Jorge Alessandri Rodríguez

Diario El Mercurio

Patricia Arancibia Clavel

La saga de los Alessandri en nuestro país se inicia el 26 de abril de 1821, día en que llega a Santiago, procedente de Buenos Aires, el joven de 27 años Pedro Alessandri Tarzi, escultor, hijo de Francisco y María Teresa, toscanos de pura cepa. Su tío Giovanni es por entonces vicepresidente de la Academia de Bellas Artes de Florencia. Al poco tiempo se casa con Carmen Vargas Baquedano, prima del futuro general Manuel Baquedano y muy amiga de Arturo Prat, radicándose en Valparaíso. Hará fortuna y en 1851 el rey Víctor Manuel II le nombrará Cónsul General en Chile. De esta unión nacieron Aurora, Elcira y Pedro Alessandri Vargas. Este último, dedicado a los negocios agrícolas, se estableció en Longaví, al sur de Linares, contrayendo matrimonio con Susana, hija de José Gabriel Palma, gran jurista y ministro de la Corte Suprema. Fue allí donde nacieron José Pedro y Arturo Alessandri Palma. Enviados a estudiar al colegio de los Padres Franceses en Santiago, ambos demostraron gran capacidad. Arturo estudió derecho y se consagró a la política, militando en el bando congresista durante la crisis de 1891. Tres años después se casa con Rosa Ester Rodríguez Velasco, nieta de Rodríguez Aldea, ministro y consejero de don Bernardo O´Higgins. En marzo de 1897 llegó por primera vez a la Cámara representando a Curicó, ejerciendo al mismo tiempo, y con gran éxito, su profesión. En el medio siglo siguiente, la actividad política chilena giró en torno a su persona, ocupando la presidencia de la República en dos oportunidades.

La intensa actividad pública del León de Tarapacá impidió que las relaciones afectivas con sus hijos fueran estrechas. Sí se ocupó de exigirles un alto rendimiento escolar, matriculándoles en el Instituto Nacional. Arturo, Jorge, Hernán y Eduardo brillaron luego con naturalidad en el derecho, la ingeniería y la medicina. Pero desde que eran pequeños, fue notoria la diferencia entre el carácter extrovertido de sus hermanos y el retraimiento de Jorge. Siendo apenas un niño sintió la soledad y el atardecer le producía angustia, sensación que se acrecentaba en las tardes de domingo, un rasgo que nunca le abandonó. La cercanía de su madre fue, desde un comienzo, tremendamente fuerte. Simplemente la adoraba, con un cariño que sobrepasaba los límites acostumbrados. Quizás por su extrema sensibilidad, siempre fue para él muy doloroso amoldarse al carácter severo, fuerte e impetuoso de su padre. De esta infancia melancólica arrancan  las claves de su atípica personalidad.

La vida íntima de Jorge Alessandri se confunde con su actividad empresarial. Permaneció soltero – aunque amó platónicamente y por medio siglo a Adriana Larraín, esposa de Osvaldo de Castro – y consagró su existencia a la Compañía de Papeles y Cartones de Puente Alto, que presidió desde 1938. Antes – imposible huir de la impronta familiar – fue diputado en 1925 y presidente de la Caja de Crédito Hipotecario entre 1932 y 1938, encabezando allí una gestión notable. Con todo, a su juicio la tarea más importante de su vida fue la que realizó en la Sociedad de Fomento Fabril, a cuyo directorio ingresó en 1939 y que sólo abandonó en dos oportunidades, mientras ocupó el ministerio de Hacienda, entre 1947 y 1950, y cuando asumió la Presidencia de la República, entre 1958 y 1964.

Su ideario como dirigente empresarial era claro y esencial: “En 1939 se operó un trascendental cambio en la vida económica del país. La legítima y necesaria intervención del Estado en la orientación y vigilancia de aquélla y su directa participación en actividades que no pueden asumir los particulares, se extendió al otorgamiento de facultades discrecionales a los funcionarios de Gobierno para intervenir en todas las esferas de la actividad económica particular. El manejo y funcionamiento de ésta se hizo muy difícil e ineficiente, aparte de que, poco a poco, se fueron desmoralizando cada vez más las funciones públicas, la vida administrativa del país y hasta la de no pocas empresas. Y lo peor fue que en aquellos tiempos, la gran mayoría de los congresales, ministros de Estado y funcionarios públicos, evidenciaban no poseer los más elementales conocimientos para ejercitar tales funciones.”[1] ¡He ahí un diagnóstico y todo un programa de acción!

Para reconducir el país a la normalidad, gravemente alterada por una gestión sin rumbo durante la presidencia de Carlos Ibáñez del Campo, las miradas de las fuerzas políticas de orden y las de la masa independiente, convergieron en este hombre austero, inmensamente responsable y orgullosamente libre de cualquier compromiso partidista. En un pueblo desengañado por décadas de demagogia, su elegante figura y un discurso alejado de toda retórica, le convirtieron en un hombre no sólo popular, sino providencial. Elegido senador por Santiago en 1957, al año siguiente derrotó en las elecciones presidenciales a Bossay, Frei y Allende, profesionales del activismo político que representaban, precisamente, lo que él despreciaba.

Sus adversarios tildaron a su administración de “gobierno de los gerentes”. Es esa una verdad a medias. Bajo su dirección el país recuperó la paz social y progresó porque fue conducido racionalmente y con sensibilidad social; pero era ya un hombre y un estilo de otra época. Mirado en retrospectiva, el gobierno de Jorge Alessandri representa la última ocasión en que desde La Moneda se intentó optimizar las posibilidades que ofrecía la realidad. En adelante, la iniciativa la tuvieron fuerzas que procuraban transformar la realidad. Así las cosas, era imposible que tuviera descendencia política. Cuando se alejó del poder, todavía envuelto en el respeto y la simpatía de la ciudadanía, se abrió un tiempo histórico nuevo en Chile: la década revolucionaria.

[1] JORGE ALESSANDRI, Discurso de agradecimiento al homenaje brindado por la Unión Panamericana de Asociaciones de Ingenieros, Santiago, diciembre 13 de 1982.

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