Cámara Chilena de la Construcción
12 de noviembre 2010
En primer lugar, quiero agradecer la invitación que me ha hecho el Secretario General de la Cámara Chilena de la Construcción- Carlos Urenda- para compartir con ustedes una mirada histórica sobre Arica, capital desde hace sólo tres años de la región Arica y Parinacota, que se vislumbra como uno de los polos de desarrollo más importantes para el Chile del siglo XXI.
La primera reflexión que quiero compartir, me surgió mientras buscaba un punto de vista adecuado para dar estructura a esta charla. Advertí entonces que, inconscientemente, estaba pensando a Arica DESDE SANTIAGO. Arica, una ciudad distante dos mil kilómetros desde la plaza de armas de la capital: el punto 0 del país. Puede parecer baladí, pero es el peso gravitacional de las míticas ocho manzanas, de ese centralismo tan arraigado en la política, en los negocios, en la cultura que ha perjudicado y limitado tanto el desarrollo de nuestras regiones, más aún las más extremas. Porque, no es lo mismo pensar Arica, o cualquier otro lugar de nuestro territorio desde el centro que desde la periferia, como tampoco es lo mismo –en un mundo cada vez más globalizado- pensar Arica como el norte de Chile o como el centro de América del Sur, punto de encuentro y de desarrollo para los países de la región.
Pensar a Arica como centro y no como periferia, pensarlo como puerta de entrada a Chile y núcleo confluyente de intercambio para los países andinos, nos obliga a hurgar en su historia y hacerla nuestra.
Una de sus claves es, justamente, su ubicación geográfica, su clima templado. Situada en una posición privilegiada, no fue por azar que, hace más de diez mil años, se asentaron allí un puñado de hombres y mujeres que transitaban entre la costa, el desierto y el altiplano como cazadores, recolectores y pescadores. Arica era el lugar de encuentro de comunidades de culturas diversas, cosmopolita antes de ser puerto, que buscaban convivir y prosperar en medio de la adversidad.
En la costa de estas tierras desérticas surgió una de las culturas más tempranas de América del Sur: la cultura Chinchorro, cuyos miembros, en base de una estructura social simple pero con fuerte sentido espiritual, fueron capaces de crear el arte de momificación más antiguo del mundo. De hecho, las momias de Chinchorro, son tres mil años más antiguas que las egipcias y constituyen probablemente el patrimonio arqueológico más importante del país.
Pasaron los siglos y más tarde, mucho más tarde, entre los años 500 y 1000 DC, mientras en Europa ha caído el imperio romano y el viejo continente vive el período medieval, se desarrolla en la zona la cultura Tiahuanaku, cultura madre de las civilizaciones americanas y una de las más longevas de América del Sur. Ubicada en pleno altiplano –a 15 kms. del lago Titicaca- se expandió hacia la costa, influyendo con su esplendor y sus nuevas tecnologías (el cultivo en camellones para las tierras planas y en andenes o terrazas para las laderas) en todo el territorio de esta región. Posteriormente, alrededor del siglo XI y hasta la llegada de los españoles, se asentaron en la zona otras sociedades, pequeños reinos o señoríos que se desplegaron en los valles costeros, desenvolviéndose de manera autosuficiente porque tuvieron una economía mixta, agrícola, pesquera y de ganado camélido en el altiplano, (vicuña, alpaca, llama) Es la llamada “cultura Arica” que se corresponde con la aparición de la lengua aymara. Hoy, el pueblo aymara es uno de los ocho reconocidos por la Ley Indígena de 1993 y posee fuerte influencia en la Región. (48.000 aymaras, según censo 2002) 7% de la población indígena chilena que corresponde a 692 mil personas o sea 4.6% de la población))
Mientras tanto, más al norte, en el área del Cuzco, se consolidaba el reino de los incas que, se expandió hacia el sur a mediados del siglo XV, consolidando su hegemonía en toda esta zona y controlando hasta el río Maule. Durante el período inca, se impuso el idioma quechua como el oficial, aunque no logró hacerlo en la meseta del Titicaca, Arica, Parinacota y menos en el sur de Chile. Hoy el pueblo quechua también está reconocido por la Ley Indígena y corresponden al 0,9% de la población indígena.
