algunos agrarios- laboristas e independientes, acelerando la conformación del partido demócrata cristiano. De hecho, veinte días después, -el 28 de julio- se formalizó la creación del nuevo partido, que más allá de su objetivo doctrinal se formó con el claro propósito de aglutinar fuerzas para encarar, con un abanderado propio, las próximas elecciones presidenciales.

    El ideario demócrata cristiano no se caracterizaba por su nitidez. La Falange se había distinguido antaño por la claridad de sus principios[11] y una actitud bastante doctrinaria, pero los resultados electorales – esto es, el fruto del activismo desplegado por las “proféticas minorías de choque” vislumbradas por Maritain – habían sido siempre magros. Comprendiendo que si no lograba una gravitación más relevante la doctrina social-cristiana no pasaría de ser en la práctica una suerte de ética, buscó el poder construyendo una base electoral en el centro del arco político, cuya personificación sería Eduardo Frei. Éste, había sido elegido senador por Atacama y Coquimbo en 1949, siendo el primer falangista que llegó a la Cámara Alta, hecho que representa un punto crucial en su trayectoria si se recuerda que, “pese a su prestigio reciente, a sus libros, a los períodos en que había ejercido la presidencia de la Falange y, sobre todo, a su paso por el Ministerio de Obras Públicas, había sufrido 4 derrotas electorales a lo largo de su actuación pública.”[12] El Senado le proporcionó la tribuna que necesitaba para alcanzar una estatura política acorde con sus méritos. De hecho, su reelección en 1957, pero ahora como senador por Santiago, le convirtió en una figura nacional de relieve indiscutible. A partir de ese momento comenzó la construcción de la figura de un estadista, transformando incluso sus vacilaciones –muchas veces y hasta su muerte, en 1982, se le comparó a Hamlet- quizás inevitables dado que pretendía representar una posición equidistante tanto de Allende como de Alessandri, en una virtud capaz de interpretar a un sector significativo de la masa ciudadana.[13]

     Por lo anterior, no ofreció un programa muy estructurado durante la campaña, pero recorrió el país con singular intensidad, buscando el contacto afectivo con los electores. “En las concentraciones, luego de los discursos introductorios, pronunciados por algunos de los parlamentarios o dirigentes regionales, Eduardo Frei era anunciado. Saludaba con el brazo derecho en alto, la mano abierta, sus dedos juntos y la palma vuelta hacia su cara. Terminado el aplauso, se producía el silencio y, por lo general, decía: <amigos míos>, en voz baja, como hablando. Proseguía elevando lentamente la voz, creándose todo un ambiente. Agradecía y señalaba cuán grato le era participar en ese acto y luego pasaba a referirse a la situación general del país, citaba cifras y antecedentes. A veces hacía recuerdos acerca de alguna experiencia que le había correspondido vivir durante su vida de hombre público, que le permitía ilustrar la circunstancia aludida. Analizaba problemas económicos, sociales o administrativos. Cuando llegaba a un pasaje importante de su alocución, subía el tono y mientras su voz acentuaba ciertos conceptos, agitaba los brazos acompasadamente, hacia arriba y hacia abajo, colocando mayor énfasis cuando dejaba caer el diestro con la mano empuñada. Bajaba la voz nuevamente y repetía el ciclo. Sin duda tenía capacidad escénica.”[14] El trabajo realizado durante un año culminó el 10 de julio de 1958 con una concentración en la Plaza Bulnes, en pleno centro de Santiago, organizada por los jefes de “barras” universitarias Germán Becker y Alejandro Gálvez, que la denominaron “Las 8 columnas de la victoria”. Sobre su resultado, basta señalar que al día siguiente El Mercurio publicó una gran fotografía panorámica de aquella multitud, a cuyo pie se lee: “superó todos los acontecimientos de esta índole que ha conocido nuestra capital.”  Para dar término a su campaña, Frei se dirigió al país a través de una cadena de radioemisoras, insistiendo en el peligro que entrañaba el triunfo de cualquiera de los dos extremos, capitalismo o comunismo. La posición que Frei estigmatizaba con la palabra “comunismo”, era la representada en esa contienda electoral por Salvador Allende Gossens.

    Para hacer justicia a Frei hay que decir que si bien desde la derecha su postura siempre fue considerada ambigua, él distaba mucho de creerlo así. Es típico de la forma en que se veía a sí mismo un concepto dicho en una alocución radial emitida el 28 de marzo de 1958: “Mi candidatura no puede ser transada ni comprometida, porque ni el éxito ni el fracaso podrían modificar una línea de conducta y convicción que nacen de la raíz de nuestro ser.”[15]

   Para comprender la relación dialéctica entre las candidaturas de Frei y Allende conviene tener a la vista un antecedente importante. En marzo de 1958 se conformó un bloque mayoritario en el Congreso, integrado por los partidos Radical, Agrario Laborista, Nacional, Demócrata Cristiano y el Frente de Acción Popular, bloque que denominado de saneamiento democrático, se había estructurado con el propósito de impulsar la reforma del sistema electoral y derogar la Ley de Defensa de la Democracia. La reforma recién mencionada consistía, en lo medular, en la introducción de la cédula electoral única, emitida por la Dirección del Registro Electoral, que reemplazaría los votos o cédulas que hasta entonces imprimían los candidatos o sus partidos. La intención de esta medida era hacer imposible el cohecho, una corrupción que se suponía había favorecido indebidamente a la derecha política, especialmente en los sectores agrícolas del valle central.[16] La derogación de la Ley de Defensa de la Democracia, por su parte, no tenía otro propósito que permitir la participación regular del Partido Comunista en la actividad política del país.

