Edith Stein y Simone de Beauvoir: la trasgresión a través del intelecto.

El Mercurio
Conferencia nº4

Con esta conversación  de hoy termina el ciclo de “Mujeres trasgresoras europeas de la primera mitad del siglo XX.”

Hemos elegido para el cierre, la biografía  de Edith Stein y de Simone de Beauvoir, dos mujeres que se movieron en el ámbito de las ideas puras,  y que buscaron desesperadamente –cada una en su estilo- el camino para alcanzar la verdad  dedicándose a una profesión donde tradicionalmente las mujeres han tenido escasa presencia: la filosofía.

Ambas, buscaron un Absoluto que les diera  sentido a su existencia, se cuestionaron la fe recibida por sus padres, lucharon por entenderla  y optaron al final,  con plena y total libertad, por el camino que consideraron  el más adecuado para si mismas. Una de ellas, Edith, judía, se movió  en el campo de la fenomenología y encontró  en su conversión al catolicismo el camino de su salvación; la otra, Simone, partícipe e  inspiradora del movimiento existencialista, llevará al límite sus postulados filosóficos, aceptando que, la ausencia de fe no era  –en sí misma-  obstáculo para encontrarle un sentido a la existencia humana y a su propia vida.

Edith Stein. (1891- 1942)

-La vida de Edih Stein fue corta. A los 51 años –en 1942- murió en las cámaras de gas del campo de concentración de Auschwitz, (Polonia) en plena II Guerra Mundial. Su pecado: ser de raza judía.

-Como lo diría el papa Juan Pablo II durante la homilía de su beatificación, (1987) ella era una “personalidad que reunía en su rica vida, una dramática síntesis de nuestro siglo”

-Había nacido en 1891, en Breslau, al este de Alemania, una región cercana a la frontera rusa y era la undécima hija del matrimonio entre Sigfrid Stein y Augusta Courant, ambos judíos de raza y de religión.

-Muy tempranamente –a los dos años- Edith quedó huérfana de padre, por lo que su madre –Augusta- fue quien tuvo que asumir las responsabilidades económicas y formativas de sus hijos. Mujer de carácter y de gran fortaleza, fue capaz de sacar adelante una fábrica de maderas que poseían , y si bien no pudo satisfacer todas las necesidades de una familia numerosa, nunca pasaron hambre y se acostumbraron a una vida de gran sencillez.

-Augusta influyó decisivamente en la formación de su hija. Le trasmitió la importancia del esfuerzo personal y, por sobre todo,  una fe profunda en Dios y en la necesidad de cumplir con las prácticas religiosas. Para ella, la prueba máxima de la existencia de Dios estaba en el hecho que pese a su viudez, había logrado sacar adelante a su familia.   “No puedo creerme –le dijo en una ocasión a Edith-  que todo lo que he conseguido se lo deba a mis propias fuerzas” Era una manera de reforzar en su hija, la idea que Dios no había estado ausente en sus vidas, en especial, cuando Edith tuvo –en su adolescencia- una profunda crisis de fe.

-Desde muy pequeña, Edith  se destacó por su gran capacidad intelectual y su interés por el conocimiento. Le encantaba ir al colegio y todo lo preguntaba. Su hermano mayor –quien fue una especie de tutor intelectual- le leía a Goethe, Scheler y a otros poetas y dramaturgos alemanes, le enseñaba  sus retratos y le hablaba de sus obras. Su excepcional memoria lo retenía todo y cuando con sus hermanos y amigos jugaban al “bachillerato”, pese a sus escasos años, sabía casi todas las respuestas. Afortunadamente no fue la falsa promesa de tantos niños precoces y, por el contrario, a medida que fue creciendo, fue mostrando su gran talento y capacidad intelectual.

-Segura de sí misma “en mis sueños de infancia  –decía- siempre veía ante mi un brillante porvenir. Soñaba con felicidad y gloria pues estaba convencida de que estaba destinada a algo grande. Me daba cuenta, que no pertenecía en absoluto al ambiento estrecho y burgués en que había nacido.”

