Angustias y esperanzas. La Unidad Popular.

Patricia Arancibia Clavel

Paulina Dittborn Cordua

El dolor, la separación, la sensación de derrota, de pérdida de un mundo, no fueron unilaterales.

Jorge Edwards.1

En este artículo intentaremos poner en relación dos aspectos de la experiencia de vida de una persona. Uno, el de su convivencia familiar que se mueve en el ámbito privado, y el otro, el de sus ideas y participación política que se inserta en la esfera de lo público. En concreto, nos proponemos explorar, desde la perspectiva de la historia de la vida privada, hasta qué punto una circunstancia política, la Unidad Popular, afectó las relaciones familiares y la cotidianeidad de éstas. Para ello, primero tipificaremos los dos ámbitos objeto de nuestro análisis y luego, a través de testimonios desplegados cronológicamente, procuraremos seguir a través de esas miradas, la progresiva degradación del proceso político que culminó con la intervención militar.

En un trabajo de esta naturaleza la memoria juega un papel central y creemos necesario señalar que ella no es un espejo de la realidad sino más bien un mecanismo de orden psíquico que permite a un individuo actualizar voluntaria o involuntariamente un sinnúmero de hechos, conocimientos, experiencias e impresiones vivenciadas en el pasado. La memoria es así “la representación de un hecho o una situación mediante una acción interiorizada en el sujeto.”2 Por lo que al recordar, lejos de reflejar con exactitud la realidad percibida en su día, la persona lo que hace es re-significar el pasado desde el marco individual y social de su presente.   No parece necesario añadir más para dar a entender que los testimonios siempre portan una carga interpretativa. De ahí que su valor para dar cuenta del pasado no pueda ser considerado absoluto y, para que sean una herramienta útil en la búsqueda de la verdad histórica, se les deba poner constantemente en situación con otras fuentes.3

También debemos advertir que el tema que nos ocupa es apenas una expresión de un ámbito mucho más amplio y complejo: el proceso de transformación de la sociedad chilena, cuyas manifestaciones más visibles se dejaron sentir a mediados de la década del 60 cuando – coincidente con un fenómeno de carácter mundial que puso fin a la sociedad tradicional sobreviviente de la Revolución Industrial – una ola de rebeldía, de crítica al orden establecido y de efervescencia social irrumpió con fuerza en nuestro país. Los deseos de cambios, -una aspiración generalizada porque el agotamiento del proyecto de sociedad entonces vigente era evidente- fueron movilizando a un número cada vez más creciente de ciudadanos que, influidos por el espíritu participativo dominante en este período,   quisieron dejar de ser meros espectadores de los acontecimientos para convertirse en protagonistas. En efecto, nuevos actores – principalmente jóvenes, mujeres y sectores provenientes del mundo poblacional y campesino- se sintieron llamados a integrarse de manera mucho más comprometida en todo tipo de movimientos sociales, culturales, religiosos y políticos.

Por honestidad intelectual debemos hacer además otra advertencia. En un sentido diferente a lo anteriormente indicado, este artículo no pasa de ser una aproximación a un tema cuya amplitud justifica una investigación mucho mayor, la que hasta hoy no se ha emprendido. Nos fue difícil rastrear el material utilizado en este trabajo, especialmente aquél que tiene relación con las angustias y temores de quienes vieron afectadas sus familias a causa de los actos políticos ocurridos bajo el régimen de la Unidad Popular. Existe una profusa bibliografía referente a dicho período en tanto fenómeno político, económico y social, pero son escasas las publicaciones en que se recoja, aunque sea marginalmente, el testimonio encaminado a personalizar cómo vivió el común de los chilenos la conflictividad y la incertidumbre de esos años. El miedo individual a la violencia política, el dolor por las pérdidas patrimoniales, el disenso político al interior de algunas familias, el desgarramiento producido por la eventual disolución de un estilo de vida que parecía llamado a perdurar, son fracturas íntimas a las que todavía cubre un manto de silencio. Ni siquiera la literatura – que constituye otro estupendo modo de conocer – se ha atrevido a dar forma a esa temática. Contrasta esa omisión con los antecedentes reunidos y los numerosos estudios existentes sobre una realidad similar, pero ocurrida durante los años posteriores. Incluso el gobierno se ha ocupado de rescatar y mantener viva esa memoria histórica a través de comisiones oficiales que dispone cuidadosamente que el período que en este plano interesa investigar y conocer se inicia el 11 de septiembre de 1973. Queremos decir con todo esto que estamos conscientes de las limitaciones de nuestra labor; pero también que nos entusiasma adentrarnos en territorio desconocido.

Junto con nuestra experiencia personal, hemos recurrido a una diversidad de fuentes bibliográficas, entre las que se cuentan, biografías, memorias, testimonios, cartas y prensa que, complementadas con entrevistas y libros que tratan el período, han sido la base con que hemos procurado recrear el clima general y el impacto que provocaron en el núcleo familiar los sucesos de ese entonces. Dichas fuentes – la memoria, en definitiva – son, como hemos dicho, eminentemente subjetivas y en más de alguna ocasión los relatos que de ellas rescatamos no se ciñen estrictamente a la realidad factual. Para nuestro enfoque, eso no es lo esencial. Lo que verdaderamente nos importa es descubrir cómo cada uno de los testigos o protagonistas percibieron esos hechos, cómo los visualizaron y cómo afectaron su mundo interno de valores y comportamientos. Por otra parte, con la finalidad de mostrar un amplio espectro de experiencias, hemos recogido las vivencias de miembros de familias representativas de diversos sectores sociales y de diferentes posiciones políticas, con énfasis eso sí, en el grupo social a que pertenecemos, esto es, familias de clase media urbana y profesional.