    En verdad, la relación entre la democracia cristiana chilena y el partido comunista siempre fue compleja. De una parte, en el terreno de los principios, no se discutía la posición de la Iglesia, fijada por Pío XII en los siguientes términos: “Es inadmisible que un cristiano, aunque sea con objeto de mantener contacto con aquellos que se encuentran en el error, se comprometa en lo más mínimo con el error mismo. Este contacto no dejará, por otra parte, de establecerse y de mantenerse, entre los cristianos que utilicen leal y humildemente de las prerrogativas de la verdad, y los otros que también leal y humildemente busquen la verdad.”[17] En el terreno de la práctica, entonces, el punto consistía en decidir si a la luz de la evidencia fáctica era prudente o no estimar que Stalin y los suyos buscaban leal y humildemente la verdad. El dominico Lebret, en el artículo citado, tras someter a una crítica profunda los argumentos anticomunistas, concluía así: “Que, en el plano político, los gobiernos se defiendan de la invasión de fuerzas extrañas que se presumen disolventes para sus naciones; que varias de estas naciones se pongan de acuerdo para mantener en jaque a todo imperialismo amenazador, aunque éste sea de un género no visto hasta ahora; nos encontramos aquí frente a reacciones normales y que en sí mismas son perfectamente legítimas. Pero, por gracia, que esas naciones al mismo tiempo establezcan, en ellas y entre ellas, la justicia. Que realicen con vigor, y por sí mismas, su necesaria transformación interior. (…) Los cristianos no tienen que optar por uno u otro materialismo. Que lleguen a ser plenamente ellos mismos, y que caminen valientemente por un cabrío de cumbres colocado entre dos abismos, la mano en la mano de los hombres de buena voluntad.”[18] El texto es significativo porque anuncia lo que más tarde, contando ya con un caudal de votos importante se conocería como “el camino propio”.

    Ahora bien, para la democracia cristiana, “decir que el comunismo en Chile siguió la vía pacífica, corroborado por innumerables documentos políticos y por los hechos, no equivale a disminuir un ápice las insalvables diferencias que la Falange mantuvo con él: ideológicas y políticas. Fueron teóricos y analistas de la Falange los que denunciaron con mayor profundidad la degeneración del socialismo en la Unión Soviética, especialmente bajo la era de Stalin, sus criminales purgas y procesos, el colectivismo y el inhumanismo ligado a él.”[19] Era esa una realidad imposible de ignorar; sin embargo, a su juicio, un Partido Comunista que sólo tenía una votación del 10,20% a nivel nacional en 1945 – y que alcanzaría al 11,37 en 1961 y al 16, 22 en 1973 – no podía representar un peligro para la estabilidad del sistema político. En consecuencia, tal como en su día se había opuesto a su ilegalización por estimar que la proscripción de una fuerza política contrariaba el espíritu del régimen democrático, la democracia cristiana apoyó ahora el retorno del Partido Comunista a la legalidad, además, por razones de orden pragmático.

    Mientras tanto, entre el 15 y el 17 de Septiembre de 1957, a instancias del secretario general del partido socialista, Salomón Corvalán,  y del propio Salvador Allende, se llevó a cabo una Convención Presidencial del Pueblo, en la cual participaron no sólo los representantes socialistas y comunistas, sino que delegados de distintas organizaciones económicas, intelectuales, sindicales y populares. Como precandidatos se presentaron Guillermo del Pedregal, economista independiente, ex ministro de Ibáñez; Humberto Mewes, presidente del partido del Trabajo y ex contralor general de la república; Mamerto Figueroa, socialista, intendente-alcalde de Santiago en el gobierno de Ibáñez; Rudesindo Ortega, senador radical que había votado en contra de la ley de defensa de la democracia; Francisco Cuevas, personaje controvertido, presidente de la Sociedad Nacional de Minería y, por último Salvador Allende, candidato del partido socialista.[20] La mayoría de los 1.600 delegados, optaron por Allende, quien salió reforzado de la Convención pese a que según Raúl Ampuero, un líder clave del socialismo, su candidatura  fue vista en un comienzo con cierto escepticismo.[21]

