Diario La Segunda
La Segunda, 20 octubre 2014
Pocas son las figuras públicas que han sido testigos y a la vez protagonistas relevantes de casi todo un siglo de nuestra historia. Nacido en 1918, Patricio Aylwin llegó a la Presidencia de la República a los 72 años, luego de una larga e intensa trayectoria en el ámbito político. Su militancia la definió siendo estudiante de Derecho y si bien estuvo a punto de ingresar al Partido Socialista cuando éste no se declaraba marxista, fue su cosmovisión cristiana y su fe las que, en definitiva, lo inclinaron a cerrar filas en la Falange, opción a la cual se mantuvo fiel hasta el final.
El término “don” calzó siempre con su figura y personalidad. Caballero como el que más, don Patricio rara vez perdió la compostura, mostrando permanentemente una actitud dialogante, de respeto y tolerancia al adversario político. Ello no fue impedimento para que expresara de manera firme y clara sus convicciones, evitando que la pasión política o intereses particulares guiaran su actuar. Hombre íntegro, sus cualidades personales, su formación jurídica y su acendrado espíritu democrático, fueron esenciales a la hora de enfrentar los grandes desafíos que la historia le puso en su camino.
Como Presidente del Senado y de su partido fue un activo opositor al gobierno de la Unidad Popular. Como sostuvo a días del golpe militar del 11 de septiembre, “la crisis económica, el intento de la Unidad Popular de acaparar el poder por cualquier medio, el caos moral y la destrucción institucional al que había llevado el gobierno del señor Allende al país, provocaron un grado de desesperación y angustia colectiva en la mayoría de la población que precipitaron el pronunciamiento de las Fuerzas Armadas.” A su juicio, dicho gobierno “había agotado, en el mayor fracaso, la “vía chilena hacia el socialismo” y se aprestaba a consumar un autogolpe para instaurar por la fuerza la dictadura comunista.”
Con la misma fuerza se opuso tenazmente al régimen militar, luchando sin desmayo, pero con realismo, para un pronto retorno al sistema democrático. Mientras algunos de sus aliados políticos insistían en la violencia como el camino para derrocar a Pinochet, desde muy temprano él buscó instancias legales para lograr su salida. Luego, en 1984, planteó la tesis que había que aceptar la institucionalidad vigente para – a través de sus mismos mecanismos- promover su transformación hacia un régimen democrático.
Como personaje clave de una transición modelo para el mundo, tuvo el apoyo mayoritario de la ciudadanía quien lo eligió para dirigir los destinos del país entre 1990 y 1994. Su gobierno tuvo que enfrentar diversos retos, pero en todos ellos, actuó con la prudencia y responsabilidad que el cargo ameritaba. Su capacidad para conformar equipos y su visión para mantener el modelo económico que tanto éxito le había deparado al país, lo inscribe como un verdadero hombre de Estado que tuvo –por sobre cualquier otra consideración- el de llevar a Chile por la senda del desarrollo y del progreso. Sus ingentes esfuerzos por lograr la unidad y reconciliación entre chilenos lo llevarán a ocupar un lugar privilegiado en nuestra historia.