Blog Corral Victoria
Los caballos llegaron a América con Cristóbal Colón en 1493, cuando éste efectuó su segundo viaje al Nuevo Mundo. Eran 20 potros y 5 hembras que le habían sido regalados por los Reyes Católicos. Sin embargo éstos, previo al embarque, fueron cambiados por otros ejemplares más rústicos de buena anchura, grueso cuello, resistentes y dóciles. Retratados en los cuadros de Tiziano y Velázquez —pintores del siglo XV y XVI— y en las estatuas ecuestres de la Plaza Mayor de Madrid, estos caballos ya no existen en España y son viva imagen de los existentes en Chile.
Los primeros 70 potros y yeguas que llegaron a Chile lo hicieron en 1540 con Pedro de Valdivia. Eran de raza española —una amalgama genética ancestral de sangre europea, céltica y africana— cuyas características principales —valor guerrero, rusticidad y resistencia— fueron trasmitidas rápidamente al caballo chileno que se desarrolló en nuestra tierra. Tres años más tarde, el conquistador Alonso de Monroy trajo 70 ejemplares más, los que a poco andar se incrementaron con cuatro remesas nuevas que llegaron desde el Cuzco.
En poco tiempo y gracias a quien sería el primer obispo de Chile –el domínico Rodrigo González Marmolejo- en 1544 se formó el primer criadero de caballos del país. Situado en la zona de Melipilla, éste se instaló en la localidad de Pico, un lugar estratégico —entre Pomaire, Esmeralda y el estero Puangue— considerado un sitio ideal ya que por allí no sólo se trazaría el camino real de carretas que abastecería la zona costera central, sino que también por ser un lugar con excelentes pastizales.
Gracias al cuidado y esmero de González Marmolejo, la población equina se multiplicó hasta llegar en 1547 a los 500 ejemplares. Más adelante, fue el gobernador García Hurtado de Mendoza, el que aportó 42 reproductores escogidos, los que con el transcurso de los años se fueron reproduciendo y distribuyendo a través del territorio, conformando al nacimiento de una nueva raza: el caballo chileno.
Una de las técnicas ecuestres traídas por los conquistadores a América, fue la aprendida en la llamada “Escuela de Jineta”, introducida por los árabes en España como un modo de entrenamiento del caballo para la guerra y que reemplazó a los juegos góticos. Entre sus características estaba la de montar al potro con los estribos cortos, usando preferentemente las piernas y el cuerpo del jinete, permitiéndole así una gran movilidad y rápidos giros en las distintas acciones de combate. De este modo se le facilitaba el uso de la espada y la lanza corta, llamada xeneta o jineta, tanto en la lucha individual como en el ataque del conjunto de guerreros.
Este modo de montar, se manifestó posteriormente en diferentes faenas, siendo esta Escuela de Jineta la que se usó preferentemente en las tareas agrícolas ganaderas de las haciendas chilenas por la rapidez y facilidad de desplazamiento que se requerían para dominar y conducir las manadas de vacunos de un lado a otro. De esta escuela, habían nacido, diversos ejercicios como el juego de las cañas (simulacro de combate con lanzas entre escuadras) y el de las sortijas (con el caballo corriendo, ensartar con una lanza un anillo colgante), donde los jinetes llevaban trajes coloridos, finamente adornados, sillas de montar especiales, estribos adecuados, todas normas que debían cumplirse según las imposiciones de la monarquía española. Los orígenes de la vestimenta del huaso y los aperos de los caballos tienen su raíz en esta escuela.
Éstos y los jinetes que los montaban se convirtieron con el tiempo en el centro de las fiestas públicas que comenzaron a realizarse en el período colonial, cuando como un modo de interrumpir el letargo y monotonía de la población, el propio gobernador Hurtado de Mendoza instituyó que todos los años se realizara el Paseo del Estandarte Real, fiesta que consistía en que el día del Apóstol Santiago, una comitiva numerosa de jinetes recorría las calles de la ciudad acompañando el emblema, luciendo para ello sus mejores galas. Los hombres de posición, se esmeraban año tras año, en ostentar sus mejores cabalgaduras, trajes y aperos, convirtiendo este espectáculo en un gran aliciente para estimular el desarrollo ecuestre, la crianza de caballos de lujo y el espíritu gallardo del huaso chileno.
Fuente: Patricia Arancibia Clavel Bucalemu 480 años de Tradición. (diciembre 2013)