-La influencia de la enseñanza racional del colegio, una enseñanza laica de tipo positivista, en abierta lucha con la Iglesia ( no olvidemos que estamos a comienzos del siglo XX, en plena Kulturkrampf (la guerra por la cultura) cooperó a que Edith fuera perdiendo la fe en un Dios personal. La acendrada religiosidad de su madre y los hábitos piadosos de la familia, no fueron lo suficientemente fuertes como para contener sus cuestionamientos, y aunque su búsqueda por una verdad que le diera sentido a su vida, no cejaría, se alejó de las explicaciones religiosas y centró su interés en la  filosofía. Tenía entonces quince años.

-En 1911, ya terminado el colegio, va a ser una de las pocas mujeres de su tiempo que tiene la opción de ingresar a la Universidad. Ha dado un bachillerato brillante y como tiene vocación de docente, ingresa a la Universidad de Breslau a estudiar filología germánica e historia. Pero, hay otra disciplina que despierta rápidamente su interés y sin dudarlo demasiado, se matricula también en sicología. Le interesa estudiar a fondo los fundamentos y el sentido de la existencia humana y cree que a través de la sicología podrá  avanzar en la búsqueda de esa  Sin embargo, a poco andar se desilusiona. El enfoque no le satisface: es puramente experimental, mecánico, donde son las experiencias sensoriales  las que cuentan… ella quiere más, quiere adentrarse en el “alma” de las cosas, entenderlas, captar las esencias.

-Fue entonces cuando su atención fue atraída por un libro que estaba causando revuelo y que le daría un vuelco importante a su vida. Se trataba de las “Investigaciones Lógicas” de Husserl, donde el filósofo, que enseñaba en Gotinga, señalaba que el conocimiento era un fenómeno intencional que estaba destinado a la comprensión de la esencia de las cosas.

-Fue tal su entusiasmo que no  sólo leyó los dos volúmenes de la obra, hecho que el propio Husserl calificó de una “proeza heroica” ,sino que se dio cuenta  inmediatamente que estaba frente a una posible respuesta a sus inquietudes.

-Pese a que tiene que abandonar a su familia, en 1913, a los 22 años, se va a estudiar a Gotinga en busca del “maestro.” Lo que le atrae de su filosofía es su método que consiste en re-considerar sin a prioris todos los contenidos de la conciencia, describiéndolos en lo que son, sin interpretaciones. Ello implicaba dejar de lado todo tipo de prejuicios, todo tipo de subjetivismo para llegar a alcanzar la verdad objetiva, la esencia y el ser de las cosas en su realidad pura.

-La fenomenología proporciona a Edith una gran satisfacción. Se dedica en cuerpo y alma al estudio y muy  pronto llega a ser la alumna más destacada de Husserl. Tanto era su entusiasmo que en la fiesta de Año nuevo de 1913, sus amigos señalaron  que “mientras otras chicas sueñan con besos, Edith sueña con Husserl. “ Y es que lLa libertad y movilidad de su método creaban  una excelente atmósfera entre sus discípulos. Sin una terminología especial, ni sistema secreto, estaban  unidos por una mirada abierta para la captación espiritual e intuitiva del ser en todas sus formas.

-Sin embargo, Edith siente que algo le falta. No está convencida totalmente que la filosofía, como ciencia estricta pueda satisfacer todas las exigencias y todas las preguntas sobre el ser humano y su sentido último. Husserl no es un cristiano creyente, respeta la religión, pero la verdad filosófica está para él por encima de todo.

-Edith –sin fe todavía- quiere una claridad “más definitiva” y tiene la suerte de conocer, en Gotinga, a  Max Scheler, otro fenomenólogo que viene de Munich. Scheler es judío converso y deja en ella una impresión indeleble. Su intuición y su sentido de los valores la pone en contacto con un mundo totalmente desconocido para ella: el mundo cristiano. Scheler da conferencias nocturnas sobre temas religiosos –la esencia de lo santo, por ejemplo- y si bien ella mantenía su ateismo, no cabe duda que su amistad con el filósofo fue un primer impulso en el camino de su conversión. “Con él- dirá después- tuve mi primer contacto con ese mundo cristiano para mí totalmente desconocido. No me condujo todavía a la fe, pero me abrió a una esfera, a un tipo de “fenómenos” ante los cuales yo no podía mantenerme ciega. Si personas con las que trataba a diario vivían en ese mundo, tenía que ser por lo menos un mundo digno de ser considerado en serio.” (el papa hizo su tesis doctoral sobre Scheler)

El estallido en 1914  de la Gran Guerra europea  dejó las cosas en suspenso para  Edith. Dejó los estudios para servir en la Cruz Roja, pero ya en 1916 volvió a la universidad,-esta vez  Friburgo en donde enseñaba Husserl,- para trabajar en su doctorado. En 1917, se doctoró summa cum laude en Filosofía con una disertación sobre el problema de la empatía. (26 años) Obviamente, se trasformó en  profesora ayudante de Husserl.