Por último, más que articular una recopilación de recuerdos, nos sentimos interpretadas con la posición de Miguel Orellana, quien en su libro Alma en Pena señala que lo importante es ser capaces de revelar los lazos que nos ofrecen las distintas interpretaciones que surgen de los recuerdos, haciendo “inteligible la posición de un adversario, de un contradictor, e incluso de un enemigo que está políticamente motivado por una visión distinta de la propia.”4 Creemos al igual que él, que lo nuestro, a fin de cuentas, es exponer la diversidad de opiniones y posiciones, “sin la hipocresía de sostener que todas las interpretaciones son igualmente respetables y sólidas, ni la arrogancia de creer que solo la propia lo es.” 5

Respecto de los conceptos de familia y política, nos parece que tiene razón Roger Chartier al sostener que “la verdadera esfera de lo privado es la célula familiar. De todos los grupos ella se convierte en el principal ámbito, cuando no en el único, en que se deposita la afectividad y se salvaguarda la intimidad”.6 Ello se traduce en que, a diferencia de lo que ocurre en las demás estructuras vitales, en el seno familiar las personas valen y son aceptadas por lo que son – en rigor, por ser ellas mismas – y no por lo que piensan, hacen, saben o tienen. La familia, en efecto, es el espacio de convivencia por excelencia, donde convivir, a diferencia de coexistir, implica aceptar las diferencias, discrepancias y conflictos “propias de esa operación que consiste en vivir juntos”.7

Si la familia constituye el espacio de convivencia por excelencia, el ámbito de la participación política representa su opuesto. Se podría afirmar que se trata de realidades que giran en órbitas distintas, aunque tangentes. La familia nos inserta – lo queramos o no – en una cadena que une generaciones. La participación política, en cambio, es eventual y contingente. En la órbita familiar, lo acabamos de señalar, valemos por lo que somos; en la política según el poder que detentemos. La familia es un reino privado; la política, en cambio, por definición, es un asunto de “puertas afuera”. En consecuencia, en la actividad política, es decir, en la competencia por obtener y conservar el poder – no es otro el alma de la política – rigen códigos de interpretación y normas de conducta perfectamente ajenos, cuando no inaceptables, para las relaciones familiares.

Siendo así, ¿por qué afirmamos que se trata de círculos tangentes? Porque el ser humano se inserta en la sociedad desde una familia. En efecto, desde una familia nos asomamos al mundo y nuestras aspiraciones sociales, profesionales y políticas están condicionadas – por aceptación o rebeldía – por las ideas y sentimientos que surgen de nuestras propias familias.

Sin embargo, se dice que los hijos se parecen más a su tiempo que a sus padres. Este factor es muy importante para comprender lo que ocurrió en la vida privada de muchas familias durante esos años. El afán por cambiarlo todo – “seamos razonables, pidamos lo imposible”- caló profundo en muchos jóvenes que aunque hoy nos parezca extraño, sintieron el éxito de la Revolución Cubana como un triunfo del espíritu libertario. En ese momento y por primera vez en su historia, una parte significativa de la población chilena creyó que la posibilidad de hacer la revolución era real. Pero otra parte de ella, igual de significativa, le temió, convencida que significaba no sólo una amenaza real al modo de vida que conocían y apreciaban, sino que una opción que los convertiría en instrumentos de un régimen totalitario.

Tal vez por intuición – que también tiene sus razones – nos inclinamos a aceptar como premisa que, salvo excepciones, las familias no se quebraron por motivos políticos, a pesar de la creciente polarización política del país. Se valorizó la afectividad, el cariño y la solidez de los vínculos familiares por sobre la pasión ideológica. Pero esa intuición debe ahora conjugarse con los testimonios que hemos reunido, sin olvidar por un momento que “la Unidad Popular quizás se vivió no sólo en dos formas, sino con múltiples raciocinios, percepciones y sensibilidades. Desde dos bandos, pero entrecruzados estos por infinitas relaciones, vínculos, historias personales, y familias divididas”. 8

Partiremos nuestro análisis describiendo las vivencias de un par de jóvenes adolescentes, miembros de familias de padres profesionales, quienes rememoran el día de la elección presidencial de 1970 desde una mirada neutra, de meros observadores de una realidad de la cual todavía no participan.

Los recuerdos de Miguel se remontan a la mañana del 4 de septiembre cuando una pareja de amigos de sus padres, los Bronfman, pasan a buscarlos para ir a votar al Estadio Nacional en un reluciente Impala conducido por un chofer. “En el Chile Antiguo –escribe- los amigos iban a votar juntos, aunque fueran a votar distinto. En el espacioso automóvil yanqui iban las dos parejas. Los Bronfman, por supuesto, eran ‘momios’ de derecha. Para la ‘tía’ Margot probablemente como para tantos judíos que habían llegado de refugiados por la segunda Guerra Mundial a Chile, no había gran diferencia entre los comunistas y los nazis. Ellos tenían grandes esperanzas en el triunfo de ‘El Paleta’, como cariñosamente llamaban a don Jorge sus partidarios. Eduardo, el chofer, votaba por Tomic Romero. En una época de revoluciones, ni siquiera un chofer de gerentes corría el riesgo de ser demasiado ‘apatronado’…Mis padres, por supuesto, votaban por Allende. También eso era sabido en el auto. Todos sabían por quien votaban los demás. El resultado final, un virtual empate entre Alessandri y Allende, con el democratacristiano en un lejano tercer lugar, reflejó fielmente la realidad electoral del automóvil en el cual mis padres y sus amigos se trasladaron para votar aquel día.” 9

