Seminario
“Utopías 1970-2003: Revisar el pasado, criticar el presente, imaginar el futuro.”
5 septiembre 2003.
Doy gracias a los organizadores por esta invitación y darme la oportunidad de contrastar ideas con Gabriel Salazar.
-Lo ocurrido hace 30 años en Chile todavía divide apasionadamente a los chilenos. Es un hecho de la causa que no deja de ser frustrante, sobre todo cuando observamos otras realidades históricas tantas o más dolorosas. Pienso, por ejemplo, en la Alemania post-hitleriana, en la España post-guerra civil o, si nos detenemos en nuestra propia historia, en la rapidez con que se asumió la escisión política de nuestra sociedad en tiempos de Balmaceda.
-Podríamos centrar la atención esta tarde en intentar responder cual es el rol que debemos jugar los historiadores en el momento actual para cooperar, en la medida de lo posible, al cierre de las heridas que impiden un verdadero reencuentro y analizar hasta que punto nuestro trabajo historiográfico puede influir para generar un ambiente de mayor concordia entre nosotros.
-No tengo –ni mucho menos- respuestas definitivas, pero pensando en voz alta, se me ocurren algunas ideas que quisiera compartir con Uds. y con mis compañeros de mesa.
– Utilizar toda nuestra influencia social- sabiendo con todo, que es escasa- en insistir sobre la importancia que tiene para nuestra sociedad que la enseñanza de nuestra historia reciente sea materia de estudio y análisis tanto en colegios como Universidades. La mayoría de nosotros, junto con investigar, hace docencia por lo que debemos utilizar ese y todos los espacios que tengamos a nuestro alcance para transmitir a las nuevas generaciones –con espíritu crítico- las diferentes visiones que se tienen del proceso histórico vivido. La incomprensión del presente nace, en la mayoría de los casos, de la ignorancia del pasado. Creo que nosotros tenemos –junto a los profesores- la gran responsabilidad social de evitar que siga campando en nuestra juventud dicha ignorancia y la falta de compromiso de éstos y muchos otros con la Historia.
– Insisto en este punto porque intentar ocultar un pasado porque no nos gusta, no da en definitiva ningún resultado. He escuchado a muchos sostener que una de las formas de conseguir la paz social es no hurgando en el pasado ya que el paso del tiempo ayuda a olvidar. No comparto ese argumento. Dejaría de tener sentido nuestro trabajo como historiadores, que justamente centramos nuestro oficio en el rescate de nuestra memoria histórica con el convencimiento de que la historia no enseña. Ni los pueblos ni las personas olvidan. Pueden perdonar, entender, justificar, pero no olvidar porque la memoria y el recuerdo son consustanciales a la naturaleza humana y es uno de los rasgos que la diferencian del mundo animal. Se ha dicho mucho, pero no está de más repetirlo: las relaciones humanas fructíferas y la armonía de un pueblo exige enfrentar las consecuencias de los actos que realizamos, reconocer faltas, errores e incluso horrores, y asumir sus consecuencias si se quiere comenzar de nuevo….
– Por otra parte, creo que los historiadores deben cumplir con su trabajo cumpliendo cabalmente con las exigencias metodológicas y éticas de nuestro oficio. Debemos ser fieles a los hechos evitando que nuestras convicciones ideológicas –por muy legítimas que sean- distorsionen la realidad estudiada. Falsear un testimonio, omitir o desechar aquello que no conviene para sustentar una tesis u otra debilita cualquier causa. Debemos ser fieles a la realidad tal cual se nos presenta, nos guste o no, nos duela o no, porque es la honestidad intelectual nuestra única arma para conseguir el respeto de amigos y adversarios.
– No debemos olvidar que el historiador no es juez. Nuestra misión no es la de condenar o absolver a los actores sociales o individuales de la historia. Más bien nuestra misión se encamina a ayudar a comprender los procesos históricos evitando toda demonización de hechos y personas. Para el historiador no debiese haber héroes ni villanos, buenos y malos, sino que hombres con luces y sombras que actúan de acuerdo a las circunstancias, los valores de su época y de su formación.
– Creo que la realidad del pasado que estudiamos es tan multifacética que es imposible tener una visión acabada y única de ella. No me atraen las visiones monistas de las cosas, más bien me atraen las visiones polifónicas que rescatan de cada instrumento (el violín, el bombo, el piano) su valor para el conjunto. Creo además que los hombres –los grandes actores de la historia- persiguen fines distintos y muy a menudo incompatibles y que intentar dogmáticamente imponer unos sobre otros ha sido lo que ha provocado los grandes dramas tanto en las sociedades pasadas como en las presentes. Si queremos “imaginar el futuro” común como reza la convocatoria a este seminario, debemos ser capaces de asumir que no existen verdades absolutas y que solo la tolerancia –principio liberal por excelencia- nos puede ayudar a reencontrarnos en un proyecto común. Pero, ojo, sólo puede ser tolerante quien tiene claridad y solidez en sus ideas. Quien no las posee, no solo no comprende al otro, sino que se mueve por la vida destilando odio y resentimiento que tarde o temprano se le devuelve.
Yo siento que ya hace mucho rato estoy reconciliada con la vida y con la historia y por eso quizás me siento tan contenta de haber tenido la intuición de elegir, en su momento, el oficio de historiar.