-Ese mismo año, Edith sufrió un impacto que le abrió un nuevo horizonte a su vida. Recibió la noticia de la muerte en el frente  de su amigo Adolf Reinach, fenomenólogo como ella a quien Edith había conocido cuando llegó a Gotinga. Muy amiga de su viuda, fue a visitarla quedando profundamente sorprendida de la fortaleza, paz y esperanza de la joven mujer. Fue-dirá más tarde-  mi primer encuentro con la cruz y con la divina virtud que ella infunde a los que la llevan. Entonces vi por primera vez y palpablemente ante mí, en su victoria sobre el aguijón de la muerte, la Iglesia nacida de la pasión del Redentor. Fue el momento en que mi incredulidad se desplomó y Cristo irradió en el misterio de la Cruz.” Desde ese momento,  hubo un serio replanteamiento a su forma de enfocar la vida y comenzó a interesarse por “escuchar” sus inquietudes religiosas. Inició la lectura de los evangelios, de los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola y del filósofo danés Soren Kierkegaard, en quien encontró respuestas a su angustia existencial. Dicha angustia no se acallaba con la filosofía, pero sí con el encuentro de Cristo hecho

-Un último hecho decisivo le ocurre en 1921, cuando tenía ya treinta años. En casa de unos amigos protestantes, descubre el libro “La vida de Santa Teresa de Ávila “ y tras leerlo con fruición, se da cuenta que su búsqueda ha terminado. Ha encontrado la verdad en los escritos de una mujer como ella, inteligente y voluntariosa, quien pese a su racionalidad, ha comprendido que lo único importante al fin de cuentas es la entrega de amor a Dios.

-En enero de 1922, Edith pide el bautizo. Acelerada como era, el mismo día en que terminó de leer a Santa Teresa, compró un catecismo y un misal, que estudió hasta dominarlos. Solo entonces fue a la parroquia para oír misa: “nada me resultó extraño- dirá más tarde- Gracias a esa lectura comprendí incluso las menores ceremonias. Esperé a que el sacerdote terminara su acción de gracias y le seguí a la sacristía. Sin preliminares le pedí ser bautizada. El me miró con asombro y me dijo que hacía falta una preparación. Le contesté, por favor, padre, hágame algunas preguntas.” No hubo oposición.

-El problema era ahora enfrentar a su madre. Judía por los 16 costados, la mujer fuerte, que había criado sola a sus hijos se puso a llorar. Fue la primera vez que Edith la veía en ese estado y se impresionó mucho. Sin embargo, ella intuyó que Edith había recibido una gracia de Dios y no se opuso a la decisión de su hija. Por respeto y cariño a su madre, durante los años siguientes, Edith siguió acompañándola a la sinagoga.

-A pesar que su interés inmediato fue entrar al claustro, entre los años 1923 y 1931, (entre los 32 y 40 años) sus directores espirituales le negaron esa opción. Debía seguir en el “mundo”, en su actividad filosófica, entregando sus conocimientos a quienes lo necesitaban.

-Fue enviada entonces a Espira (cerca de Breslau) donde enseñará en el liceo femenino y en la Escuela Normal de maestras. En estos años, traduce al alemán el “tratado sobre la Verdad” de Santo Tomás de Aquino, hecho que aumentó su prestigio y la hizo muy conocida en los círculos católicos alemanes.

-La búsqueda intelectual y luego espiritual de Edith no implicó, sin embargo, indiferencia frente a los acontecimientos contingentes. Desde sus años en Gotinga había luchado por los derechos de la mujer. Y es que poseía un fuerte sentimiento de responsabilidad social. “Luché- cuenta ella misma- decididamente por el derecho a voto de la mujer que en ese momento aún no estaba claro dentro del movimiento cívico de las mujeres, y me afilié a la liga prusiana por el derecho a voto. Con ello quería reivindicar la plena igualdad de nuestros derechos políticos.”