Paulina, por su parte, no recuerda con exactitud esa jornada, pero sí que su papá –psiquiatra que trabajaba en la Universidad de Chile- era bastante escéptico de la política. “Él   votó por Alessandri, pero más que por creer en el proyecto que éste ofrecía, lo hizo porque conocía a don Jorge por motivos profesionales y en esa época la política no interfería en las relaciones de amistad. Mi mamá, que era asistente social y se había retirado del Partido Comunista cuando se enteró de los crímenes cometidos por el régimen de Stalin, compartía con mi papá los recelos hacia la política contingente, pero fiel a sus convicciones más íntimas, votó por Allende como lo había hecho en las tres oportunidades anteriores en que fue candidato. Las divergencias que podían tener en el plano político nunca fue motivo de conflicto. En mi casa se conversaba y discutía respetando las ideas de los demás, sin que ninguno intentara imponer sus puntos de vista sobre el otro ni influir en las posiciones que yo o mi hermano pudiéramos tener. Tengo la percepción que en el ambiente que yo me movía la política no era concebida como algo demasiado importante. Los intereses y preocupaciones en mi casa y en la de mis amigos no iban por ese lado y aunque mirado en retrospectiva eso pueda parecer extraño, tengo la sensación que, por lo menos en mi círculo, la elección de ese año no fue vivida como un acontecimiento dramático ni mucho menos.”10

Más allá de mostrar que en la esfera privada de estas familias, las diferencias políticas eran perfectamente naturales y no complicaban mayormente las relaciones interpersonales entre sus miembros y grupos cercanos, llama la atención la tranquilidad con que se observaba el momento político. Detrás de esa calma parecía predominar la observación formulada entonces por el sociólogo Pablo Huneeus: “Es absurdo temer un estallido revolucionario- éste es un país tranquilo donde nunca pasa nada. No ha habido guerras este siglo y los conflictos sociales se han ido resolviendo por medio de mecanismos democráticos como la libre discusión, el movimiento laboral y la renovación periódica de la autoridad. El respeto a la persona humana, la tradición democrática y el clima frío en las noches, son elementos que conforman el buen sentido del chileno, reacio siempre a los excesos tropicales.”11 Esta impresión que dominaba al interior de muchas familias chilenas, contrastaba sin embargo con la sensación que trasmitían los medios de comunicación de la época: Chile vivía en un ambiente de fuerte agitación política y polarización partidaria. Las encendidas declaraciones y discursos de los dirigentes políticos de todas las tendencias presentaban esta elección como algo crucial. No se trataba solamente de un cambio de gobierno, sino que la posibilidad que se produjera   un cambio radical de régimen político con todas las consecuencias que ello conllevaba.

La conciencia de que Chile se enfrentaba a una disyuntiva más bien trágica, sí estaba presente en la familia de Francisco, cuyo padre, oficial de Ejército en retiro y que desde hacía 12 años trabajaba como ingeniero en El Teniente, estaba convencido que el triunfo de Allende llevaría a Chile al despeñadero. “Yo era el mayor de siete hermanos, estaba estudiando Derecho en la Universidad de Chile y conversaba mucho con mi papá sobre el momento político que estábamos viviendo. Pese a que no militaba en ningún partido y no le interesaba hacerlo, tenía claridad sobre las consecuencias que tendría para nuestro país caer en la órbita soviética. Temía que nosotros creciéramos en un ambiente totalitario, sin posibilidades de desarrollo personal ni profesional. No confiaba para nada en la “vía chilena al socialismo” y veía a Allende como un títere de quienes estaban dispuestos a llevar adelante la revolución a cualquier precio. Votó por Alessandri, pero lo hizo sin ninguna ilusión. Le parecía que el hecho mismo que él hubiera sido el candidato de la derecha ya era una derrota, porque creía que no tenía la energía necesaria para luchar contra las fuerzas de la izquierda y vencerlas. Mi mamá seguía sus aguas. Ya él se había distanciado de su cuñado –también oficial de Ejército, pero en servicio activo- que había avalado la ‘revolución en libertad’ de Frei, sin entender que era la antesala del comunismo.”12

Este escepticismo en relación a la candidatura de Alessandri no era sin embargo, la tónica general. Dos días antes, El Mercurio había publicado los resultados de una encuesta que le daban más del 40% de las preferencias a don Jorge. “Por eso –relata Pablo- en el barrio alto no cabía duda del triunfo aplastante de su candidato. Por las amplias avenidas bordadas de plátanos orientales, que se extienden desde la Plaza Baquedano hacia arriba, se respiraba ese mismo aire de superioridad de las haciendas en domingo, cuando la familia patronal se sienta en los escaños del parque a tomar café y cognac Napoleón para bajar el almuerzo de bife tournedos y torta de chocolate. En los balcones de los edificios de departamentos, donde colgaban enormes lienzos de Alessandri Presidente se habían formado animados grupos de elegantes damas, nueras tan dijes y maridos encantadores para celebrar todos la victoria de las cosas en su lugar… En los jardines de las mansiones patriarcales, nietos rubios con zapatitos de charol, corrían felices sobre el pasto. Por Providencia, jóvenes en jeans Lee y casacas de gamuza, se aprestaban a iniciar marchas triunfales en autos de papá, mientras el departamento de Juan Eduardo S., a un costado de la Iglesia de Nuestra Señora de Los Ángeles, hacia el lado del Club de Golf, levantan un balde de plata con una botella de champaña adentro para invitar a la celebración.”13