    Salvador Allende, senador por la región austral del país, ya había sido candidato a la presidencia de la República en 1952, logrando apenas 52.000 votos. Pero la simplicidad de su discurso, repetido una y otra vez, le había convertido en el abanderado natural de la izquierda, desbordando la adhesión que suscitaba los márgenes más bien estrechos de su partido. Como ejemplo, vale la pena citar aquí el testimonio de quien sería por largo tiempo su secretario privado. Durante la campaña senatorial efectuada en 1945, Osvaldo Puccio, entonces un joven de 18 años, le escuchó por la radio en Punta Arenas: “Allende dijo que había dueños de estancias que no conocían su fundo. Un administrador les depositaba el dinero, y eso era todo lo que necesitaban. ¿Para qué iban a ir a las estancias, donde todo era frío, inhóspito y feo? Feo, mirado en la dimensión del hombre para quien la tierra es únicamente fuente de ganancia, para quien no significa su patria y base de su vida y quien, por eso, no puede entender lo orgulloso que puede estar un hombre que le saca riqueza a una tierra hostil, en este clima árido y frío. Todo esto planteó el compañero Allende en su discurso. Y dijo también que esas riquezas, por las que el hombre se esforzaba y las extraía a la tierra, eran patrimonio del que luchaba contra el viento, contra el clima, y no del que se las apropiaba. El trabajador entregaba sus huesos, su vida, para que un señor tomara champaña en París o whisky en Londres. Yo no me acuerdo de todos los argumentos de Salvador Allende que escuché en este primer discurso. Pero me impactó mucho la profundidad del pensamiento, el razonamiento. Me hizo pensar en que un puestero daba su vida por 5 ó 6 botellas de whisky que tomaba el dueño; que estaba metido seis, siete u ocho meses en el campo, abandonado y botado, para permitirle al dueño de la estancia ir una noche al Moulin Rouge. Honestamente, nunca lo había pensado antes.”[22]

    A veces una anécdota es capaz de graficar el ambiente de una coyuntura histórica. Viene al caso, con esa intención, recordar algunos episodios que narra Puccio: “Doña Laura, la madre del doctor Allende, era muy católica (su hijo era masón); una señora de bastante edad que acostumbraba a confesarse e ir a misa con regularidad. Un día el sacerdote, desde el confesionario, le preguntó por quién iba a votar. Doña Laura le contestó que iba a dar su apoyo a Salvador Allende. El cura le dijo, indignado, que cómo se le ocurría decidirse a favor de un hombre tan malo. Si no sabía que Allende era comunista, que iba a destruir las iglesias, a encarcelar a los sacerdotes, a hacer que se violara a las monjas, que le iba a quitar los niños a las madres para que los educara el Estado. Doña Laura le contestó que éste no iba a ser el caso. Salvador era un buen hijo, no podía hacer cosas tan malas. El cura le preguntó cómo sabía que era tan buen hijo. Doña Laura le contestó: Muy sencillo, soy su madre.”[23] Allende, apenas enterado del hecho, se reunió con el cardenal José María Caro, quien le aseguró que no intervendría en la campaña electoral, pero le pidió garantías para la Iglesia. Amoscado, Allende le replicó que no daría garantía alguna porque él mismo era una garantía de respeto a todas las ideas y creencias.

    La columna vertebral de la campaña de Allende fue el “Tren de la Victoria”. En un convoy arrendado para la ocasión, para el cual se escogió una locomotora a vapor, prefiriéndola románticamente a las diesel en uso, recorrió el centro del país – desde Santiago hasta Puerto Montt – en 11 días, pronunciando 147 discursos. Al regresar, una columna encabezada por el candidato desfiló por la Alameda desde la Estación Central hasta la Plaza Bulnes. Puccio cuenta que en Curicó, mientras Allende arengaba a la multitud, una mujer campesina se le acercó y besó la bastilla de su pantalón. Impresionado por el gesto, más tarde dijo a sus cercanos en el tren: “Compañeros, yo no soy un Mesías, ni quiero serlo. Yo quiero aparecer ante mi pueblo, ante mi gente, como una posibilidad política. Quiero aparecer como un puente hacia el socialismo. Tenemos la responsabilidad de que eso no vuelva a ocurrir. Hay que golpear políticamente. Allende es un hombre militante de la revolución. No podemos llegar al poder, no podemos llegar a La Moneda con un pueblo que espera milagros. Tenemos que llegar a La Moneda con un pueblo que tenga conciencia. Tenemos que luchar hasta conseguirlo. Van a venir años duros, pues la construcción del socialismo no es una cosa fácil. Cambiar este país no es un asunto de horas. Y una mujer que besa los pantalones o intenta besar los pies a uno, espera milagros que yo no puedo hacer, porque el milagro tendrá que hacerlo el pueblo y no yo.”[24]

    Esos ejemplos denotan una candidatura potente, con amplio eco en un sector bastante amplio de la ciudadanía, lo que hace conveniente formular un juicio sobre su personalidad política. Con ecuanimidad, un historiador que fue opositor suyo, ha escrito recientemente que “Salvador Allende merece respeto. A treinta años de su muerte es posible matizar la imagen de frivolidad e incompetencia que todavía prevalece en la opinión pública. Debiéramos tener mayor consideración al recordarlo porque toda persona merece respeto y en su vida Salvador Allende no hizo nada que ni remotamente permita despreciarlo, aunque pensemos que muchas veces haya estado profundamente equivocado. Merece respeto por su consecuencia política, por su consecuencia social y por su probidad como dirigente político. (…) Allende fue siempre un socialista, nada más que un socialista y nunca dejó de ser socialista. ¿Y qué es lo que entendía él por socialismo? No era un teórico; ni siquiera tenía pretensiones intelectuales. Entendía por socialismo que gobernara la clase popular, desplazando consiguientemente del poder a la burguesía y, por supuesto, a los restos de la antigua clase aristocrática. Allende tuvo como meta encabezar un gobierno a favor de las mayorías populares, traspasando para ello al Estado la propiedad de los principales medios de producción. En suma, reemplazar la propiedad individual del capitalismo por la colectiva. Quizás ahora suene infantil, y posiblemente todos los partidos políticos quieran acabar con la extrema pobreza, y la cuestión esté en los medios, no en los fines, en la eficiencia para alcanzar mayor prosperidad para la población. Pero el hecho cierto es que Allende fue un socialista transparente, casi de catecismo, incapaz en absoluto de confrontar su discurso con la realidad. Su concepción económica del socialismo era, si no exactamente igual, muy parecida a la que desplegaban los socialismos reales en la Unión Soviética y sus países satélites de la Europa Oriental. Ese era el socialismo de Allende. Ni más ni menos.”[25]

