Diario La Segunda
2 de abril del 2002
El testimonio histórico entregado por el General ® Fernando Matthei al Centro de Documentación e Investigación en Historia de Chile Contemporáneo (Cidoc) de la Universidad Finis Terrae sobre la participación chilena en el conflicto de las Malvinas, y su posterior divulgación en el diario La Tercera, ha provocado un cierto revuelo. Me alegra sinceramente: como ciudadana agradezco conocer de boca de un destacado protagonista de nuestra historia reciente, las motivaciones que impulsaron a las autoridades de esa época a tomar las medidas de resguardo y defensa de nuestra soberanía.
A mi juicio, se equivocan aquellos que se alarman porque creen que se han develado “secretos” de Estado y que la información entregada,- a veinte años de los sucesos- podrían perjudicar nuestras actuales o futuras relaciones con Argentina.
Pensar que nuestros vecinos son tan ingenuos como para creer que en un momento de peligro, Chile iba a mantenerse de brazos cruzados esperando plácidamente el desenvolvimiento de las hostilidades con que sus propias autoridades nos habían amenazado luego de cumplir su cometido con Gran Bretaña, implica desconocer totalmente la forma en que se estructuran las hipótesis de conflicto entre Estados fronterizos. Además, sólo cuatro años antes, en 1978, habíamos logrado evitar una guerra y estaban aún fresca en la memoria los planes y métodos que Argentina había utilizado para provocarla.
Hoy, ya ha pasado el tiempo suficiente como para que otra generación –en circunstancias históricas diferentes- enfrente los desafíos que impone el nuevo orden regional y mundial. Como en cualquier otro tipo de relaciones –personales, institucionales y entre Estados-, las que tenemos con Argentina sólo pueden solidificarse si están basadas en la verdad.
Desde otra perspectiva, como historiadora, siempre he pensado que ocultar, tergiversar o acomodar la historia es, a la larga, un mal negocio. Asumir y comprender nuestra historia, sobre todo la más reciente, es una tarea que debemos emprender. No encuentro argumentos suficientes que avalen la necesidad, de que como a los niños, le dosifiquemos a la gente el acceso a la verdad histórica. Es más, creo que ese paternalismo intelectual, arraigado de buena fe en algunos círculos, nos ha hecho más mal que bien. Ha impedido que seamos capaces de digerir nuestro pasado para proyectarnos como corresponde a la etapa siguiente, ha acumulado desconfianzas y odiosidades que nos impiden avanzar y, nos ha obligado a vivir en una suerte de “amnesia colectiva” como si la verdad histórica, por dolorosa e incómoda que sea, en vez de hacernos más renovados y libres nos encadenara a la fatalidad.
Las falsas prudencias, los falsos pudores y las falsas lealtades paralizan o retacan equivocadamente a muchos de nuestros hombres públicos a cumplir con su deber social y ético de dar a conocer lo que pensaron e hicieron cuando tuvieron parte del poder en sus manos. Como testigos y protagonistas de momentos claves de nuestra historia, no pueden olvidar que son una fuente esencial para la reconstrucción de nuestro conocimiento histórico y que como tales tienen una responsabilidad frente a las futuras generaciones. La historia nos pertenece a todos y es el tiempo y la propia historia la que juzgará sus aciertos o desaciertos. Por el momento, sus testimonios son parte importante de la memoria histórica de Chile y, como tales, parte del patrimonio que sustenta nuestra identidad. En este contexto, bienvenido sea el testimonio del General Matthei y ojalá vengan ¡¡¡muchos y muchos más!!!
La historia de Chile –como la de cualquier otra nación- debe sustentarse en la fidelidad a los hechos. La búsqueda de la verdad histórica “sin apellidos” no sólo es un valor sino un imperativo que está en la esencia misma del oficio de historiar. El aporte y servicio al bien común de un historiador es precisamente trabajar para rescatar del olvido aquello que verdaderamente ocurrió, ordenarlo y jerarquizarlo para darle significación y, por último, ayudar a que llegue a la comunidad nacional para hacerlo parte de cada uno de sus miembros. El periodismo es un buen instrumento para esta tarea.
Patricia Arancibia Clavel