Sólo al final de la jornada, cuando los cómputos comenzaron a dar ventaja a Allende, se empezó lentamente a decantar lo sucedido. Los partidarios de la Unidad Popular no se convencían de lo que estaba ocurriendo. Recién a las diez y media de la noche, se comenzaron a organizar espontáneamente las primeras marchas para celebrar un inesperado triunfo. Familias completas salieron a la calle, “pero no son desfiles puño en alto, ni las amenazantes hachas del Partido Socialista; se parecen más bien a las manifestaciones callejeras cuando gana el Colo-Colo. Hay algo de sorpresa en esos rostros, como si no la hubieran esperado.” 14

En la casa de Miguel hubo celebración: “llegaba gente a cada rato… En la salita de la TV varios invitados todavía repasaban los últimos cómputos… y en el salón de la entrada alguien tocaba la guitarra: tres o cuatro hombres de negocios (como se llamaba en el Chile antiguo a los empresarios) conversaban animadamente con artistas, abogados, y periodistas de izquierda. Las puertas del comedor estaban abiertas y en torno a la mesa estaban sentados los parientes y un puñado de compañeros de universidad de Raúl, mi medio hermano mayor… Recuerdo a Augusto Olivares, el ‘Perro’ Olivares sentado en el sofá verde preguntándole al Negro Jonquera: “Oye, pero, ¿tu entendís lo que pasó?” A lo cual éste respondió: “Claro que me doy cuenta, ganamos”. Para Olivares, sin embargo, eso no era lo más significativo: “No huevón ¡Los guatones de la PP (Policía Política) son nuestros ahora!”.15

Mientras la Alameda se llenaba de gente, Guillermo, también periodista de izquierda, recuerda como en la televisión –todavía en blanco y negro- “se veía desfilar como en un funeral los rostros desencajados de presentadores y entrevistados, casi todos más bien conservadores, gente a la cual se le estaba desmoronando algo, lo que debo confesar era agradable de ver. No es que sea uno resentido lo que ocurre es que la soberbia de los poderosos ha sido tan intensa y tan despreocupada en Chile, han despreciado de tan asquerosa manera al prójimo, se han inventado un país tan sumamente injusto y cerrado, que verlos sufrir un rato por la tele provocaba un curioso alivio…..así era el ambiente, y en el canal universitario laico la voz afónica, entusiasta, enardecida, delirante del Negro Jorquera cantaba el triunfo de los populares…que por fin mierda, después de tantos y tantos años de lucha habían logrado imponer a su candidato presidencial en las urnas”. 16

El entusiasmo contagió a muchos. “El recuerdo es preciso porque la noche del triunfo, como la llamaron los Costa, los tíos pasaron a recoger a mis padres para llevarlos a dar una vuelta a la Alameda. A pesar de las dudas revolucionarias que habían manifestado durante la campaña, finalmente ellos también se sumaron al festejo y Cacho y Toña se quedaron a dormir en nuestra casa. No creo que los tíos y mis padres hayan vuelto a salir juntos a ninguna parte, aunque todavía en ese tiempo un espíritu común parecía reunir a las dos familias en torno a la idea del progreso servida en la mesa.”17

Pero junto con la explicable alegría de los partidarios de la Unidad Popular frente a una votación que posibilitaba que por primera vez pudiera llegar al gobierno un presidente marxista – y por la vía democrática – comenzaron a aparecer en muchos de ellos los primeros rasgos de una irritación largamente contenida. No sólo Guillermo confiesa sus sentimientos más íntimos, sino que también Mónica, una mujer culta y educada, señora de un conocido rector universitario: “Cuando sé del triunfo de Allende me pongo eufórica. Los llantos de ciertos familiares y el terror que reina en la clase alta- aquella que me ha criado y dado a luz- me dejan indiferente. Me lanzo a las calles a celebrar junto a mis hijos y compañeros de teatro, este éxito inesperado y por tanto tiempo anhelado. Mientras las alamedas, esa noche se llenan de millares de entusiastas partidarios aplaudiendo el triunfo, los contrarios, encerrados en sus casas, preparan apresuradamente sus maletas para huir de “este país que amenaza sus vidas y confiscará sus bienes.” 18

En efecto, un sentimiento de incertidumbre y temor se hizo sentir en un sinnúmero de familias que recién comenzaron a tomar conciencia de lo que podría venir. “Comimos alcachofas en vinagreta, mirando callados el televisor…Delia está de nueve meses, para cualquier día.

¿Nos quitarán la casa si sale Allende? ¿Habrá que emigrar? ¿Será esto una revolución? En Cuba a los profesionales y empresarios independientes los apodaron ‘gusanos’, les hicieron la vida imposible y tuvieron que irse con lo puesto. En cuanto termina esta lúgubre cena, se para a arropar a los niños, que duermen plácidamente en la pieza del lado sin tener idea de lo que se viene encima. Pongo el televisor a los pies de la cama, cierro los postigos y aseguro con candado el portón de la calle…A las tres de la madrugada aparece el ministro del Interior, Dr. Patricio Rojas, con el boletín final. ¡Ganó Allende! Obtuvo 1.070.334 votos (36.2%) contra 1.031.159 (34.9%) de Alessandri y 821.801 (27.8%) de Tomic….Suena el teléfono, es mi mamá, asustada y llorosa…cuando colgué el teléfono, me fijé que también a la madre de mis hijos le corrían gruesos lagrimones bajo los anteojos…Llamamos a los suegros, temiendo que estén dormidos, pero están muy despiertos. La señora Marita también llora. ¡Qué horror niños! ” 19