    El modo de entender la realidad de Jorge Alessandri Rodríguez le ubicaba en las antípodas de Allende y a una distancia insalvable de Frei. Pese a su imagen de hombre parco, solterón mañoso y quizás hasta soberbio, en cualquier caso antipático para las cúpulas de los partidos, Alessandri  encarnó un tipo de liderazgo que tuvo fuerte arrastre popular, lo que le permitió ser tempranamente diputado en 1925, ministro de hacienda en 1947, senador en 1957, presidente de la república al año siguiente y candidato presidencial en 1970. ¿Cómo explicar su liderazgo y bajo que contexto político llegó a la Moneda?

    Al menos existen dos factores que influyeron decisivamente en su carrera política: la enorme influencia que tuvo en la conformación de su vocación de servicio público el hecho de ser hijo del “León de Tarapacá”, y por otra parte, los singulares rasgos de su personalidad y carácter, producto justamente del contexto familiar y político en el cual se desenvolvió desde su infancia. Ser “alessandrista”  –y él  lo fue en un comienzo, muy a su pesar-, significaba hasta la década del 50, formar parte de una “dinastía” cuyo fundador y artífice fue don Arturo. Fue éste, con su ambición, inteligencia y carácter, quien inauguró para el Chile del siglo XX esta tradición que ya habían detentado los Pinto, Montt y Errázuriz, la que seguida luego por la familia Frei, constituye una de las peculiaridades de nuestra realidad política. Así, a partir de la muerte de don Arturo, y pese a que otros dos de sus hijos, Eduardo y Fernando, como también su yerno Arturo Matte, participaron activamente en política, siendo incluso los dos últimos candidatos presidenciales,  fue Jorge quien se erigió, a fin de cuentas,  en el más destacado representante del  “alessandrismo”.

    Si bien los asuntos de interés nacional siempre importaron, y mucho, a Jorge Alessandri, en realidad era un hombre que había alcanzado la cima en el ambiente empresarial, aunque sin poseer fortuna. “Era un gran administrador, analítico y creativo, caracterizándose en este ámbito por su ‘seriedad como norma enfermiza; no era capaz de hacer ninguna cosa si no fuera exacta’, lo que por cierto le exigía horas y horas de estudio sistemático. Allí estaba su fuerte, frente a tales apremios se deslizaba como pez en el agua.”[26] Al momento de ser candidato presidencial, hacía veinte años que era presidente de la Compañía de Papeles y Cartones, la Papelera. Pero, además, ya en 1943 había sido elegido presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio, máxima organización del empresariado chileno, y desde hacía dos años, además, consejero de la Sociedad de Fomento Fabril. Al momento de las elecciones de 1958 era miembro del directorio de varias sociedades industriales y financieras, presidente de la empresa Pizarreño y vicepresidente del Banco Sud Americano. Ya en 1955 se había convertido en vocero de la política económica que proponía cierta liberalización de los mercados a fin de modernizar la economía del país; aunque no por ello negaba la importancia del Estado como ente regulador de la actividad productiva. Con esa trayectoria, como dicen sus biógrafos, “todo había ido configurando la imagen –real, por lo demás – de un empresario y dirigente de fisonomía peculiar. Hombre seco, pero de confiar, riguroso y en extremo responsable. Rasgos que agradaban al ambiente empresarial y a ciertos sectores políticos, incluso de posiciones contrarias. Él, por su parte, que conocía y ponderaba con exactitud sus virtudes y defectos; que percibía perfectamente el clima reverencial que a veces se formaba en torno suyo; que llegó a saberse respetado por la mayoría y admirado por algunos, se permitía la licencia de hablar fuerte y reprobatoriamente, corriendo el riesgo de ser juzgado de altanero. ‘Y seguía como si no hubiera pasado nada’. Modo de ser que ocasionalmente extremaba, explotando en gritos, órdenes, exigiendo puntualidad y eficiencia en las labores realizadas. (…) Con todo, equivocado en su forma de actuar o no, era por cierto todo un dirigente, con natural autoridad, carisma y seguridad en sí mismo. Así, durante la década de los cuarenta, ya se le reconocía como ‘un gran líder – dice Eugenio Heiremans -, con mucha fuerza’. Porque, a su juicio, en él se conjugaron tres elementos fundamentales, a saber: ‘pertenecía a una familia especial y tenía una cierta figuración pública; era un empresario destacado, muy visionario y creativo, como que desarrolló una empresa tan importante como la Papelera, y; poseía una extraordinaria capacidad, y rigidez, respecto de las cosas morales.”[27]  Se ufanaba, incluso, de no haber dado nunca una conferencia de prensa ni haber salido retratado en un periódico con ocasión de su actividad empresarial. Sin embargo, bajo esa coraza se escondía un ser bondadoso, dotado de innegable sentido del humor en la intimidad.

