El bombardeo de Valparaíso en 1866: una guerra olvidada, en quijotesca solidaridad con Perú.

Blog Corral Victoria

      Pocos son los que hoy recuerdan que en 1865-1866 Chile se enfrentó en una guerra con España en solidaridad con Perú y que como consecuencia de ella, nuestro principal puerto fue bombardeado desde el mar por buques españoles.

      Desde que en 1844 España reconoció oficialmente nuestra independencia, Chile no tenía problemas pendientes con la antigua metrópoli. Sin embargo, deseoso de recuperar parte de su poderío en América, contrarrestar la expansión política y económica de sus rivales coloniales y revitalizar su declinante influencia ultramarina sobre el Pacífico, el Estado español inició una campaña agresiva contra algunas de sus antiguas colonias, entre ellas el Perú. Bajo la excusa que los sucesivos gobiernos peruanos no habían estado dispuestos a aceptar el pago de indemnizaciones por los bienes confiscados durante la guerra por su independencia, una bien armada y apertrechada escuadra española, se apoderó en abril de 1864 de las islas Chinchas, tres islotes rocosos ubicados frente a la bahía de Pisco. Si bien la agresión española sólo afectaba directamente la soberanía peruana, la ocupación de las islas fue considerada en Chile como una ofensa a un país hermano y un peligro para su propia independencia. Una serie de incidentes diplomáticos gestados en un clima intelectual y político crecientemente americanista y antiespañol, terminaron con la firma de un “Tratado de Alianza Ofensiva y Defensiva” con Perú en enero de 1865, y una declaración formal de guerra contra España el 24 de septiembre de 1865.

      Sin entrar en los pormenores bélicos del conflicto, era evidente que la lucha sería esencialmente en el mar. La escuadra española inició las hostilidades declarando el bloqueo en todo el litoral chileno, aunque no dejaba de ser osado intentar hacerlo efectivo con apenas cinco fragatas y tres cañoneras.  Ramón Subercaseaux, joven testigo de los acontecimientos cuenta en sus Memorias de 80 años, que luego del duro revés que significó para los españoles el enfrentamiento en Papudo y Abtao, una de sus ocupaciones favoritas en ese verano de 1866 era observar el movimiento de las fragatas enemigas frente al puerto de Valparaíso desde un telescopio ubicado en el edificio de la Bolsa. 

      La táctica impuesta por la escuadra española, comenzó a tener efectos concretos en el transporte y comercio marítimo, afectando de manera clara a quienes trabajaban en ese rubro. El clima que se vivía en Valparaíso era de tensión permanente y si bien Chile tenía en esos momentos habilitados más de cuarenta puertos a lo largo de su costa y se continuaba transportando cobre, guano, maderas y productos agropecuarios como en tiempos de paz,  a comienzos de 1866 las tareas portuarias comenzaron a languidecer.

      A pesar de las tensiones, la vida en Valparaíso siguió su ritmo cotidiano hasta que el 27 de marzo, el almirante Casto Méndez Núñez notificó que en tres días más bombardearía el puerto.  Inútiles resultaron las gestiones diplomáticas realizadas para evitar el ataque a Valparaíso. Al día siguiente que Méndez Núñez anunció el bombardeo, relata un testigo, “la gente pudiente empezó a salir en calesas y carretas a los campos vecinos. Los trenes iban rebosando y los ricos de la ciudad estuvieron a la altura de las circunstancias organizando Cocinas de Caridad para la clase desvalida.” Entre éstos estaban “miles de obreros y sus familias que el bloqueó había dejado sin trabajo.”

      En vísperas del “día D”, la gente se arremolinaba en las avenidas, en las plazas, en las torrenteras y barrancos de los cerros, comentando si las barcos ingleses y norteamericanos surtos en la bahía, podrían impedir el desastre. 

      A las ocho de la mañana del 31 de marzo, los buques extranjeros se retiraron, señal clara que el bombardeo no tardaría en iniciarse. La mitad de la población –que en ese entonces ya llegaba a los 80.000 habitantes- ya había salido del puerto y el resto, que no creyó que la escuadra española atacaría, se abalanzó a los cerros a refugiarse. Los disparos comenzaron a las nueve y cuarto de la mañana. Tres horas de fuego continuado, especialmente sobre el populoso barrio de La Planchada, sobre los edificios públicos y el centro comercial, dieron por resultado la destrucción de la Aduana, la Bolsa, la Intendencia, la estación del ferrocarril, las iglesias de La Matriz, de San Francisco y de los Jesuitas, hospitales e instituciones de caridad, almacenes, viviendas particulares y monumentos. Las dos mil seiscientas bombas y granadas disparadas por las fragatas “Numancia”, “Blanca”, “Villa Madrid”, “Resolución” y “Vencedora“, dieron  prueba de la intensidad de la acción.

      Los costos para Chile de esta quijotesca aventura solidaria con el Perú fueron cuantiosos. Sólo las pérdidas provocadas por el bombardeo significaron más de 15 millones de pesos de la época. Durante esos tristes días, Eduardo Charton “un periodista de la pintura que acechaba con ojos abiertos la noticia sensacional que llevaba a la tela para luego distribuirlas en las revistas ilustradas de la época”, pintó dos grabados sobre el trágico acontecimiento: el bombardeo mismo contemplado desde los cerros, y la evacuación de la población apiñada en el Crucero de los Reyes. En ellos –comenta Eugenio Pereira Salas- se describen con gran elocuencia las costumbres de la ciudad, los desaparecidos omnibuses con imperial, carretelas para bultos y pasajeros, los vendedores populares con sus árguenas henchidas; y en el costado, un ciego cantando en la guitarra los romances de tan lamentables sucesos.

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