Durante el siglo XVI, la conquista española trajo drásticos cambios en las sociedades andinas del norte, modificando la estructura organizativa y la cultura de la zona. Arica fue la punta de lanza de la ofensiva de la conquista. Por las tierras de Arica y Parinacota pasaron las tropas españolas rumbo al sur. Diego de Almagro descansó en Arica luego de su desventurada expedición al centro de Chile y unos años después, en 1540, Pedro de Valdivia y su hueste, proveniente del Cuzco –que incluía a Inés de Suarez- inició desde Arica la marcha hacia San Pedro de Atacama.
Hoy estamos en una ciudad con 469 años de historia. Fue fundada en 1541 al abrigo del Morro, por Lucas Martínez quien la llamó Villa San Marcos de Arica. De ahí en adelante y gracias al descubrimiento de las minas de plata en Potosí Bolivia (ubicada alrededor de 200 kilómetros hacia el interior) Arica se convirtió en el puerto más importante del Pacífico. Por aquí salían a las arcas españolas miles de toneladas del mineral que habían convertido la falda del cerro Rico en una de las ciudades más esplendorosas de la región. Los cronistas cuentan que en 1579 ya había en Potosí más de 800 tahúres profesionales y cientos de prostitutas y que a mediados del siglo XVII la población alcanzaba los 160.000 habitantes, es decir era más grande que Paris o Londres de la época. Fue tanta su fama, que Cervantes acuñó en el Quijote de la Mancha, el dicho, “esto vale un potosí”.
Convertida en puerto principal, Arica vivió al amparo de la producción minera durante toda la colonia, además de ser el puerto de recalada obligado para ir a Chile. En el censo de 1614 se contabilizaron cerca de dos mil habitantes y la ciudad tenía iglesia, monasterio, (franciscanos) hospital (más antiguo paludismo) y botica. LAS CASAS ERAN DE CAÑA Y BARRO, RESERVANDOSE EL ADOBE PARA LAS CONSTRUCCIONES PRINCIPALES. Curiosamente, el 73% de sus habitantes eran de origen negro, proporcionalmente la más alta de todo el virreinato y siguió aumentando en los años siguientes. Muchos de ellos, negros horros o libres y mulatos, pudieron enriquecerse y alcanzar una buena posición económica-social. Otros siguieron como esclavos. En el valle de Lluta y Azapa, los esclavistas desarrollaron una suerte de “nurserys”, criaderos de esclavos africanos que eran vendidos en el sur en elevadas sumas. Los afro descendientes seguían siendo mayoritarios hasta fines del siglo XVIII y liberados más tardíamente que en Chile. En Perú la abolición data de 1854 y en Chile de 1811.
Debido a la abundante riqueza, Arica fue durante todo el período colonial acosada por corsarios y piratas. Por allí pasaron, Cavendish, Hawkins, Sharp y un largo etcétera de ingleses, alemanes y holandeses, pero sin lugar a dudas, el más conocido fue Sir Francis Drake, quien apareció por el puerto en febrero de 1579. Su misión, como los que le siguieron era hostigar y saquear puertos de las colonias españolas en América, teniendo licencia real para ejercer la piratería. En una especie de bitácora que se encuentra en el museo británico, Drake relata que en Arica se encontró con dos barcos pequeños cargados de botijas de vino, barras de plata y otras mercancías, y aprovechando que la tripulación española se emborrachaba en las cantinas de la ciudad, tomó por asalto los galeones, los vaciaron y quemaron. Cuenta que los vecinos hacían sonar las campanas y que un cuerpo militar- formado por negros libres- no alcanzó a defenderla y la ciudad fue atacada e incendiada. Entre los informes –me imagino que alguien los habrá estudiado- se señala que Drake enterró parte del tesoro que había saqueado por toda la costa de Chile, cerca de Arica…
Como puerto principal y permanente conexión con El Callao, Arequipa y el altiplano, Arica va a ser puente de difusión de las noticias independentistas. Después de la derrota de Rancagua en 1814, la estrategia de O”Higgins y San Martín de formar el ejercito libertador en Mendoza, cruzar los Andes y enfrentar a los españoles en Lima, pondrá a la región de Arica y Parinacota en el centro de la lucha. Lord Cochrane tomó esta plaza en 1821 y quien estuvo al mando del desembarco fue el coronel Miller, creador de la infantería de marina chilena. FUE LA PRIMERA VEZ QUE nuestra BANDERA SE PLANTÓ EN ARICA.