    Para el sector social que suele denominarse de clase media acomodada, generalmente independiente – en el sentido de no militar en partido político alguno – Alessandri estaba destinado a ser un gran presidente. Cosa distinta era que fuera un buen candidato, pues indudablemente el estilo de Frei y el de Allende estaba más cerca de las masas. Don Jorge, como ya era su costumbre, se hizo de rogar.

    Desde mediados del año 1957, su nombre se escuchaba con fuerza como eventual candidato y desde distintos lugares del país, dirigentes políticos de la derecha le comentaban el peligro que significaba la fuerza que estaba adquiriendo la candidatura de Eduardo Frei. Sin embargo, él era claro en señalar que no tenía “ni la más remota aspiración, pese a que me creo con mayor capacidad y más servicios públicos que el señor Frei…”[28] El problema era que si bien se rumoreaba una posible postulación suya, ninguna colectividad política se lo había solicitado formalmente.

    Los primeros días de agosto, sin embargo, el Diario Ilustrado notició que el partido conservador unido estaba en conversaciones con los liberales, agrario laboristas y militantes del partido nacional, “con miras a hacer posible la gran candidatura nacional…, encarnada en un hombre capaz, probo y enérgico…grata al elemento independiente.”[29] Pese a ello, el tema no estaba totalmente zanjado. Una parte del partido liberal no le tenía simpatía. Su adusto trato, su apoliticismo declarado – que en rigor debía traducirse como altanera independencia respecto a los partidos – le restaban partidarios en la clase política. De hecho, en el partido liberal y también en un pequeño grupo de diputados conservadores [30] existía un clima favorable al senador demócrata cristiano Eduardo Frei, quien necesitado de aliar  fuerzas, trabajaba sin disimulo para conquistar el apoyo de al menos un sector de la derecha. Cooperaba a ello el que en líneas generales, sus propuestas  no se diferenciaban mayormente a las de dicho sector[31] y al hecho que Alessandri mantuviera un   constante discurso público y privado contrario a su nominación. Cuenta Francisco Bulnes Sanfuentes. –quien tenía la expresa misión de la Junta Ejecutiva del partido conservador de estructurar un frente de centro-derecha que uniera a liberales, conservadores, agrario-laboristas y nacionales para nominar a Alessandri-  que Hugo Zepeda, presidente del partido liberal y vocero del grupo,  llegaba semana tras semana a las reuniones que se realizaban con ese fin,  con la misma y reiterada respuesta de don Jorge: “no la aceptaba por ningún motivo”. Agrarios y nacionales terminaron por aburrirse, temiendo “quedarse sin candidato”. De hecho, abandonaron la combinación y “nos encontramos así liberales y conservadores solos”.[32]

    Los hechos comenzaron a precipitarse cuando Frei, con el aval de su colectividad, solicitó formalmente el apoyo de agrarios y nacionales, quienes el 11 y 14 de agosto, respectivamente, respondieron afirmativamente comprometiéndose con su candidatura. Días después, le envió una carta a la directiva del partido liberal pidiéndoles también su respaldo. En ella señalaba que él era la mejor alternativa para el futuro y que el apoyo que solicitaba no significaba renunciar  a las respectivas ideas partidistas: “creo que los problemas que enfrenta el país son de tal magnitud y urgencia que los partidos y los hombres que comparten ideas básicas  pueden trabajar juntos… sean cuales sean sus diferencias doctrinarias.”[33].

    Mientras tanto, los conservadores, divididos entre quienes apoyaban a Alessandri y quienes apoyaban a Frei, se movían a favor de sus respectivos candidatos. Para los conservadores alessandristas,[34] el tema era desesperante ya que don Jorge seguía negándose. El 16 de agosto, declaró a la prensa que no era candidato “a nada” y que lo dejaran tranquilo, agregando una velada crítica a Frei: “es una inmoralidad ir pidiendo apoyo a los partidos.”[35] Por su parte, los conservadores freístas, entre los cuales se encontraba el diputado Héctor Correa,  pidió a Frei  que solicitara también a través de una carta el respaldo del partido ya que sus adversarios al interior de la colectividad levantarían la candidatura del senador Juan Antonio Coloma con la finalidad de  frenar las simpatías hacia su persona y evitar el éxodo de votos hacia el candidato demócrata cristiano. Frei se negó. Las razones siguen estando oscuras, pero lo más probable es que influyera la antigua animadversión entre conservadores y falangistas. No en vano eran ramas del mismo tronco. El hecho es que la juventud conservadora –buscando ganar tiempo para que Alessandri se decidiera- nominó rápidamente a Coloma.