-Pero eso no bastaba. Ya conversa, una de sus principales preocupaciones fue el dedicar su atención a los problemas de la mujer moderna. A su juicio, las mujeres pueden redimir el mundo a través de la piedad, la pureza y el amor. Ella es conciente que hombre y mujer son iguales en dignidad y que ninguna persona humana es superior a otra por razón de su sexo. Pero, señala, “ el hecho de que el hombre sea creado primero, pone de manifiesto una cierta prioridad de orden.” Esa prioridad de orden, en todo caso, no tiene porqué ser entendida como dominio de uno sobre otro. Las mujeres, señalará pueden ejercer cualquier profesión, ninguna les está vedada, pero, su peculiaridad individual las lleva a servir en tareas que son más aptas para su naturaleza. Por ejemplo, señala, la mujer se desempeñará sin problemas donde se requiere asistencia, educación, amparo, empatía, etc., como la medicina, enfermería, docencia, el gobierno doméstico y las vocaciones profesionales sociales.

-Respecto a las profesiones masculinas, la mujer puede desarrollarlas, pero impregnándoles un modo puramente femenino, es decir entregando en ellas las peculiaridades de su propia alma. Esa peculiaridad especial de la mujer se resume en el deseo de acoger al otro y en su deseo de servir. Por eso, dice es necesario ampliar la idea de la maternidad, no sólo restringiéndola al hogar, sino al prójimo. De allí el valor que tiene para ella el símbolo de la Virgen, que es espíritu maternal puro, misericordia, amor.

-Fue el 14 de octubre de 1933, cuando Edith pudo al fin entrar a la vida contemplativa. Fue recibida en las Carmelitas Descalzas de Colonia a los 42 años. Ninguna de sus hermanas había oído antes su nombre y mucho menos conocían sus trabajos. En realidad, pocas habrían sido capaces de entender su lenguaje intelectual. La única observación de una hermana anciana fue: “Cose bien”?” Desgraciadamente, era absolutamente inepta para las tareas domésticas, por lo que se le autorizó a continuar su trabajo intelectual.

-Cuatro años más tarde, el 21 de abril de 1938, el mismo día en que Husserl, su primer maestro murió, hizo los votos perpetuos. El Carmelo es soledad y silencio, pero también alegría y libertad de corazón. Publicó entonces la Oración de la Iglesia e inició su último trabajo filosófico, “Ser, limitado e ilimitado”, que quedaría inconcluso.

-Para eludir la persecución nazi a los judíos, sus superiores la envían al Carmelo de Echt en Holanda, junto a su hermana Rosa, quien se había convertido al catolicismo y hecho religiosa en 1936.

-Como es sabido, Holanda fue invadida apenas iniciada la II Guerra y la persecución contra los judíos fue allí particularmente severa. No olviden que Anna Frank fue detenida en Ámsterdam.

-El 2 de agosto de 1942 –como represalia a una declaración de los obispos holandeses que se quejan por la deportación de que está siendo objeto la comunidad judía, las SS resuelven deportar de inmediato a todos los judíos conversos, incluyendo a los religiosos. Como consecuencia de ello, el convento donde estaba Edith y su hermana fue allanado. Rápidamente fueron conducidas al campo de concentración de Westevok en el norte de Holanda. Se conserva un testimonio de ese momento: “ha quedado muy grabada en mi memoria la despreocupación, casi podría decirse la serenidad con que Edith Stein aceptó su destino, Su actitud contrastaba notablemente con la de los demás prisioneros.” Y es que Edith Stein había perdido todo miedo a la muerte y por el contrario, quería encontrarse luego con el Dios-Padre. Pocos días más tarde, el 9 de agosto, Edith y Rosa Stein fueron conducidas a Auschwitz y asesinadas de inmediato en las cámaras de gas.

El 11 de octubre de 1998, Juan Pablo II canonizó a Edith Stein y el 13 de diciembre del año siguiente, la declaró patrona de Europa y doctora de la Iglesia. Junto a Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Ávila, son las únicas mujeres que detentan esa calidad en la Iglesia Católica.

Sin duda la mayor trasgresión de Edith Stein consiste en haber optado por un estilo de vida radical y absoluto. No era una opción fácil, menos aún cuando el ambiente intelectual de la época en que le tocó vivir estaba fuertemente influenciado por el laicismo, el relativismo y la indiferencia religiosa.

