Blog Corral Victoria
Arica, es una ciudad distante dos mil kilómetros desde la plaza de armas de la capital: el punto 0 del país. Puede parecer baladí, pero sigue siendo el peso gravitacional de las míticas ocho manzanas, de ese centralismo tan arraigado en la política, en los negocios, en la cultura, lo que ha perjudicado y limitado tanto el desarrollo de nuestras regiones, más aún las más extremas.
Porque, no es lo mismo pensar Arica, o cualquier otro lugar de nuestro territorio desde el centro que desde la periferia, como tampoco es lo mismo –en un mundo cada vez más globalizado- pensar Arica como el norte de Chile o como el centro de América del Sur, punto de encuentro y de desarrollo para los países de la región.
Pensar a Arica como centro y no como periferia, pensarlo como puerta de entrada a Chile y núcleo confluyente de intercambio para los países andinos, nos obliga a hurgar en su historia y hacerla nuestra.
Una de sus claves es, justamente, su ubicación geográfica, su clima templado. Situada en una posición privilegiada, no fue por azar que, hace más de diez mil años, se asentaron allí un puñado de hombres y mujeres que transitaban entre la costa, el desierto y el altiplano como cazadores, recolectores y pescadores. Arica era el lugar de encuentro de comunidades de culturas diversas, cosmopolita antes de ser puerto, que buscaban convivir y prosperar en medio de la adversidad.
En la costa de estas tierras desérticas surgió una de las culturas más tempranas de América del Sur: la cultura Chinchorro, cuyos miembros, en base de una estructura social simple pero con fuerte sentido espiritual, fueron capaces de crear el arte de momificación más antiguo del mundo. De hecho, las momias de Chinchorro, son tres mil años más antiguas que las egipcias y constituyen probablemente el patrimonio arqueológico más importante del país.
Pasaron los siglos y más tarde, mucho más tarde, entre los años 500 y 1000 DC, mientras en Europa había caído el imperio romano y el Viejo Continente vivía el período medieval, se desarrolló en la zona la cultura Tiahuanaku, cultura madre de las civilizaciones americanas y una de las más longevas de América del Sur. Ubicada en pleno altiplano –a 15 kms. del lagoTiticaca- se expandió hacia la costa, influyendo con su esplendor y sus nuevas tecnologías -el cultivo en camellones para las tierras planas y en andenes o terrazas para las laderas- en todo el territorio de esta región.
Posteriormente, alrededor del siglo XI y hasta la llegada de los españoles, se asentaron en la zona otras sociedades, pequeños reinos o señoríos que se desplegaron en los valles costeros, desenvolviéndose de manera autosuficiente porque tuvieron una economía mixta, agrícola, pesquera y de ganado camélido en el altiplano, (vicuña, alpaca, llama) Fue la llamada “cultura Arica” que se corresponde con la aparición de la lengua aymara.
Mientras tanto, más al norte, en el área del Cuzco, se consolidó el reino de los Incas que, se expandió hacia el sur a mediados del siglo XV, consolidando su hegemonía en toda esta zona y controlando hasta el río Maule. Durante el período inca, se impuso el idioma quechua como el oficial, aunque no logró hacerlo en la meseta del Titicaca, Arica, Parinacota y menos en el sur de Chile.
Durante el siglo XVI, la conquista española trajo drásticos cambios en las sociedades andinas del norte, modificando la estructura organizativa y la cultura de la zona. Arica fue la punta de lanza de la ofensiva de la conquista. Por las tierras de Arica y Parinacota pasaron las tropas españolas rumbo al sur. Diego de Almagro descansó en Arica luego de su desventurada expedición al centro de Chile y unos años después, en 1540, Pedro de Valdivia y su hueste, proveniente del Cuzco –que incluía a Inés de Suarez- inició desde Arica la marcha hacia San Pedro de Atacama.
Arica fue fundada en 1541 al abrigo del Morro, por Lucas Martínez quien la llamó Villa San Marcos de Arica. De ahí en adelante y gracias al descubrimiento de las minas de plata en Potosí Bolivia (ubicada alrededor de 200 kilómetros hacia el interior) Arica se convirtió en el puerto más importante del Pacífico. Por allí salían a las arcas españolas miles de toneladas del mineral que habían convertido la falda del cerro Rico en una de las ciudades más esplendorosas de la región. Los cronistas cuentan que en 1579 ya había en Potosí más de 800 tahúres profesionales y cientos de prostitutas y que a mediados del siglo XVII la población alcanzaba los 160.000 habitantes, es decir era más grande que Paris o Londres de la época. Fue tanta su fama, que Cervantes acuñó en el Quijote de la Mancha, el dicho, “esto vale un potosí”.
Convertida en puerto principal, Arica vivió al amparo de la producción minera durante toda la colonia, además de ser el puerto de recalada obligado para llegar a Chile. En el censo de 1614 se contabilizaron cerca de dos mil habitantes y la ciudad tenía iglesia, monasterio, (franciscanos) hospital y botica. Las casas eran de caña y barro, reservándose el adobe para las construcciones principales. Curiosamente, el 73% de sus habitantes eran de origen negro, proporcionalmente la más alta de todo el Virreinato y siguió aumentando en los años siguientes. Muchos de ellos, negros horros o libres y mulatos, pudieron enriquecerse y alcanzar una buena posición económica-social. Otros siguieron como esclavos. En el valle de Lluta y Azapa, los esclavistas desarrollaron una suerte de “nurserys”, criaderos de esclavos africanos que eran vendidos en el sur en elevadas sumas. Los afro descendientes seguían siendo mayoritarios hasta fines del siglo XVIII y liberados más tardíamente que en Chile. En Perú la abolición data de 1854 y en Chile de 1811.