De ahí en adelante, Arica se desarrolló en concatenación con Tacna. Se construye el muelle y el ferrocarril que lo une con la ciudad interior. Tierra de tsunamis y terremotos, en 1868 Arica –como lo había hecho tantas otras veces- fue totalmente destruida con enormes olas de 18 metros que arrasaron todo lo que encontraron en su camino. Pero fue reconstruida. El plan de reconstrucción iniciado en 1871, contó con la participación de una gran firma inmobiliaria: nada menos que la del francés Gustavo Eiffel. Fue la compañía de este destacado constructor francés, quien luego levantaría la famosa torre en Paris, la que construyó la Aduana, el edificio de la Gobernación (construido en piedra cantería) y la iglesia de San Marcos de Arica, construida íntegramente de fierro. (1876). Seis años después, otro terremoto destruyó la ciudad, pero la iglesia de estilo neogótico resistió.
La segunda vez que la bandera chilena flameó en Arica fue durante la guerra del Pacífico. Al amanecer del 7 de junio de 1880, las tropas chilenas, en 55 minutos y avanzando a pecho descubierto, sobrepasaron las líneas de trincheras y los fuertes que defendían la ladera este del Morro, y llegaron a sangre y fuego hasta la cumbre. Nunca más ha dejado de flamear allí. Ni las minas que explotaban a su paso, ni las descargas de fusilería pudieron detenerlos. Dispararon poco. En el combate cuerpo a cuerpo la tropa prefería el corvo y la bayoneta. El comandante chileno, Juan José San Martín, cayó en combate a mitad del cerro, mientras el comandante peruano, coronel Francisco Bolognesi defendió sus posiciones tenazmente, hasta que ya no hubo nada que hacer. Había defendido el Morro hasta el último cartucho, como lo había prometido. Murió, como el 40% de sus efectivos. Los hombres del cuarto de línea, hoy regimiento de infantería N 4 de Rancagua, fueron los protagonistas de esta hazaña, la que nos abrió el camino para los acontecimientos decisivos: la campaña de Lima. En enero de 1881, después de Chorillos y Miraflores, el Ejército chileno ocupó Lima iniciando el largo camino para afianzar la paz.
El resultado de la Guerra del Pacífico, tuvo entre otras consecuencias, culminar el proceso de integración territorial iniciado apenas la República se consolidó. El territorio original del Chile viejo, abarcaba en la práctica entre el Loa y el Bio-Bío, la zona fronteriza con la Araucanía. Luego la soberanía reaparecía en Valdivia y llegaba hasta Chiloé. Al norte y al sur de estos límites, se extendía la nada, el desierto caluroso y el desierto frío. Sólo en 1849 se había fundado, a orillas del Estrecho de Magallanes el fuerte que andando el tiempo se convirtió en Punta Arenas y sólo en 1881, una vez que la victoria en el Perú dejó libre algunos regimientos, se ocupó la Araucanía. En cuanto al norte, no estuvo en el ánimo de las autoridades ni del pueblo chileno permanecer en el Perú mucho tiempo y sin que nadie nos empujara, abandonamos Lima, quedándonos eso si con Antofagasta, que había sido boliviana y con Tarapacá, que era peruana. Como durante la campaña naval, Chile había conquistado el dominio del mar, la anexión de esos territorios potencialmente ricos, no ofreció mayores dificultades.
A partir de ese momento, la responsabilidad de Arica fue nuestra, es decir del Estado de Chile y del esfuerzo de su gente de trabajo, empresarios, profesionales, Fuerzas Armadas…
La zona tuvo un crecimiento acelerado gracias al salitre y a la explotación de las covaderas de guano. En los valles y quebradas se intensificó la agricultura para abastecer de alimentos frescos a la industria, pero las condiciones insalubres hicieron rebrotar el paludismo. El tratado de Ancón, suscrito entre Chile y Perú en 1883 convino que la provincia de Tarapacá quedaba definitivamente bajo dominio chileno, pero su departamento de Tacna y Arica, se mantendría en poder de las fuerzas de ocupación durante 10 años, al cabo de los cuales, sus habitantes, por medio de un plebiscito, resolverían si se mantendrían como extremo sur del Perú, o serían en adelante el extremo norte de Chile. Por motivos que no es del caso explicitar aquí, el plebiscito nunca se realizó. Al final, en 1929, los presidentes Carlos Ibañez en Chile y Augusto Leguía en Perú, gozaron de la autoridad suficiente para resolver el tema sin que dicha decisión provocara una reacción política adversa en alguno de los dos países. La solución fue salomónica, dividiéndose el territorio en disputa en dos porciones equivalentes, quedando Tacna para Perú y Arica para Chile.
