Blog Corral Victoria
Hace cinco años, partió uno de los grandes historiadores que ha tenido Chile en el siglo XX. Me refiero a Gonzalo Vial Correa, simplemente un hombre cabal. Consecuente con sus principios y valores cristianos, fue testigo y protagonista de los últimos cincuenta años de la historia de Chile, la cual narró con maestría.
Fue un verdadero maestro, de esos que rara vez se encuentran en la vida. Enseñaba con su ejemplo. Entre otras tantas cosas, me trasmitió la pasión por la historia de Chile reciente; fue con él que aprendí a hacer mis primeras entrevistas a personajes relevantes y, leyéndolo intuí que, para ser un buen historiador, no bastaban los conocimientos, sino que además la capacidad de trasmitirlos en un lenguaje claro, llano y ojalá, entretenido. En ese sentido, don Gonzalo fue un intelectual moderno, que supo combinar la rigurosidad del historiador con un estilo comprensible para todos. Por eso se le leía y se le seguirá leyendo con fruición.
Autor de innumerables libros, el más querido por él fue “Prat”, por el cual tenía una enorme admiración y el más recomendado para quien quiera conocer a fondo la historia de nuestro último siglo es su colección de cinco tomos titulado Historia de Chile (1891-1973)
Nació en 1930 en el seno de una familia tradicional, católica que como él mismo decía, era “absolutamente conservadora.” Su abuelo y su padre eran agricultores de fortuna, dueños de grandes propiedades agrícolas en Graneros y en Rancagua, pero cuyos intereses fundamentales estuvieron siempre centrados en la cultura. De hecho, don Gonzalo se crió en un ambiente extraordinariamente culto y libresco. El cuarto de seis hermanos, creció junto a sus padres –Wenceslao Vial Ovalle y Ana Correa Sánchez- en una gran casa de tres pisos ubicada en la comuna de Providencia, donde lo verdaderamente valioso era la biblioteca de su abuelo Juan de Dios, con más de diez mil libros que fueron para siempre su fuente de inspiración. A los seis años fue matriculado en los Padres Franceses, colegio tradicional que a su juicio le entregó una buena formación religiosa y moral y donde como él mismo contaba, los sacerdotes eran muy igualitarios y no hacían ninguna diferencia entre quienes provenían de familias aristocráticas con dinero de quienes eran de clase media. Lo mismo sucedía en su casa. Su madre era sumamente sencilla y caritativa. Integraba la Sociedad San Vicente de Paul y por muchos años y silenciosamente entregó su ayuda en las poblaciones pobres del sur-poniente de Santiago. Sin duda, de ella heredó su preocupación por la pobreza y esa forma austera y sencilla de ser que caracterizó su estilo de vida. De su padre, el cual “no creía en los mitos y se reía de los ídolos”, adquirió esa forma escéptica de mirar el mundo.
Amante de la lectura, desde chico se interesó por la historia universal y chilena, la literatura francesa y española y la poesía. En su casa todos leían y cuando iban de veraneo a Viña del Mar, su abuelo le recomendaba algunos libros que después le controlaba. Además, siempre tuvo una facilidad natural para escribir que lo llevó a participar activamente en la Academia Literaria del colegio. Alumno destacado –primero del curso en casi todos sus años escolares- decidió entrar a estudiar Derecho en la Universidad Católica, ni por vocación ni por imposición paterna, sino por exclusión. Según él, no tenía habilidad alguna ni para la Medicina ni para la Ingeniería por lo que le quedaba sólo Derecho y Pedagogía en Historia, carreras que cursó paralelamente luego de rendir un brillante bachillerato donde obtuvo el máximo puntaje: 35 puntos.
En la Universidad, Vial conoció a dos hombres que marcarían su vida: Jaime Eyzaguirre y Jorge Prat. Brillante alumno en las dos carreras, en un momento dado Eyzaguirre –de quien fue su ayudante- lo instó a dejar las leyes por la historia, pero Vial, quien no quiso perder contacto con la realidad optó en definitiva por recibirse de abogado, profesión que ejerció por medio siglo y que le permitió tener un mejor conocimiento de los hombres.