En la casa de Carmen, señora de un senador del Partido Nacional, se vive también el drama. “Fue tremendo, porque estaba convencida en mi fuero interno de que iba a salir Alessandri. Creo que nadie en el Partido Nacional pensaba distinto, sabíamos que el resultado podía ser estrecho pero nunca que perderíamos. El conteo fue voto a voto y la tensión nos comía por dentro y por fuera…..la mayoría de la gente del partido estaba en el comando o en sus casas colgada de la televisión. Cuando supe el resultado me dio taquicardia, pánico, y una pena horrible, mucha gente nuestra se tomaba la cabeza a dos manos y decía ‘¡qué vamos a hacer, qué vamos a hacer!’. En ese momento me di cuenta de que vendrían tiempos muy ¡muy difíciles!” 20

Francisco a su vez, había sido testigo en Rancagua del ambiente de completa desolación que se vivía esa noche en el comando de Alessandri. “Me volví caminando a mi casa, no había nadie en las calles y retumbaba en mis oídos el comentario que me había hecho un amigo, compañero de universidad y que había tenido un rol muy activo en la campaña: “Pancho, estamos fregados: para que vamos a seguir estudiando Leyes”. Claro, ¡qué sentido tenía ser abogado en un sistema donde el Derecho está al servicio del partido comunista!! La verdad es que hasta ese momento yo no había pensado en que los proyectos que abrigaba para mi futuro estaban amenazados. Llegué   preocupado a mi casa, con ganas de conversar… pero no había ánimo de nada, sólo de irse a dormir…”21 Y es que, como dice Álvaro sólo “cuando gana Allende, hay gente que de repente despierta y dice, ¡pero cómo, si es marxista, y la Revolución Cubana y todo eso…” 22

Tal como señalaba Mónica, al día siguiente de la elección, muchas familias comenzaron a hacer sus maletas para irse fuera del país. La desazón y el miedo a lo que vendría tomó los ánimos de muchos padres de familia, más aún cuando ya se escuchaban las primeras voces que la revolución se radicalizaría y que no habría vuelta atrás. En varios de ellos resonaban los discursos agresivos de militantes del partido socialista, del MAPU y del MIR, que creían en la inevitabilidad y legitimidad de la violencia revolucionaria, en la necesidad de destruir el aparato burocrático y militar del estado burgués para consolidar la revolución socialista, y en el enfrentamiento mediante todas las formas de lucha –incluso armada- para frenar la reacción de la burguesía y el imperialismo.23

El testimonio de Joaquín es un buen ejemplo del sentimiento que embargaba a sus padres y a otras familias que como la de él, estaban tradicionalmente vinculados a la tierra y al mundo empresarial. “En mis primeros once años de vida, no recuerdo ninguna despertada antes de la del 5 de Septiembre de 1970. Llega mi padre a la pieza, nos despierta y nos dice: “ganó Allende”. No quedaba ninguna duda, se había quedado hasta tarde, hasta los últimos cómputos. La mirada se me fue a la puerta del closet, a los papelitos pegables con un A y una V unidas, que decían ‘Alessandri Volverá’, ‘No más chivas. Alessandri’, y otras frases más que coleccionábamos como objetos de triunfo. De repente todos esos cartelitos de colores se habían quedado sin sentido. Eran un pedazo de papel que ensuciaba el closet…Pasan unos días y llega otra mañana. Nos llaman a los cuatro hermanos al living, porque había que conversar una cosa. No dura mucho. Con voz tranquila, los papás nos dicen que, a pesar de nuestra edad (11, 10, 8 y 6) sabemos lo que es el marxismo y lo que significa que Chile vaya a ser un país comunista. Existen dos posibilidades, la primera es quedarse aquí y dar la pelea, la misma pelea que venimos dando en el campo durante los últimos años con las tomas, las expropiaciones y los demás desbarajustes que desde hace tiempo componen nuestra existencia. Además, el marxismo no tiene vuelta, una vez que llega a una parte no se va nunca más. La otra posibilidad es irse a Argentina, pero eso significa abandonar lo que más queremos, y no dar la pelea aquí…” 24

Esta última opción, que fue la que en definitiva tomó el padre de Joaquín, se replicó en otros hogares, como el de María Paz: “En septiembre de 1970, nuestra vida familiar experimentó un vuelco inesperado. Yo tenía 22 años, era la menor de cuatro hermanos y era la única que todavía vivía con mis padres. Mi papá, que conocía la historia y sabía lo que pasaba en lo países comunistas, entró en pánico y partió con nosotros a Buenos Aires. Todo fue distinto de ahí en adelante porque nos separamos del resto de la familia, lo que siempre es duro y doloroso.”25 Lo mismo sucedió en la familia de Esperanza. “Yo recuerdo ese tiempo con mucho dolor pues mi familia se disgregó. Una hermana recién casada y que le tenía mucho miedo al comunismo, se fue a vivir a Colombia como también lo hicieron muchos amigos míos que me escribían diciendo lo difícil que era adaptarse a la vida en otros países. A través de las cartas, nos enterábamos de sus penas y a la vez nosotros les contábamos lo que era vivir con la constante duda de no saber que pasaría al día siguiente.”26 El caso de Clementina, hermana del cardenal de ese tiempo, es uno más de tantos: “El mismo día y a la misma hora que asumió Allende decidí partir a vivir a Australia. La decisión la tomé porque tres de mis hijos me contaron que habían resuelto irse del país. Les pedí que se pusieran de acuerdo y que todos se fueran al mismo lugar y que yo los acompañara. Todo el que podía se iba del país. Existían los más tristes presagios. Muchos conocidos partieron a Argentina, otros a Canadá pero el país que más facilidades ofrecía era Australia… Fue terrible dejar la patria, a pesar de que íbamos muy ilusionados también sabíamos que comenzaríamos de cero. Dejaba también a dos hijos acá y eso también me daba pena”.