Ella por propia iniciativa, buscando siempre un Absoluto que le diera sentido a su vida, eligió libremente el compromiso con la fe, y aún más, rompiendo las convenciones imperantes al dedicar su capacidad intelectual a la filosofía, fue, sin complejos, ella misma.  Asimismo, al haber escogido la religión católica, dejando atrás la fe judía a la que estaba predestinada por nacimiento, Stein fue una rebelde. Finalmente, no deja de ser admirable que no se haya conformado con ser una católica más. Insistió durante años –hasta que lo logró- militar en una de las ordenes más estrictas – Las Carmelitas Descalzas – en donde el anonadamiento de la personalidad es casi absoluto. Ella que pudo haber brillado en el mundo por su sobresaliente talento, prefirió la oración y el silencio, y justo en un momento en que la mujer se abría espacios para ser.

Simone de Beauvoir (1908-1986)

Si Edith Stein se fue desplazando progresivamente hacia el ámbito de la trascendencia, Simone de Beauvoir, persiguiendo un mismo ideal de verdad, se negó a abandonar la esfera de la inmanencia. Su opción fue tan personal y libre como la de Edith y en ello radica también la admiración que tenemos por ella.

Simone nació en Paris el 9 de enero de 1908, en el seno de una familia de la alta burguesía católica.

-La mayor de dos hermanas, su padre, Georges era un hombre culto, abogado, aficionado al teatro en el que incursionó como actor y director. Católico en la acepción más tradicional del término y un nacionalista furibundo, fue un claro opositor a Dreyfuss, en la querella que en ese tiempo dividió a la sociedad francesa en bandos irreconciliables. De hecho, fue un admirador de Maurrás, el gran político francés que inspiró el revanchismo frente a la derrota sufrida por Francia ante los prusianos en 1870.

-Individualista y racional, hombre apasionado por la lectura, atractivo y seductor, fue quien modeló la personalidad de Simone, influyendo especialmente en el desarrollo de sus aptitudes intelectuales.

-Su madre, era por su parte, la típica representante del “ethos” tradicional de la alta burguesía francesa de la época. Elegante y distante, Intentó inculcarle un profundo respeto por la Iglesia y la fe católica con algo –quizás- de ese mismo fervor y rigurosidad –por no decir fanatismo- con que con posterioridad su hija lo rechazó. Su verdadera figura maternal fue su nana Louise. Con ella se sentía segura y pasaba la mayor parte del tiempo.

-Simone vivió sus primeros años en Montparnasse –el barrio bohemio por excelencia de Paris – y precisamente en los altos del Café “La Rotonde”, centro de la vanguardia artística de ese tiempo. Probablemente ella jamás imaginó que años más tarde sería una notable protagonista de ese ambiente.

-En el primer tomo de su autobiografía, “Memorias de una joven formal” (1958) Simone se explaya sobre el confort y el decoro de su infancia. Estaba matriculada desde los cinco años en un colegio católico de clase alta y uno puede con facilidad imaginársela jugando con sus amigas y niñeras en los jardines de Luxemburgo.

-Dos circunstancias, sin embargo, irrumpen en la tranquilidad de esa imagen. Cuando tenía seis años, en 1914, comenzó la I guerra Mundial hecho que si bien apenas afectó su vida, implicó que su padre fuera movilizado al frente, sintiendo abandono y soledad.  El otro momento, unos pocos años más tarde, cuando perdió su fe en Dios, experiencia que le fue desgarradora. Y es que antes de los quince años, Simone era una niña feliz, creyente, de esas personas para quienes los sentimientos religiosos le dan paz y seguridad. De ahí entonces que cuando empezó a usar su capacidad de reflexión y a dudar de la existencia de Dios, el efecto emocional fue perturbador en extremo. La expresión nietzscheana “Dios ha muerto”, tan carente de significado para el  racionalista ateo como blasfemia para el creyente, encerraba sin embargo para ella la amarga verdad de una  dramática experiencia personal. Tenía entonces quince años, la misma edad en que Edith Stein perdió la fe.

-De esa experiencia, surgió su interés por la filosofía. Un universo donde Dios había muerto, le tenía que parecer incomprensible. Necesitaba de alguna manera llenar el vacío y de ahí su urgente necesidad de buscar en las ideas un sentido al mundo que comenzaba a abrírsele. Pero sus padres y profesores de colegio no le tomaron mayor asunto a sus inquietudes. Consideraban que una mujer no podía dedicarse a ese tipo de temas y que la filosofía, en definitiva, era sólo para hombres.