    Los plazos vencían y los partidarios de don Jorge estaban abrumados.  Para el 20 de agosto, el partido liberal tenía citado a su directorio en pleno para discutir la nominación del candidato y el 25 de agosto había sido convocado el directorio general del partido conservador para los mismos efectos.  Fue entonces el momento en que Alessandri cedió. Según  cuenta Francisco Bulnes, su negativa se había debido a un mal entendido provocado por la forma en que Zepeda –partidario, en definitiva de Frei-  le había ofrecido la candidatura. La insistente pregunta que éste le hacía periódicamente era: “¿quiere Ud. ser candidato”? a lo cual Alessandri respondía, “no, yo no quiero”. Según don Jorge, en verdad él no quería, pero una cosa distinta era aceptar si sus amigos se lo pedían.[36]

    Con la aceptación de Alessandri, las posibilidades de que su candidatura se impusiera al interior del partido liberal crecieron. Sin embargo, no todo estaba perdido para los partidarios de Frei, quienes estaban preparados en la asamblea para mantener su firme apoyo al senador demócrata-cristiano. Pero ocurrió algo inesperado. Cuando uno de los más fervientes partidarios de Alessandri, el senador Raúl Marín Balmaceda, se explayaba en la conveniencia de nominarlo como candidato del partido, sufrió un infarto cardíaco, cayendo repentinamente al suelo. La asamblea fue suspendida y al poco rato, se comunicó que había muerto. Según recuerda el entonces diputado Armando Jaramillo, “Frei tenía ganado el directorio general, a pesar que unos pocos liberales éramos partidarios de Jorge Alessandri… La muerte de Raúl Marín –agrega- cambió la historia de Chile.” [37]

    Y es que dado que el partido liberal no alcanzó a pronunciarse, hubo tiempo para que el partido conservador –que se reunía el 25- jugara todas sus cartas por Alessandri. De hecho, por 472 votos contra 17, la asamblea conservadora nominó a don Jorge y el presidente del partido, Jorge Prieto Letelier, se apresuró a declarar que en esto deseaban marchar junto a los liberales. Estaba en juego la unidad del sector. El propio Alessandri condicionó su aceptación definitiva a que éstos se pronunciaran a su favor. La nueva asamblea liberal se reunió dos semanas y media después, el 12 de septiembre. El momento de Frei había pasado. Por 327 votos contra 147, Alessandri fue proclamado.

    Aunque los cuatro candidatos nominados representaban claramente el espectro ideológico del país, un quinto postulante vino a complicar aún más una elección que a diferencia de las anteriores -al menos desde 1932- se caracterizó por la ausencia de coaliciones entre tendencias y por la aparición de una doble alternativa de centro.[38]

    En efecto, el último contendor fue Antonio Zamorano, ex cura párroco del pueblo de Catapilco que había sido elegido regidor por Zapallar en 1952 y diputado  por el FRAP en 1957, representando a Talca. Según Román Alegría, que por ese entonces trabajaba en el diario El Clarín con Darío Saint Marie, fue éste –conocido con el nombre de Volpone- quien llegó a un acuerdo con él : “se presentaría como candidato independiente a la presidencia de la República, y en el momento oportuno, se retiraría para   plegarse a Salvador  Allende.”[39] Su lenguaje folclórico e incisivo le permitieron rápidamente conquistar adeptos entre los más pobres y desamparados y tanto por su fisonomía social y política como la de sus adherentes, se perfiló como una figura próxima a la izquierda. Valga un ejemplo para ilustrar el estilo de su oratoria en el Congreso: “Estoy seguro que si llegara Cristo a la Honorable Cámara, habría unos que le echarían a las galerías, y dirían que es un ‘patipelao’, un muerto de hambre, porque, como consta en las escrituras, para vivir tuvo que pedir limosna. Me dijeron que era comunista, porque en una ocasión dije que ningún rico reconoce el valor del pobre, que le va amontonando la plata. Yo le pregunto a los hacendados aquí presentes: ¿Qué hacen cuando la lechera, aquella mujer que ayer no más fue madre, todavía enferma, a las 4 de la mañana tiene que levantarse para lechar la vaca y ganarse el pan suyo y de sus hijos? Ellos duermen plácidamente entre finas hopalandas.”[40] Pese a que su candidatura restaba votos a Allende, el cura de Catapilco  no se retiró de la contienda lo que ha hecho que muchos analistas –aunque no hay pruebas fehacientes- señalen que probablemente fue financiado por partidarios de Alessandri.

    Alejado de planteamientos ideológicos y poco dado a que se le vinculara con los partidos de derecha que lo apoyaban, la propuesta electoral de Jorge Alessandri descansó más bien en sus características personales:  incorruptible, sin ambiciones, austero, honesto, eficiente  y de conocidas condiciones de mando. Su discurso programático, puso el énfasis en las virtudes del hombre de Estado: “Gobernar a un país significa mandar con autoridad, lo que implica, como deber supremo, mantener el orden público y el respeto riguroso de las jerarquías, sin lo cual se hace imposible la vida civilizada. Y para mandar con autoridad, el que gobierna debe ser el primero en la austeridad y en el cumplimiento del deber, ya que con sus propias actitudes, tiene que señalar rumbos a los gobernados, y muy en especial, a los servidores del Estado. Le impone –puntualizó- ser el más fiel guardador de las leyes y el más celoso vigilante de que se cumplan en su letra y en su espíritu. En consecuencia, jamás deberá dejarse tentar por la arbitrariedad ni dispensar favores personales, ya que el mérito, la capacidad y la honradez deben ser la credencial de quienes aspiren a servir al Estado. Gobernar implica guiar y dirigir. Es entonces indispensable señalar e imponer pautas rigurosas y armónicas hacia objetivos precisos.” En cuanto a las dificultades económicas que afligían al país y a sus secuelas sociales, señaló que le parecía “básico, urgente e imperioso robustecer la economía nacional”, para lo cual es indispensable “despejarse de prejuicios doctrinarios y de dogmatismos pragmáticos.”[41]