27   La misma decisión de partir la tomó Eduardo: “Al día siguiente de la ‘victoria’, un individuo se dedicó a pasear frente a nuestra casa. Mi señora no le quitaba el ojo. A los dos o tres días se puso nerviosa y, coincidentemente dos amigos argentinos aparecieron para convidarnos al país vecino mientras se aquietaban las aguas… Ese mismo día la familia, sin mí, atravesó la Cordillera en el auto de María Eugenia, escoltado por nuestros amigos. Se suponía que nos reuniríamos en Mendoza antes del 3 de noviembre, fecha de la transmisión del mando. El éxodo había comenzado. Ante el peligro del advenimiento de un régimen comunista, muchos empezaron a vender sus propiedades para contar con algunos dólares de reserva. Otros, lo vendieron todo y se fueron del país. Cuando los vendedores son muchos y los compradores pocos, las cosas pierden su valor. Una fortuna de un millón de dólares, de un día para otro se había reducido a cincuenta mil. Era tal el derrumbe de los precios que más de un argentino se compró un departamento amoblado en la Avda. Perú de Viña del Mar, por mil dólares. El primer milagro de Allende fue rebajar el precio de Chile a la veinteava parte.”28

Pese a que el miedo y la desesperanza se esparcieron por doquier, la gran mayoría de los opositores optó por quedarse. Los más activistas, para dar una lucha frontal e inmediata, otros, en espera de resolver, según cómo se manifestaría la anunciada revolución y, la generalidad, porque no sólo no tenían recursos económicos, sino porque tenían la esperanza que después de todo, no pasaría mucho. Jamás se habían planteado la idea de abandonar patria y familia. Roberto, oficial de marina en retiro y ejecutivo de una empresa del grupo Edwards, reconoce que se planteó la posibilidad de partir: “A los 50 años y con seis hijos, me pareció imposible. Igual consideré un deber preguntárselo a mi mujer, quien simplemente me contestó: “¿Tu estás loco? Yo me quedo aquí hasta que me muera y quiero que me entierren al lado de mi hijo”. Pero todos apoyamos la decisión de Agustín (Edwards) y ayudamos a sacarlo del país. Pensando en forma inteligente, él ya había mandado a su familia a Argentina para mantenerla alejada de lo que estaba sucediendo”.29 Leonardo – ingeniero agrónomo- cuenta por su parte que “nunca pensamos en irnos del país. De hecho todos nuestros hermanos permanecieron aquí . Decidimos quedarnos, conscientes que nos estaba tocando vivir uno de los momentos más difíciles de nuestras vidas, pero que no teníamos otra alternativa que afrontarlo.”30 Similar fue la actitud que tomó la familia de Victoria: “Yo recuerdo con mucho dolor cuando Allende llegó a La Moneda. Hoy en día es fácil pensar que la situación no era tan tremenda porque no existe la Unión Soviética ni hay muro de Berlín. Salvo Cuba, la mayoría de los países salieron del comunismo, pero en esa época no existía en ninguna parte un país que cayendo en ese régimen hubiera podido salir de él. Así y todo, nos quedamos aquí para luchar activamente contra Allende, porque él no era un socialista al estilo de hoy, sino un socialista marxista que buscaba implantar una Cuba en Chile.”31

Los dos meses que transcurrieron entre la elección y la asunción de Allende al poder, estuvieron marcados por un sinnúmero de acontecimientos políticos de los cuales ya no era posible sustraerse. “En mi familia, recuerda Patricia, la política, que hasta entonces no ocupaba un lugar central en las conversaciones de sobremesa, comenzó a ser tema diario. Mi mamá vivía pegada a la radio y la hora de noticias pasó a ser sagrada. Así no enteramos que la Democracia Cristiana tenía la llave que podía abrir o cerrar la puerta para que Allende llegara a La Moneda, escuchamos el llamado ‘discurso del terror’ del ministro de Hacienda de Frei, conocimos de la firma del Estatuto de Garantías Constitucionales, oímos los rumores de un golpe y supimos del atentado y muerte del general Schneider. De ahí en adelante nada sería igual para nosotros. Mi hermano mayor, estudiante de Ingeniería de la Católica que formaba parte de un grupo de jóvenes nacionalistas que se oponía a que Allende asumiera, fue indirectamente involucrado en esa operación y si bien posteriormente fue sobreseído de cualquier responsabilidad en ese acto, mi familia sufrió el hostigamiento y persecución de la Policía Política, que no trepidó en allanar nuestra casa, amenazar a mis padres si no decían donde estaba mi hermano y finalmente, en una acción totalmente arbitraria, tomar preso a mi papá. Vivimos días terribles más aún cuando comenzamos a recibir llamadas telefónicas anónimas amenazando que iban a secuestrar a alguno de nosotros. Ahí, mi hermana mayor, que era simpatizante del MAPU, dejó de lado cualquier diferencia política y se trasladó con nosotros a la casa de mis abuelos en Viña, recibiendo para ello la ayuda de varios de sus amigos que en una caravana de autos nos protegieron durante todo el trayecto.”32

Más que el 4 de septiembre fue el 22 de octubre, fecha del atentado al Comandante en Jefe del Ejército, el hito que hizo despertar de su ingenuidad, inocencia o ignorancia a gran parte de las familias chilenas que a partir de ese momento comprendieron que algo se había quebrado al interior del alma de Chile. “Fue un sensor inconciente, el sexto sentido del yo social, la premonición secreta del destino colectivo, que nos hizo a todos percibir en ese instante el espanto que se avecina.”33