Esa decisión –práctica desde el punto de vista diplomático y conveniente porque disolvió un eventual conflicto bélico- no fue adecuada desde el punto de vista geopolítico. Y es que el cono que desde Arequipa se proyecta hacia el Pacífico constituye una unidad geográfica orgánica, cuyo puerto Arica, ahora quedaba aislado sin el alimento comercial ni de Perú ni de Bolivia.
De ahí en adelante, convertida en ciudad fronteriza, pasó a ser un factor importante para la seguridad nacional y asiento militar para la defensa. Dada su condición y específicamente a partir de la década del 50, diferentes gobiernos buscaron la forma de levantar a Arica que se encontraba en una situación de aislamiento y desamparo económico. Tres fueron las iniciativas legales que cooperaron a modelar la ciudad.: El Puerto Libre, el Plan de industrialización y la Junta de Adelanto
Fue Ibáñez, en su segundo gobierno quien, cumpliendo una promesa de la campaña electoral dictó en julio de 1958 el decreto que convirtió a Arica en puerto libre. Ello implicó eliminar los derechos de internación de productos importados, permitiendo además que personas de distintas ciudades chilenas pudieran llegar a la ciudad a comprar mercaderías de todo tipo. Los aviones comenzaron a hacer uno o dos vuelos al día, siempre con pasaje completo y desde las zonas aledañas llegaban por cientos compradores y “contrabandistas” para aprovechar las oportunidades. Eran los tiempos de una política económica de crecimiento hacia adentro, con altas tasas arancelarias, por lo que el acceso a los productos importados estaba claramente restringido.
Junto con el decreto de puerto libre, Ibáñez envió al Congreso para su aprobación una ley que creaba la Junta de Adelanto de Arica. Fue éste un instrumento descentralizador de enorme importancia para impulsar los planes de desarrollo regional. La institución poseía varias características de los gobiernos regionales actuales, tales como desarrollar de manera autónoma una estrategia de desarrollo que impulsara obras de progreso que incidieran en el mejoramiento de la calidad de vida de la población. Además, los impuestos generados en la provincia quedaban en la región.
La Junta de Adelanto de Arica fue la experiencia de descentralización más avanzada del Estado de Chile en el siglo XX. Gracias a ella se implementaron una serie de obras de infraestructura como el puerto mismo que comenzó a construirse bajo el gobierno de Alessandri y que unió la isla de Alacrán al continente, el estadio Carlos Dittborn, el casino, el terminal rodoviario, la central eléctrica de Chapiquiña, el hipódromo, poblaciones habitacionales y un largo etcétera.
El cambio de giro se hizo dando impulso al concepto de integración con los países vecinos y de integración con el resto del país. Bajo el gobierno de Alessandri se puso fin al aislamiento de Arica, pavimentándose la panamericana Norte, que la unió a Iquique. En esos tiempos, el ferrocarril aún tenía importancia, pero sólo unía de Iquique a Puerto. Montt. Luego, a partir de 1964, Arica se conectará con el desarrollo nacional, creando una importante infraestructura industrial en los rubros automotriz, electrónico, pesquero, textil y turístico.
El boom ariqueño llegó a su fin en la década del 70. Dos situaciones marcaron su crisis. Por una parte, el gobierno militar reemplazó la estrategia económica de desarrollo hacia adentro, por una economía de libre mercado, con bajos aranceles y abierta al mundo. Para Chile en su conjunto, el cambio de modelo significó una transformación revolucionaria que ha permitido al país avanzar a pasos agigantados hacia el desarrollo. Pero, para aquellas zonas que sobrevivían gracias a un régimen protegido, la implementación del sistema de libre mercado para todo el país implicó una vuelta atrás. La actividad industrial decayó frente a la competencia y Arica entró en un proceso de fuerte deterioro.
Por otra parte, mientras Arica se desmantelaba, la situación internacional con los países vecinos se deterioró. La amenaza real de una invasión en busca de la recuperación de sus tierras irredentas por la cercanía del centenario de la guerra del Pacífico, obligó a transformar la ciudad en un núcleo defensivo y al efecto, se le dotó apresuradamente de un sistema de protección y de una guarnición de tropas que si bien fue muy útil para la persuasión, alejó a posibles inversores.
