Blog Corral Victoria
Antonio Acevedo Hernández nació en el campo en 1886, en un pequeño lugar llamado Tracacura, en las cercanías de Angol. Provenía de una familia de origen muy humilde. Su madre, María Hernández Urbistondo era lavandera y su padre Juan Acevedo Astorga, se había desempeñado en diversas labores como ferroviario, contrabandista y soldado del Tercero de Línea en el ejército vencedor de la Guerra del Pacifico. Antonio heredó de su padre un espíritu aventurero que lo empujó a marcharse del hogar tempranamente.
Después de un tiempo de vivir en Angol, la familia decidió trasladarse a Temuco. A la edad de diez años Antonio manifestó su personalidad rebelde, huye de su casa y se interna en los bosques de la región donde trabajaban taladores con fama de bandoleros y de quienes aprendió a manejar diestramente el cuchillo, los naipes marcados e historias populares que se grabarían por siempre en su mente.
El recuerdo de su madre lo hace volver a Temuco, pero el temor al castigo que le impondría su padre que había partido a buscarlo a casa de sus abuelos, lo hace partir nuevamente, esta vez, para siempre. Su primera parada fue Chillán, donde trabajó en los más variados oficios -albañil, lazarillo, vendedor, cargador de feria, labrador y obrero-. En esta ciudad aprendió a leer, iniciando una vocación autodidacta que le permitió ganarse la vida escribiendo cartas a los campesinos, quienes le pagaban una chaucha por página redactada.
De Chillán emprendió un largo recorrido por Linares, Longaví, hasta llegar a la hacienda La Tercera de la Montaña cercana a Santiago, donde trabajó como inquilino durante dos años. Se desconocen las razones por las cuales Acevedo Hernández abandonó Chillán. Tal vez fue impulsado por su espíritu aventurero, sus amores desmedidos o sus ansias de libertad e independencia. A medida que pasaron los años se fue acercando a Santiago, sobreviviendo ejerciendo una multitud de oficios, entre ellos el de peón de fundo. Allí conoció la precaria realidad del campo chileno, que luego describiría en sus obras de teatro.
En 1903 a los diecisiete años llegó a Santiago, se convirtió en barrendero de calles y obrero de la construcción, mientras en las noches leía los libros que sus escasos recursos le permitían comprar. Admirador de El Quijote, se entusiasmó con Ibsen, Hamlet de Shakespeare, El Burlador de Sevilla de Tirso de Molina, la trilogía de la muerte –La intrusa, Los ciegos, e Interior– de Maurice Maeterlinck y muchos otros autores desconocidos para la inmensa mayoría de sus compañeros de trabajo.
Su primera incursión el ambiente teatral la hizo con su obra La Hora Suprema, que fue estrenada alrededor de 1911, sin que se conozcan las circunstancias. Tras este hecho conoció a Matías Soto Aguilar director de la Compañía Hispano-Chilena en el Teatro Santiago, quien lo invitó a presenciar el ensayo de la obra La Pimienta. El resultado de esta experiencia le fue desalentadora y decidió entonces escribir sus propias obras. Retornó a Longaví, y rodeado de tranquilidad escribió Por el Atajo y El Inquilino.
Más tarde en Santiago, conoció al poeta Domingo Gómez Rojas, quien le propuso montar sus obras, formando junto al actor Juan Tenorio Quezada y a otros escritores como Manuel Rojas y González Vera, la Compañía Dramática Chilena. En ese entonces era toda una aventura hacer teatro, ya que no existía ninguna clase de facilidad para practicar y escasez de salas donde ensayar, por lo que lo hacían en casas particulares. Fue Adolfo Urzúa Rozas, un profesor del Conservatorio, quien se ofrece a dirigir alguna de sus obras, logrando montar El Inquilino gracias a la colaboración de Tomás Cortés, dueño de la sala teatral Coliseo. El estreno fue el 24 de diciembre de 1913, siendo todo un éxito.
Hacia 1920, Antonio Acevedo Hernández ya se ha convertido en un conocido dramaturgo de protesta social, plasmando por primera vez la realidad popular, las costumbres y el folclore del pueblo a la escena teatral. Con un nuevo público y un leguaje comprensible por todos, en los diez años siguientes estrenó nuevas obras, entre las cuales se destacaron: La tragedia de Caín, inspirada en la Biblia, La canción rota, centrada en el inquilinaje y una serie de sainetes: Cabrerita, Un 18 típico y De pura cepa.
En 1930 estrenó Árbol viejo, drama de campo y luego viajó a los centros mineros de Copiapó para estudiar la vida de los hombres de la zona. Escribe entonces Chañarcillo , reconocida como una de sus mejores obras teatrales.
Importante fuente histórica para recrear la realidad social de las primeras décadas del siglo XX chileno, Acevedo Hernández fue una figura pionera en nuestro teatro y como tal no debe olvidarse ya que su vida y su obra son importantes a la hora de comprender nuestro pasado y raíces.
Ganado por la arterioesclerosis, Acevedo murió en 1962 a los 75 años sin mayores recursos económicos ni reconocimientos, pese a ser considerado uno de los dramaturgos chilenos más importantes del siglo XX y padre del teatro nacional.