-Fue allí donde su rebeldía afloró. De hecho, entró a estudiar filosofía en la Sorbonne en 1926, a los 18 años, y más tarde se dedicó a su enseñanza en Marsella, Rouan y Paris, para consternación de su padre.

-Fue en la Universidad donde conoció a Simone Weil, pero la amistad no maduró entre ellas, ya que “Simone Weil estaba dedicada por completo al problema de la justicia social y ella estaba enteramente absorbida por el problema del significado de la existencia.

-Pero, lo verdaderamente decisivo para ella fue que en La Sorbonne conoció a Jean Paul Sartre, un joven normalista, antirreligioso y de gran prestigio intelectual por su brillantez. De hecho, fue el primer alumno de su promoción en la prestigiosa Escuela Normal Superior. Era un muchacho anarquista –también de origen burgués- que detestaba la sociedad en que vivían. Ella escribirá más tarde que “cuando lo dejaba, a principios de Agosto de 1929 (21 años) sabía que nunca más saldría de mi vida. A mi me parecía que todo el tiempo que no estaba con él era tiempo perdido. Fue la primera vez en mi vida que me sentí intelectualmente dominada por alguien.”

-Su admiración por el talento de Sartre la hicieron decidir unir sus vidas, pero en una unión libre, porque ninguno de los dos aceptaba el matrimonio. El fue el que propuso la fórmula de su relación como un amor necesario, pero compatible con amores contingentes. Ambos cumplieron ese pacto. No se mentirían, se respetarían y compartirían estrechamente una aventura intelectual. De hecho, estuvieron unidos intelectual y sentimentalmente hasta que Sartre falleció en 1980, pero jamás vivieron juntos. Según ella “estábamos contra la sociedad bajo su forma actual, pero no era un antagonismo hosco; implicaba un robustoi optimismo. Había que recrear al hombre y esa invención sería en parte nuestra obra.”

Mientras tanto, la izquierda francesa causaba euforia en este período de entre-guerras y ambos compartían sus ideales. Pero, no se involucraban todavía en política. Como señala Simone, “ por nuestro amor a  la libertad, nuestra oposición al orden establecido y nuestro individualismo, nos acercábamos a los anarquistas. Pero, a decir verdad, nuestra incoherencia desafiaba todas las etiquetas. Anticapitalistas, pero no marxistas, exaltábamos los poderes de la conciencia pura, y sin embargo, éramos anti espiritualistas. Planteábamos la materialidad del hombre y del universo desdeñando las ciencias y las técnicas.”

Para ellos solo existía el ser humano, las cosas simplemente eran. El único absoluto era la libertad. A los 23 años, cuando enseñaba filosofía en Marsella “soñaba con ser mi propia causa y mi propio fin. Era y lo sería siempre mi propio dueño. “

– En 1932, se separaron por un tiempo ya que Sartre se fue a vivir a Alemania. En ese momento tomaron una opción: no se casarían por ningún motivo. “La idea de matrimonio no me había cruzado por la cabeza. Nuestro anarquismo era tan sólido y agresivo que rechazábamos la ingerencia de la sociedad en nuestros asuntos privados. Éramos hostiles a las instituciones, porque la libertad quedaba alienada.” ¿Además, se preguntaban para que el matrimonio? Sartre nunca quiso tener hijos y Simone asegura en sus Memorias que ella tampoco: “No soñaba en absoluto con encontrarme en una carne emanada de mi. Por otra parte, me sentía con tan pocas afinidades con mis padres que, de antemano, los hijos y las hijas que pudiera tener, me parecían extraños. Esperaba de ellos o la indiferencia o la hostilidad, a tal punto sentía aversión por la vida familiar.”

-Paradójicamente, a pesar de su extrema independencia, Simone no creó una filosofía propia, sino que prefirió seguir a Sartre en el existencialismo.

