¡Hasta pronto!, Simon Collier

Blog Corral Victoria Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart

Regalarse unas vacaciones perfectamente egoístas, aisladas del mundo y dedicada a intimar sólo con el ser, los libros y el paisaje que amamos, tiene sus costos. Así, por ejemplo, no nos enteramos oportunamente de la muerte de Simon Collier. Y su partida duele. Le tratamos por largo tiempo; primero a través de la lectura de sus obras y después, personalmente, en una relación que fue anudando los intereses intelectuales con la amistad. Hace tan poco, menos de un año, compartimos un largo fin de semana y desde la misma terraza en que ahora estamos, al atardecer, disfrutó viendo surgir sobre el mar un Valparaíso abstracto, formado por luces y recuerdos, mientras nos contaba su infancia marcada por el solemne paso, en las afueras de Londres, de cientos de aviones que el Día D se dirigían a Normandía. Con emoción, simbolizaba en esa experiencia el nacimiento de su interés por la historia. Antes, al divisar un velero, nos había hablado con nostalgia de su experiencia náutica. Desde su juventud y hasta hace diez años navegaba cada verano con sus dos cuñados en Inglaterra. Tuvieron nave propia, que fueron renovando hasta llegar a ser dueños de un velero respetable, capaz de atravesar el Canal y recorrer morosamente la costa del Continente  _expresión que utilizaba sonriendo maliciosamente _. Incluso pidió que a la mañana siguiente le lleváramos a Higuerillas, donde nos aturdió con unos conocimientos que no habríamos sospechado nunca en él.  Luego, sin despegar la vista del mar, almorzamos con Sergio Villalobos, Adela, la Coneja Serrano y Neville Blanc. Como buen conversador -dominaba el arte de escuchar- nos entretuvo su risueña y elegante erudición. Durante la extensa sobremesa salpicó sus comentarios, siempre imperturbable,  con filudas sentencias sobre la memoria cuidadosamente olvidadiza de algunos personajes de la plaza, derramados con ingenio y sin maldad.

El 29 de mayo de 2002 le recibimos en la tertulia semanal del CIDOC de la Universidad Finis Terrae que modera don Gonzalo Vial. Fue una conversación que los jóvenes investigadores no olvidarán. Un extranjero, especialista en la trayectoria de Chile y con un tercio de siglo de vivencia académica en el cuerpo  -Cambridge, Essex y Vanderbilt- con la sencillez propia de un maestro dialogó con ellos sobre el viejo oficio de relatar por y para los vivos la vida de los muertos, como definía Raymond Aron la historia. ¿Ciencia o arte? Ambas, dijo Collier.

En esa ocasión contó que su primera visita a Santiago había durado ocho meses, en 1963, el año que antecedió al diluvio en Chile, para decirlo con absoluta fidelidad a sus palabras. Preparaba entonces su tesis doctoral, de donde saldría un libro que de inmediato se hizo indispensable en nuestro medio: Ideas and Politics of Chilean Independence, 1808-1833.(Traducida al castellano en 1967, diez años después de su publicación). Tenía apenas 25 años, había servido como oficial en la RAF durante dos y había hallado una veta para encauzar su vocación. Notable. Desde ese momento siguió profundizando en ella, avanzando desde los estudios monográficos a una madura visión de conjunto, plasmada en A History of Chile, 1808-1994, que escribió con William F. Sater. Esta vez la traducción al castellano sólo tardó dos años y apareció en España en 1998.

Es cierto que un historiador debe ser lo opuesto a un profeta, pero no deja de impresionar una intuición que desarrolló en aquella tertulia: la Concertación de hoy se parece mucho a la fusión liberal-conservadora de 1858, que unió a dos fuerzas que se odiaban para luchar contra un presidente que detestaban, Manuel Montt, y lograron una coalición estable que gobernó al país exactamente 15 años…. También insistió mucho en distinguir las expresiones políticas con la cultura de un pueblo. La primera es inseparable de la coyuntura, del éxito o el fracaso de un momento singular; la cultura, en cambio, se va modificando lentamente. Evocó a  Winston Churchill y a Margaret Thatcher, estrellas del firmamento político que se eclipsaron bruscamente, pero unidas por una cultura común, la que late en el corazón de los conservadores británicos, y por eso su acción política tuvo mucho en común. Pero lo más importante de esa tarde fue compartir una lección de humanidad, de cariño por el oficio y por las personas, admirando su capacidad para emitir juicios fuertes sin herir y para reconocer los méritos de estadistas cuyas características individuales probablemente le desagradaban. Sabía, pues, muchas cosas; pero las decía con la compostura de lo que esencialmente era: un caballero.

Querido Simon, lamentamos no haber podido despedirnos de mejor manera. Con certeza se aproxima la hora en que podremos seguir hablando. Mientras llega, basta un ¡hasta luego!, amigo.

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