El general Julio Canessa R.

Blog Corral Victoria

El 24 de enero a la edad de 89 años falleció el general Julio Canessa Robert. Vicecomandante en Jefe del Ejército, fue integrante de la Junta Militar de Gobierno como representante de su institución en los años 1985 y 1986, además de  senador designado desde 1998 hasta el año 2006.

Hace ocho años, le realicé una larga entrevista que se publicó como libro. En ella el general relató parte de su vida, la vida de un soldado que le tocó desenvolverse en un contexto político y militar difícil: la década de los 70, los conflictos limítrofes con Perú y Argentina y la transición a la democracia.

En homenaje a su memoria, transcribo algunos párrafos de la introducción del libro que dan cuenta de su perfil personal.

Nos ha citado a última hora de la tarde. Su oficina –un octavo piso en el corazón de Providencia- envuelve con elegante sencillez a su inquilino. La alfombra y las paredes gris claro permiten lucir el colorido de un par de grabados con escenas de batallas napoleónicas, único testimonio del oficio de las armas en este silencioso piso. No hay detalles personales. La luz indirecta da relieve a las impecables superficies de madera y todo está, quizás, demasiado ordenado. Su secretaria nos acompaña al despacho del general.

Don Julio tiene 81 años. Quizás por su baja estatura y su compacta presencia, una figura tan formal como la suya sugiere la de un soldadito de plomo. Viste traje oscuro cortado a la medida, sin insignia en la solapa. Se nota que es un hombre acostumbrado a mandar y a ser obedecido sin necesidad de alzar la voz. Pero la seriedad de su gesto –cuesta imaginarlo despeinado – es traicionada por una mirada maliciosa. Parece venir de vuelta en todo. Nos saluda con amabilidad y de inmediato nos señala el ventanal que  tiene a su espalda. Es el espectáculo de una capital moderna al atardecer. El volumen de los edificios se va haciendo más impresionante a medida que se pone el sol; una cadena de luces avanza hacia nosotros desde Vitacura. Al fondo, el cerro San Cristóbal se alza como una masa oscura.

Bonito, ¿verdad? Todo esto es impensable sin el 11 de septiembre, añade sin esperar respuesta.

Hay algo ingenuo en su comentario, cierto orgullo de buena ley, medio provinciano.  Para nuestro entrevistado es, con certeza, el hecho capital del siglo XX chileno, el acontecimiento que le sirve de pivote, el término de una época y el comienzo de una nueva para nuestro país. Lo dice con tranquilidad, absolutamente convencido. Nos invita a sentarnos y suelta de inmediato un párrafo que debe haber preparado cuidadosamente.

Déjenme decir que dudé mucho antes de aceptar hacer este libro. Nunca se me ocurrió dejar recuerdos ni nada parecido. De hecho, no he conservado agendas ni documentos. Mi experiencia de vida es similar a la de cualquier hombre de mi generación. Fui un observador atento, no un protagonista. No creo que mis opiniones sean originales, llamativas por su desplante o por contener infidencias. Es más, sé que están  mediatizadas por mi condición de oficial de ejército. Siempre me consideré un soldado, nada más que un soldado, y los militares profesionales somos seres anónimos. No digo esto por falsa modestia ni buena crianza, sino para despejar cualquier expectativa injustificada sobre las posibilidades de nuestra conversación.

Agradecemos su buena disposición, general. En lo demás, ya veremos…

Me tocó vivir una época especial, notable en más de un sentido. Mi generación tuvo el privilegio de desenvolverse en un ambiente caracterizado por la intensidad de los cambios sociales, morales y culturales. Yo creo en aquello de que los hijos se parecen más a su tiempo que a sus padres, y compruebo a cada paso que las aspiraciones de la gente joven son muy diferentes a las que predominaban en mi juventud. Sin embargo, no todo tiempo pasado fue mejor. Al menos no necesariamente.

¿Cómo sintetizaría lo que le he tocado vivir?

Desde mi posición, la de un oficial de infantería, vi hacerse añicos una democracia que parecía llamada a durar eternamente, y después participé en su restauración. A mi generación militar le correspondió asumir el desafío de recoger los restos de un país destruido por la demagogia y volver a levantarlo. Misión cumplida y adiós. A otros corresponderá cosechar lo que sembramos.

¿Siempre es tan serio?

No. Tengo buen humor, pero detesto la vulgaridad y la irresponsabilidad. Sé que tengo fama de fregado, pero advierto cuán divertida es la gente sin proponérselo.  Supongo que Dios se divierte mucho observando nuestros afanes… y soy el primero en reírme de mí mismo.

No es un mal comienzo para conocer su vida…Comencemos entonces…

Su testimonio es tremendamente interesante para todos aquellos que deseen comprender la mentalidad de una generación de oficiales y las razones que tuvieron para intervenir en uno de los hitos históricos más importantes del siglo XX.

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