En esencia, este término comenzó a aplicarse a partir de 1930 para explicar una manera de hacer filosofía. La idea es analizar la existencia como el modo de ser propio del hombre, pero un modo de ser en el mundo, en una situación determinada. En el fondo, el existencialismo o análisis existencial se ocupa de todas las situaciones –sean comunes o fundamentales- en que el hombre llega a encontrarse. Existir –dirá Sartre y también Simone- significa hallarse en relación con el mundo, o sea tanto con las cosas como con los otros hombres. El antecedente de esta mirada de mundo fue la fenomenología. Los existencialistas afirman que el ser humano es una realidad finita, que existe y obra por su propia cuenta y riesgo, oponiéndose radicalmente al romanticismo y al idealismo del siglo XIX que veían en el hombre, al menos potencialmente, una fuerza infinita. Pero también, se oponen radicalmente a toda filosofía cristiana, por cuanto a ésta le es consustancial, la idea de trascendencia.

Simone sostenía que debíamos vivir la experiencia de nuestras vidas en cada situación, plenamente, para luego pasar a la etapa siguiente. Esa etapa era la de edificación de nuestros propios fundamentos, a partir de nuestras propias creencias. Así cada uno de nosotros debía atreverse a inventar su propia filosofía. Para ella y para Sartre, el hecho que la vida no tuviera un sentido trascendente, fuera sólo existencia e individual, implicaba que cada cual podía descubrirla o crearla para sí.

A diferencia de los deterministas de cualquier signo, Simone afirmaba  que la libertad de la voluntad  era un camino difícil a seguir. Implicaba reconocer nuestra propia responsabilidad y nuestra propia culpa, sin tener a quien o a que responsabilizar por nuestros actos. . Para ello –decía- se requiere coraje, pues es la conciencia de uno mismo como ser responsable la que nutre la ansiedad y la desesperación. Soportar esta responsabilidad siempre resulta una tarea complicada y algunas veces hasta heroicas, pero, en verdad, no hay escapatoria.

Preocupada de estudiar y enseñar, buscando vivir en plenitud lo que aprendía y creaba, Simone siguió aferrada a Sartre. Ambos, sin ser militantes, se oponen al fascismo, pero creen que su lucha está en el campo de las ideas.

Durante la ocupación alemana, Simone está sola “Que era, se pregunta en 1939- Sin marido, sin hijos, sin hogar, yo no tenía ninguna superficie social. Entrando a los treinta, estaba en la edad en que se tienen ganas de pesar sobre la tierra. Hasta ahora, mis placeres de vivir, mis proyectos literarios y la garantía que me proporcionaba Sartre me habían ahorrado ese tipo de preocupación. Pero su ausencia –él estaba en Alemania- y la debilidad de mis novelas me desorientaba.” La verdad es que todavía no escribía ninguna.

En 1943, ya con Sartre en Paris, se hace redactora de la revista “Tiempos Modernos” dirigida por el propio Sartre y escribe “La invitada”, una novela que incursiona en los celos y que de una u otra manera refleja sus sentimientos frente al enamoramiento “contingente” de Sartre con una exalumna de ella.

Más madura, sigue en la docencia e intentando escribir, hasta que en 1947, acabada la guerra, emprende un viaje a Estados Unidos. Este será el tema de su libro “Norteamérica dia a día”, donde hace notar la sorpresa que le causa encontrarse con un país y una sociedad tan diferente a la que ha vivido. Estados unidos es un país capitalista, práctico y simple donde sus planteamientos existencialistas no tiene mucha cabida.  Simone hace entonces una fuerte crítica a ese estilo de vida y pese a que conoce y se enamora de Nelson Algren, vuelve a Francia en busca de su espacio.

Pero es en 1949, cuando tiene 41 años, el momento en que aparece su más importante y profundo ensayo que la llevará a la fama por sí misma: Se trata de su obra  “El Segundo Sexo”, un largo y profundo ensayo sobre el papel de la mujer en la sociedad.

En la introducción, Simone afirma que dudó mucho sobre si debía escribir un libro sobre la mujer, porque el tema en si mismo le parecía irritante. Y es que no se consideraba feminista ni pensaba que la lucha por la igualdad debía hacerse desde el punto de vista del género. No compartía tampoco la tesis planteada por Freud de que el origen de la inferioridad femenina radicaba   en el complejo de castración.

Para ella, las mujeres se sienten inferiores porque son inferiores al aceptar que los hombres las subordinaran.  Las mujeres no fueron concebidas por la naturaleza para ser inferiores. Ha sido la sociedad, la que ha permitido que cumplan una función pasiva en la vida. A las jóvenes – continúa- las propias mujeres las preparan para agradar y servir al hombre; el matrimonio se ha convertido es la profesión más habitual de la mujer; y el casamiento, con su interminable serie de embarazos y tareas domésticas, casi siempre fue una forma de servidumbre.