Sin embargo, su pasión por la historia, y especialmente la de Chile, no mermó nunca. Había tenido excelentes profesores en el Pedagógico, entre ellos el propio Eyzaguirre, Ricardo Krebs y Mario Góngora. Si bien en la década del 50 no existía en el ambiente universitario la ebullición que se viviría en los 60, a Vial le tocó vivir el desencanto de la juventud a la forma en que se estaba haciendo política en Chile. Como el mismo sostuvo en varios de sus libros, fue la época en que estaba comenzando la gran crisis política que iba a terminar un cuarto de siglo después con el Golpe Militar. Sin militancia en partidos, Vial era con todo un claro exponente de la derecha nacionalista convirtiéndose en un gran admirador y discípulo de Jorge Prat, de quien fue su secretario privado cuando éste fue nombrado en 1954 ministro de Hacienda de Ibáñez. Con esa facilidad con que se reía de sí mismo, dicha tendencia no prendió en Chile porque, a su juicio, “no había peores políticos, políticos más ineficaces que ellos mismos. Prat –comentó más de una vez- era un excelente hombre pero un completo fracaso en este ámbito, hasta el punto que entre sus consejeros figuraba yo, que nunca tuve la menor aptitud para el manejo político.”
La llegada de Allende a La Moneda, lo llevó junto a un grupo de amigos a editar una revista semanal de oposición, contraria a la aspiración de la UP de implantar en Chile un régimen marxista. Eran tiempos en que se leía mucho y en que la opinión pública estaba deseosa de información, por lo que en 1971, cuando se publicó el primer número del Qué Pasa, tuvo éxito inmediato. Vial asumió su dirección e implementó la idea –inédita en esos momentos- de pedir a tres personas representativas de los tres tercios de entonces -la derecha, la DC y la UP- que se convirtieran en columnistas. Pese a la “terrorífica” polarización que existía en ese tiempo, Vial cuenta que le pidió a su amigo, el socialista Carlos Lazo, Vicepresidente del Banco del Estado, que consiguiera la autorización del Comité Central de su partido para que lo dejaran escribir, la que consiguió después de muchas vueltas. Pero lo interesante es que muchas de las columnas izquierdistas firmadas por Lazo fueron escritas por el propio Vial, ya que Lazo, “infinitamente inteligente, pero flojo, me llamaba a última hora para darme el tema y la orientación que quería darle a la columna.”
Dado el acceso que tenía como director de medio a todo tipo de información, supo antes que otros que se produciría el 11. “La noche del 10 –me contó muchas veces- estaba en la revista escribiendo hasta última hora –más de alguien no había cumplido con entregar a tiempo- cuando de repente aparece en mi escritorio Ricardo Claro. Se sienta al otro lado de la máquina, me mira, pero no me dice nada. Él tenía la idea que en la revista había un mar de micrófonos directamente conectados con La Moneda y bueno, saca un papel de su bolsillo y me lo muestra: “Mañana es el golpe”, decía… y yo, que había oído mil veces el mismo cuento de que mañana viene el lobo, le dije: “Ya Ricardo, muchas gracias, pero por favor déjame terminar esto porque tengo que cerrar la revista.” En verdad, el asunto me quedó dando vueltas y toda la noche la pasé nervioso. A la mañana siguiente –yo no tenía radio ni televisión, ¡fíjate el periodista!- me fui a “pata pelada” al auto y puse la radio. Estaban dando un programa que se llamaba “Desayuno” en la Agricultura y escuché que se estaba desarrollando en la más plena normalidad. ¡Otra vez –pensé- me contaron el cuento del golpe! Entonces me levanté para llevar a mis niños al colegio y no alcancé a llegar a la puerta de la parcela, donde vivía en ese tiempo, y oí el primer bando. La ignorancia de los civiles respecto al golpe era absoluta”
Mil historias para un hombre de gran vocación pública, ministro de educación, miembro de la Comisión Rettig y un gran polemista a través de sus columnas inolvidables en el diario La Segunda.