    Su muy distinguida apostura también fue aprovechada en la campaña. De hecho, su comando empapeló la capital y regiones  con carteles  donde se observaba su rostro a todo color, su mano derecha levantada con el dedo índice apuntando y el slogan “A Ud. lo necesito.” El afiche se inspiraba en un cartel de reclutamiento norteamericano de la Segunda Guerra Mundial y había sido dibujado por Jorge Délano (Coke). Tanto el dibujo como el apodo de “el Paleta” – ideado por el diputado conservador Jaime Egaña o por el publicista José Estefanía, según otras fuentes- tuvieron un importante efecto propagandístico.

    Pese al por entonces tan divulgado “todos contra Alessandri”, que había sido el verdadero nervio del llamado bloque de saneamiento democrático – esto es, el motivo de fondo para modificar la ley electoral y para hacer volver a la legalidad al partido Comunista – el 4 de septiembre de 1958, en un universo electoral de aproximadamente un millón y medio de inscritos en los registros electorales, don Jorge se erigió en vencedor, aunque estrechamente. Las cifras oficiales fueron las siguientes: Alessandri, 389.909 sufragios con el 31,6% de los votos; Allende 356.493, con un 28,6%; Eduardo Frei, 255.759, con un 20,7%; Luis Bossay, 192.077, con un 15,6%  y Antonio Zamorano, 41.304, con un 3,3%. Dado que nadie alcanzó mayoría absoluta, las dos primeras mayorías relativas pugnaron por obtener la aprobación del Congreso Pleno. En éste, efectuado el 24 de octubre de 1958, Alessandri resultó elegido por 147 votos. 26 parlamentarios votaron por Allende y hubo 14 sufragios en blanco. En consecuencia, de acuerdo a lo previsto en la Constitución, asumió la Presidencia de la República el 3 de noviembre de ese año.

    Del resultado electoral pueden sacarse algunas conclusiones. La primera es el ocaso del Partido Radical, que antaño había representado al centro político del país, con enorme clientela en el aparato público (administración y educación, esencialmente), desplazado por la democracia cristiana. La segunda es la consolidación de una fuerza de izquierda, de inequívoca tendencia revolucionaria. La derecha, en cambio, aunque venció, no incrementó significativamente su votación, conservando la misma presencia que tenía desde hacía una generación. El futuro, en consecuencia, pertenecía a las fuerzas que apostaban por el cambio.

    Genio y figura, en su discurso de asunción a la primera magistratura, Jorge Alessandri reiteró lo que consideraba esencial para hacer comprensible el sentido de la gestión de gobierno que iniciaba: “Es así como he señalado mi propósito de mantener de manera resuelta y decidida mi absoluta independencia, lo cual no sólo corresponde a la real posición en que estoy colocado sino que la juzgo indispensable para dar a la República el gobierno auténticamente nacional que éste reclama y necesita.” Y ese rasgo reflejaba bastante más que una actitud personal; como señaló en aquella ocasión, su independencia constituía la base de su programa: “No me liga compromiso de ninguna especie con grupos o sectores determinados que pudieran restringir en cualquier forma mi absoluta independencia para proveer en esta materia tan sólo a la consecución del bien colectivo y a la satisfacción de las necesidades del pueblo. (…) El país conoce mis ideas acerca de esta clase de problemas (económico-sociales) y, lo que es más decisivo, mi larga y permanente actuación personal frente a ellos. Sabe especialmente que juzgo indispensable procurar la prosperidad de las empresas, único medio de aumentar la producción, bajar los costos y, en consecuencia, favorecer a todos los consumidores y proporcionar un mejoramiento efectivo a los obreros y empleados que prestan en ellas sus servicios.” [42] Es difícil imaginar un discurso programático más opaco y menos demagógico, pero representaba fielmente una época que, en materia política, ya no volvería.

[1] Hacemos nuestra la tesis de Góngora, que caracteriza al período 1932-1964 como un régimen presidencial con alianzas de partidos y al período 1964-1980 como la época de las planificaciones globales. Véase MARIO GÓNGORA, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, Editorial Universitaria, Santiago, 1986, pp. 237-271.

[2]  Patricia Arancibia, Alvaro Góngora, Gonzalo Vial, Jorge Alessandri 1896-1986, una biografía, Santiago, editorial Zig-Zag, 1996 pags.  174 y ss.-

[3] ibid

[4] En este contexto, la sociedad de masas puede caracterizarse como una rebelión contra las élites (Ortega y Gasset), cuyo rasgo distintivo es la creación y luego la manipulación de la opinión pública mediante técnicas de propaganda, o como un correlativo del predominio de la técnica (Jaspers), en cuya virtud la libertad, el mayor de los bienes políticos, queda supeditado a la eficiencia del aparato gubernamental que administra los servicios comunes.

[5] Ercilla, 26 de marzo de 1958.

[6] DIANA VENEROS, Allende, Editorial Sudamericana, Santiago, 2003, p. 217.