Ya el padre de Francisco había recibido como un latigazo que a primera hora del 5 de septiembre el mineral El Teniente amaneciera sin su plana mayor: en la noche los ejecutivos norteamericanos habían sido retirados de sus hogares por personal de esa embajada. El anuncio de quienes les reemplazarían no dejaba lugar a dudas del futuro que esperaba a la más importante de las empresas chilenas: militantes socialistas y comunistas totalmente ajenos a la actividad minera pasaban a ser los responsables del mineral y era obvio que tarde o temprano él perdería su fuente de trabajo. No militaba ni tenía simpatía alguna por la izquierda y no lo disimulaba. Pero, -recuerda su hijo- lo que terminó de anonadarlo fue el asesinato de Schneider, su antiguo capitán en la Escuela Militar. “Estaba claro que de aquí en adelante la política no sólo afectaría a su trabajo y a su familia, sino que iba a ser necesario tomar posiciones. Cuando le conté que en la Escuela de Derecho el profesor Pablo Rodríguez había convocado a sus alumnos para hablarles de la gravedad del momento, de lo que verdaderamente estaba en juego, y le dije que me integraría al movimiento que se estaba gestando, me miró seriamente, asintió y me dio un abrazo. Yo me emocioné porque él no era de ese tipo de gestos y me sentí más comprometido aún.”34

Muy diferentes eran los sentimientos y sensaciones que se vivían en el otro lado del espectro político. El entusiasmo y los deseos de incorporarse al proceso revolucionario y a la lucha contra los “fascistas” renacía con fuerza en muchos hombres como Fernando, quien sintiéndose un ‘momio tránsfuga’, no hallaba las horas de trabajar por la causa:   “Comienzo a escribirte con enorme dificultad ya que como supondrás estoy sumido en el caldo mismo de la ‘revolución’ y todo sucede con tal rapidez y fuerza, que aunque no haga nada concreto me siento presionado interiormente y no logro la tranquilidad para sentarme a repasar los hechos, las sensaciones, y mucho menos para tratar de resumirlos, de comentarlos. He estado, estoy, feliz, ya que presiento que luego podré incorporarme emocional e intelectualmente al tremendo proceso de cambios que se anuncia.

Pero mientras no logre romper con la rutina del pasado, mientras no esté trabajando exclusivamente para ayudar al proceso, no podré ser feliz y estaré muy angustiado. Han sido tantos los años de estar junto a la izquierda, junto a los comunistas, y de pronto, cuando menos lo esperas, ‘se vota por la revolución’. Qué de cosas: los momios fugados, los que vuelven, los que complotan y lo peor es que uno los conoce, ¿tú y yo somos momios tránsfugas, no? Ahora hay que aprender a olvidarse que existen.” 35

El contraste con las sensaciones de Hernán – un reconocido crítico literario de la época- son impresionantes. “Hace ya más de un mes que vivimos una novela de suspenso, un día temiendo lo peor, otro día con leves esperanzas, las justas para que al día siguiente se renueve la pesadilla. Siento como si hubiera cambiado todo, hasta la cordillera, me siento en Chile como extranjero en un país hostil, rodeado de asechanzas y peligros… Todos los que podían han escapado ya de la catástrofe y los que permanecen forzados están enfermos y no se oyen sino lamentaciones siniestras. Se ha producido ya la sublevación de los espíritus, si es que el populacho lo tiene, y no se puede confiar en nadie ni en nada… Pensar que con el muro de Berlín a la vista, con el aplastamiento de Checoslovaquia en perspectiva y a pesar del discurso de Fidel Castro, la mayoría haya votado por el comunismo, constituye un tal certificado de estupidez nacional que la palabra patria ya no tiene sentido, es otro mundo, otra atmósfera.   La hora más terrible es la del despertar y volver a convencerse que somos un país comunista, que habrá que someterse, resignarse y adaptarse al más aborrecido de los regímenes, a una especie de cárcel.”36

Mientras tanto, en el mundo popular de izquierda, primaba la esperanza. Miguel, un obrero de Mademsa en Santiago, cuenta que su gran anhelo era “que el gobierno sacara al pueblo, a mis hermanos de clase, del sufrimiento, de la gran miseria y de la gran ignorancia… Yo recién venía rompiendo el cascarón de la ignorancia en aquel momento. Eran mis grandes sueños desarrollar grandes fuentes de trabajo, pero también con escuelas de artes, de educación, Chile debía llenarse de libros, debía encenderse una llama que iluminara todas las consciencias oscuras que no eran capaces de entender una serie de situaciones. Creía en eso con mucha, mucha fuerza”.37

Para Mauro, dirigente obrero, cuyo padre hacía fletes con una carretela tirada por un caballo y cuya madre era lavandera, el gobierno de la Unidad Popular significaba “igualdad en todo, que todos tuvieran los mismos derechos, a la comida, habitación, salud, a tener una casita, aunque fuera de mala calidad, pero una casita… Por lo menos tener algo, tener la comida segura, no esa lucha diaria por la comida, y poder dedicarme a otras cosas… No estar todo el día pensando que mis hijos necesitan esto y esto otro. Está uno todo el día pensando en la salud de la familia, la falta de comida, en los estudios, uno quiere tener una mejor familia que a la cual perteneció. Yo estuve en una familia de doce hermanos y supe lo que era la miseria, yo no quería que mis hijos sufrieran lo mismo, por eso sólo tuve dos, me racioné yo mismo… Yo esperaba eso del gobierno, un reconocimiento de la clase trabajadora”.38