La mujer soltera es apenas más libre. En la relación sexual, la mujer se entrega, el hombre toma. Así, desde una perspectiva existencialista, Simone concluye que el hombre ha sido el sujeto  y la mujer el objeto, hecho que es explicado  por circunstancias históricas. La femenidad no es –al final de cuenta – ni esencia ni naturaleza, es una situación creada por las distintas civilizaciones a partir de ciertos datos fisiológicos.

Reforzado por un abundante material sicológico, sociológico y empírico, El Segundo Sexo, tiene sin embargo un argumento: la mujer no nace, se hace. Para ella, la condición femenina obedece a un problema cultural más que biológico que, por lo mismo, sólo puede ser revertido o superado con una actitud también cultural.

Quizás por el hecho de ser soltera y sin interés por el matrimonio y la maternidad, este libro, aunque interesante, combativo y oportuno, no llegó a mi juicio a explorar la singularidad de la mujer. Más bien, es una crítica al antiguo “ethos” patriarcal que aún prevalece en las sociedades latinas, pero sus recetas de liberación no son especialmente originales.

Sin embargo, Simone fue la primera mujer que realizó un estudio sistemático y enciclopédico, que poniendo como centro el “sujeto” mujer, intentó al menos dar respuestas sobre su identidad.  Además, no deja de ser admirable el hecho que ayudó a crear un clima en la opinión pública para que la condición subordinada de la mujer cambiara, y que ésta fuera reconocida, no sólo en su calidad de esposa y madre sino que libre y autónoma para tomar decisiones, con capacidad activa y  recursos propios.

De allí en adelante, durante la segunda mitad del siglo XX, Simone fue considerada como el símbolo de la mujer liberada. , aunque en realidad lo que a ella le importaba era vivir su vida sin incomodarle para nada el hecho de ser, como ella misma decía “cerebro de hombre en cuerpo de mujer.”

Convencida que la filosofía existencialista tenía a la novela como su mejor exponente, a partir de la década de 1950 se dedicó a su vocación literaria. En 1954, cuando tenía 46 años publicó Los Mandarines, novela por la que recibió el premio Gongourt, lo que la consagró como figura literaria de primera línea en Francia.  Más tarde, convertida ya en una leyenda viva, publicará su serie autobiográfica contenida en “Memorias de una joven formal”, la fuerza de las cosas, Final de cuentas y la Ceremonia del Adiós, donde evoca la figura de su compañero Jean Paul Sartre, muerto en 1980 a los 72 años.

Seis años después, Simone murió de cáncer. Con ella desapareció toda una época de la intelectualidad francesa. Pero era ya una figura del pasado porque los sucesos de mayo de 1968 habían borrado los ejes ideológicos y la sensibilidad vital que había dado sentido a su vida y a su obra. Venía la oleada de los estructuralistas y la célebre consigna Hagamos posible lo imposible” no era ya posible…

Pese a sus marcadas diferencias – de fondo como de forma- Edith Stein y Simone de Beauvoir fueron transgresoras porque desafiaron las convenciones de su tiempo permaneciendo fieles a su personal modo de entender la vida y el mundo. Inconformistas por naturaleza, ambas optaron por el camino más difícil, el del cuestionamiento y el de la búsqueda constante de la verdad. Como alguien señaló en un momento, “el que busca la verdad, ese busca a Dios, tanto si lo advierte como si no.” Y en ese sentido estas dos mujeres quien sabe si se han encontrado en lo alto.

Para terminar, no olvidemos que el hilo conductor que guió estas conferencias fue el deseo de destacar, en distintos ámbitos, como algunas mujeres de comienzos del siglo XX , trasgrediendo el orden y la visión tradicional que se tenía de su rol, se atrevieron a optar y a ser ellas mismas, permitiendo que un siglo después, nosotras, o al menos las que estamos aquí podamos también seguir nuestro caminos en libertad , y ojalá sin ser  juzgadas. .  Creo que Virginia Wolf, Anaís Nin, Isadora Duncan, Coco Chanel, Edith Stein y Simone de Beauvoir – cada cual en su estilo y ámbito propio contribuyeron con su vida y su obra a esta tarea.

Muchas gracias.

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