[7] Marcos Chamudes Chile, una advertencia americana, Santiago, ediciones Pec 1972, pag. 134

[8] La figura de un parlamentario-ministro existió en Chile durante el estado “formal” de guerra con Japón. Bossay. Quién es y cómo es el presidente que elegirá Chile, folleto de su candidatura. Biblioteca del Congreso Nacional, Colección Folletos, vol. 92 A.

[9] Idem.

[10] la Misión Klein-Saks, sugerida y gestionada por Agustín Edwards como eje del programa de estabilización económica intentado por Carlos Ibáñez en 1956.

[11] Agrupados en “Los veinticuatro puntos fundamentales de la Falange nacional”

[12] JORGE CASH MOLINA, Bosquejo de una historia. Falange Nacional, 1935-1957, Copygraf, Santiago, 1986, p. 201.

[13] Apuntando a ello, el comando de Alessandri señaló una vez que Frei era “un hombre cuya vida política había sido construida sobre la base de la indefinición, de los silenciosos cálculos y del afán desesperado por contar con la aprobación general.” Citado en CRISTIÁN GAZMURI, PATRICIA ARANCIBIA y ÁLVARO GÓNGORA, Eduardo Frei Montalva y su época, Aguilar, Santiago, 2000, p. 455.

[14] Op. cit., p. 452.

[15] Zig Zag, 5 de abril de 1958, p. 24.

[16] Se tradujo en la ley n° 12.889, de 31 de mayo de 1958. Su texto es copia fiel del proyecto elaborado por el diputado Jorge Rogers Sotomayor, de Falange Nacional, con la asesoría de los técnicos electorales de ese partido Julio Serrano, Fernando Lobo Parga y Gastón Saint Jean Bates. Los partidos Liberal y Conservador, “sin declararse abiertamente contrarios a la idea de legislar, sostuvieron que esa iniciativa sólo era la reacción de los sectores políticos derrotados en las elecciones del Tercer Distrito de Santiago, quienes a través de una legislación precipitada y oportunista, buscaban encontrar mediante un golpe de mayoría, audaz y violento, alguna fórmula que alterase, a última hora, el sistema electoral vigente, con el único objeto de impedir el triunfo del señor Alessandri.” En RICARDO DONOSO GARAY, La reforma electoral de 1958, Editorial Universitaria, Santiago, 1963.

[17] Citado por LOUIS JOSEPH LEBRET en “Los cristianos frente al comunismo y al anticomunismo”, Política y Espíritu N° 33, junio de 1948.

[18] Op. cit.

[19] JORGE CASH MOLINA, op. cit., p. 267.

[20] OSVALDO PUCCIO G.,  Un cuarto de siglo con Allende. Recuerdos de su secretario privado. Santiago, Editorial Emisión, 1985, pp. 43 y ss.

[21] DIANA VENEROS, op cit. p. 220

[22] OSVALDO PUCCIO G., op. cit., p. 22.

[23] Idem., p. 59.

[24] Ibidem., p. 72.

[25] GONZALO VIAL, Salvador Allende. El fracaso de una ilusión, Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, 2005, p. 34.

[26] PATRICIA ARANCIBIA et. als., Alessandri, op. cit., p. 143.

[27] Idem., p. 144.

[28] Archivo Jorge Alessandri. Sala Medina Biblioteca Nacional. Carta a Pedro Saavedra C., santiago, 24 de junio de 1957.

[29] El Diario Ilustrado, Santiago 3 de agosto de 1957

[30] Entre ellos Manuel José y Raúl Irarrázaval, Héctor y Salvador Correa, Luis Valdivieso Larraín, Sergio Diez, Jaime Egaña y Edmundo Eluchans. Véase CRISTIAN GAZMURI et., als., Edusrdo Frei Montalva y su època, Tomo I, Editorial Aguilar, Santiago, 2000, pag.444

[31] SOFÍA CORREA SUTIL, Con las riendas del poder. La derecha chilena en el siglo XX, Editorial Sudamericana, Santiago, 2005, pag. 216

[32] Entrevista de Álvaro Góngora a Francisco Bulnes Sanfuentes. Santiago, marzo 1995. En: Patricia Arancibia et al. op.cit, pag. 185.

[33] Ver Gazmuri et al, Eduardo Frei Montalva y su época, op cit. Pag 446

[34] Entre ellos Francisco Bulnes S. y Juan Antonio Coloma

[35] ibid

[36] Patricia Arancibia et.al. Jorge Alessandri, una biografía, pag. 186

[37] citado en:  Germán Gamonal  Alessandri, el hombre, el politico.  Santiago, Editorial Lord Cochrane, pag. 123

[38] Isabel Torres Dujisin. Sistema de partidos en la década del sesenta.  Pag. 106

[39]  Román Alegría, Entre dos generales, Santiago 1989, pag.84

[40] Cámara de Diputados, legislatura ordinaria, tomo I, 1957, pp. 574 y ss.

[41] GERMÁN GAMONAL, Jorge Alessandri. El hombre. El político, Holanda Comunicaciones, Santiago, s.f., pp. 129 y 130.

[42] ANA MARÍA CONTADOR, Continuismo y discontinuismo en Chile. Discurso de asunción al mando de Jorge Alessandri, Eduardo Frei, Salvador Allende y Augusto Pinochet, Bravo y Allende Editores, Santiago, 1989. Las citas en pp. 16 y 20.

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