Debido a la abundante riqueza, Arica fue durante todo el período colonial acosada por corsarios y piratas. Por allí pasaron, Cavendish, Hawkins, Sharp y un largo etcétera de ingleses, alemanes y holandeses, pero sin lugar a dudas, el más conocido fue Sir Francis Drake, quien apareció por el puerto en febrero de 1579. Su misión, como los que le siguieron era hostigar y saquear puertos de las colonias españolas en América, teniendo licencia real para ejercer la piratería. En una especie de bitácora que se encuentra en el Museo Británico, Drake relata que en Arica se encontró con dos barcos pequeños cargados de botijas de vino, barras de plata y otras mercancías, y aprovechando que la tripulación española se emborrachaba en las cantinas de la ciudad, tomó por asalto los galeones, los vaciaron y quemaron. Cuenta que los vecinos hacían sonar las campanas y que un cuerpo militar- formado por negros libres- no alcanzó a defenderla y la ciudad fue atacada e incendiada. Entre los informes –me imagino que alguien los habrá estudiado- se señala que Drake enterró parte del tesoro que había saqueado por toda la costa de Chile, cerca de Arica…
Como puerto principal y permanente conexión con El Callao, Arequipa y el altiplano, Arica fue puente de difusión de las noticias independentistas. Después de la derrota de Rancagua en 1814, la estrategia de O”Higgins y San Martín de formar el ejército libertador en Mendoza, cruzar los Andes y enfrentar a los españoles en Lima, puso a la región de Arica y Parinacota en el centro de la lucha. Lord Cochrane tomó esta plaza en 1821 y quien estuvo al mando del desembarco fue el coronel Miller, creador de la infantería de marina chilena. Fue la primera vez que nuestra bandera se izó en Arica.
De ahí en adelante, la ciudad se desarrolló en concatenación con Tacna. Se construyó el muelle y el ferrocarril que lo une con la ciudad interior. Tierra de tsunamis y terremotos, en 1868 Arica –como lo había hecho tantas otras veces- fue totalmente destruida con enormes olas de 18 metros que arrasaron todo lo que encontraron en su camino. Pero fue reconstruida. El plan de reconstrucción iniciado en 1871, contó con la participación de una gran firma inmobiliaria: nada menos que la del francés Gustavo Eiffel. Fue la compañía de este destacado constructor francés, quien luego levantaría la famosa torre en Paris, la que construyó la Aduana, el edificio de la Gobernación -construido en piedra cantería- y la iglesia de San Marcos de Arica, construida íntegramente de fierro. (1876). Seis años después, otro terremoto destruyó la ciudad, pero la iglesia de estilo neogótico resistió.
La segunda vez que la bandera chilena flameó en Arica fue durante la guerra del Pacífico. Al amanecer del 7 de junio de 1880, las tropas chilenas, en 55 minutos y avanzando a pecho descubierto, sobrepasaron las líneas de trincheras y los fuertes que defendían la ladera este del Morro, y llegaron a sangre y fuego hasta la cumbre. Nunca más ha dejado de flamear allí. Ni las minas que explotaban a su paso, ni las descargas de fusilería pudieron detenerlos. Dispararon poco. En el combate cuerpo a cuerpo la tropa prefería el corvo y la bayoneta. El comandante chileno, Juan José San Martín, cayó en combate a mitad del cerro, mientras el comandante peruano, coronel Francisco Bolognesi defendió sus posiciones tenazmente, hasta que ya no hubo nada que hacer. Había defendido el Morro hasta el último cartucho, como lo había prometido. Murió, como el 40% de sus efectivos. Los hombres del cuarto de línea, hoy regimiento de infantería N 4 de Rancagua, fueron los protagonistas de esta hazaña, la que nos abrió el camino para los acontecimientos decisivos: la campaña de Lima. En enero de 1881, después de Chorillos y Miraflores, el Ejército chileno ocupó Lima iniciando el largo camino para afianzar la paz.
El resultado de la Guerra del Pacífico, tuvo entre otras consecuencias, culminar el proceso de integración territorial iniciado apenas la República se consolidó. El territorio original del Chile viejo, abarcaba en la práctica entre el Loa y el Bio-Bío, la zona fronteriza con la Araucanía. Luego la soberanía reaparecía en Valdivia y llegaba hasta Chiloé. Al norte y al sur de estos límites, se extendía la nada, el desierto caluroso y el desierto frío. Sólo en 1849 se había fundado, a orillas del Estrecho de Magallanes el fuerte que andando el tiempo se convirtió en Punta Arenas y sólo en 1881, una vez que la victoria en el Perú dejó libre algunos regimientos, se ocupó la Araucanía. En cuanto al norte, no estuvo en el ánimo de las autoridades ni del pueblo chileno permanecer en el Perú mucho tiempo. Abandonamos Lima, quedándonos con Antofagasta, que había sido boliviana y con Tarapacá, que era peruana. Como durante la campaña naval, Chile había conquistado el dominio del mar, la anexión de esos territorios potencialmente ricos, no ofreció mayores dificultades.
A partir de ese momento, la responsabilidad de Arica fue nuestra, es decir del Estado de Chile y del esfuerzo de su gente de trabajo, empresarios, profesionales, Fuerzas Armadas…
¿Cuánto nos hemos preocupado por ella?