A fines de los 80, y durante estos últimos veinte años, la concepción estratégica del Estado chileno en relación a Arica se modificó. La defensa pasiva destinada a contener a un posible adversario fue sustituida por un sistema de respuesta flexible, cuya columna vertebral la materializan tres brigadas acorazadas, equipadas con la última tecnología y escalonadas en profundidad.
Este cambio estratégico ha logrado generar un nuevo ambiente en esta frontera. De hecho, Perú comenzó a invertir fuertemente en Tacna, dotándola de un régimen de excepción tributaria muy agresivo, tal como lo habían hecho los argentinos en Ushuaia.
Y Chile, ¿qué va a hacer?
Sabemos que el problema de la sustentabilidad y proyección de las zonas extremas del territorio nacional existe. Sabemos que se trata de regiones cuya importancia estratégica es imposible de negar. También sabemos que las dificultades se arrastran desde hace largo tiempo y que es absolutamente necesario dar un nuevo impulso a la región. El paso dado el 2007 con la formación del gobierno regional abre una nueva etapa, pero, eso no basta.
Después de este breve relato de la historia de Arica, creo que podemos ser optimistas. La ciudad está llamada a desempeñar un rol protagónico en el siglo XXI, pero para lograrlo tiene que reencontrarse con su vocación: ser de nuevo una puerta y un puerto que comunica y a través de la cual se transita y se comercia. El mar es una inmensa vía de comunicación, pero no nos sirve si al tocar tierra no hay un puente que nos permita llegar al interior. Arica puede convertirse en un significativo polo comercial del área del Pacífico sur de América, puede ser un punto de encuentro en el que confluyen las producciones de áreas importantes de Bolivia, Perú y Brasil y para ello pienso que no debemos seguir repitiendo fórmulas ya ensayadas porque no obtendremos por puro voluntarismo, resultados diferentes. Las crisis, cuando se enfrentan resueltamente actúan como un resorte que se comprime, pero que se comprime para saltar con mayor vigor cuando su energía se libera.
El mundo cambió, Chile cambió y creo que, si como país queremos reconquistar la posición que antaño tuvo Arica, debemos acostumbrarnos a mirar el mapa con anteojos nuevos, situando a Arica en el centro y no en la periferia. De esa mirada surgirá el ámbito de influencia de esta región, sus opciones y posibilidades.
Creo, además, que más allá de su rol subsidiario, el Estado –más aún si es centralista- no debiera suplir el espíritu de emprendimiento del sector privado, que es en definitiva el sector que siempre ha dinamizado y dado vida a una comunidad. La responsabilidad primera recae en los habitantes de la región que expresándose a través de sus organizaciones asociativas – no necesariamente políticas- debe asumir el protagonismo que le corresponde. Es como ese personaje de un cuento infantil del barón Mulhausen, que sale del pantano del que se está hundiendo tirándose el pelo hacia arriba. Es decir, confianza en las propias fuerzas.
Pero, en esa tarea los ariqueños no tienen porqué estar solos. Los emprendedores e inversionistas llegarán a Arica si la ven como tierra de oportunidades. La infraestructura base existe y está mejorando: puerto, una vía de comunicación bioceánica no lejos de convertirse en realidad, universidades consolidadas que podrían ser un faro de cultura, educación e integración con los países vecinos, un impulso fuerte a la minería.
Tengo la convicción de que en Chile no se han extinguido los Santos Ossa y quienes como él recorrieron el desierto buscando riqueza mineral; los doctor Noé que en las primeras décadas del siglo luchó para erradicar de Arica enfermedades crónicas, saneando el valle; los hombres y mujeres que animaron la Junta de Adelanto, comprometidos con su ciudad. En fin, hombres y mujeres de aquí y de allá dispuestos a innovar, dispuestos a invertir, dispuestos a arriesgar.
Quiero terminar agradeciéndoles la paciencia al escucharme y la oportunidad que la Cámara Chilena de la Construcción me ha dado para aprender algo más de Arica. Esta ciudad, adquirida con sangre de héroes, el último territorio en incorporarse al patrimonio de la nación chilena, será el primero en demostrar que es posible hacer las cosas de otra manera, desde la patria chica a la patria grande, con respeto y libertad.