Víctor, militante del partido Comunista, por lo tanto con más conciencia política, cuenta que “sabía que la derecha se nos iba a oponer, pero por deformación intelectual pensaba que al darse vuelta la tortilla la derecha iba a usar los mismos mecanismos que nosotros usábamos cuando éramos oposición… Así como ellos nos habían tolerado durante años de vida cívica civilizada, yo pensaba que ahora sería al revés, que ellos nos atacarían pero sin llegar a los extremos… Yo creía que se mantendría el diálogo, sin peñascazos ni balazos”.39

Pero, ¿era eso posible? Desde el primer momento la violencia física y verbal contra instituciones y personas adquirió una virulencia desconocida, envenenando la convivencia y radicalizando las posiciones. Las descalificaciones y las consignas injuriosas se reproducían en la prensa, se gritaban en las manifestaciones, se cantaban en las peñas y se extendieron a los hogares. Los primeros en ser denostados fueron los que habían decidido emigrar. Inolvidable fue el estribillo de una canción, que ya en la primera hora fue popularizada por los Quilapayún y que decía: “Por el Paso de Uspallata, que barbaridad / el momiaje ya se escapa, que felicidad/ Uspallata, hacen nata/ que se vayan y no vuelvan nunca más”. Le siguieron muchas otras, quedando en la memoria de muchos, por lo pegajosa, aquella cantada por el mismo grupo musical, que expresaba en su letra con clara agresividad: “los señores de la mina/ han comprado una romana/ para pesar el dinero /que toditas las semanas/ le roban al pobre obrero, que la tortilla se vuelva / que los pobres coman pan y los ricos mierda, mierda”. Las referencias a los miembros de la Corte Suprema como “viejos cabrones, alcahuetes y celestinos”,40 como los ataques a empresarios, dueños de fundo y políticos de oposición recrudecieron. En abril de 1971, el ex ministro del Interior de Frei, Edmundo Pérez Zújovic, pasó a ser blanco predilecto de la prensa de izquierda. Más tarde, se “pintan letreros en su contra en las paredes, se distribuyen panfletos y en una jornada cultural del colegio Saint George, el cantante Víctor Jara entona una canción en la cual se le menciona como “asesino”, todo delante de uno de sus hijos que estudia ahí. Provocado por este insulto a su padre, el niño Pérez se para, va al proscenio y le pega un puñete en la quijada al cantante.”41

Por esos mismos días, Tomic le había escrito una interesante carta a su amigo Allende, donde le hacía ver que las “palabras sacan palabras y puñetes sacan puñetes”, advirtiéndole sobre “la política sectaria, excluyente y prepotente de la Unidad Popular”. 42 Dicha advertencia cayó sin embargo en el vacío. Menos de un mes después, Pérez Zújovic era asesinado por miembros de la VOP, un grupo de extrema izquierda que junto con militantes del MIR, habían sido indultados por Allende en su primera acción de gobierno…

La sensación de estar a “dos bandos” se agudizó a partir de la muerte de Pérez Z. A medida que avanzaba el proceso, cuenta Francisca, “los ánimos políticos se exacerbaron y soplaron vientos de enfrentamientos. La normal convivencia entre las diferentes clases sociales se convirtió en algo del pasado. Se culpaba a los grupos de poder económico de todos los males que aquejaban al país, y la ciudadanía se dividió en dos bandos. Los simpatizantes del gobierno pensaban que su nueva política sería el remedio para todos los males y que sus problemas personales ser resolverían sin más. La oposición veía en el gobierno una amenaza a la propiedad y a las fuentes de trabajo y se alarmaba ante el clima de enfrentamiento y violencia política. Todo era inquietante e incierto.”43

Esta situación afectó directamente a muchas familias, cuyos miembros, impulsados por los acontecimientos, dejaron de lado la indiferencia e inactividad política y comenzaron a participar activamente en partidos, movimientos y en todo tipo de manifestaciones callejeras. No todos lo hicieron por convicción ideológica o por defender las ideas de sus padres o familiares. Vera, por ejemplo, confiesa que ingresó a las Juventudes Comunistas “porque era choro pertenecer al MIR o al PC” Detrás de su opción había un contenido de rebeldía: el deseo de ir contra las ideas políticas de un hermano mayor, que sustentaba posiciones muy conservadoras. Como señala Pozo, esta experiencia aparentemente intrascendente no fue la única. Salomón, un joven obrero recuerda que su padre, sus tíos y sus hermanos eran militantes comunistas; sin embargo, él prefirió apoyar al PS, “yo no sé si fue por discrepar, por no hacer lo mismo que los otros.”     En otros casos, fue la influencia de algún miembro de la familia lo que los llevó a convertirse en militantes. Arturo, abandonó su posición a favor de la DC para entrar a militar al MAPU en 1971 y declaró haber elegido esta formación esencialmente por influencia de un hermano que militaba en ese partido…”44 Victoria por su parte, no dudó en entrar al Partido Nacional donde ya militaban sus padres. “Yo tuve una actividad política super fuerte. Estudiaba Filosofía en la Universidad Católica y con permiso de mis papás, tomé pocos ramos para poder participar activamente en la lucha política. No sacaba nada con recibirme si al final caíamos en una dictadura comunista. Lo que nos impulsaba a pelear era la defensa de nuestro país y de ciertos valores que nos parecían irrenunciables: la libertad, la propiedad privada, la posibilidad de una educación libre. Veíamos como el país se estaba desintegrando y se insultaba y degradaba a todos aquellos que por años habían logrado sacar adelante sus empresas o campos y que por el sólo hecho de tener algún bien, eran considerados explotadores y delincuentes. Para mi era super complicado ir a mi escuela que estaba totalmente dominada por la izquierda. La derecha allí eran dos o tres demócratas cristianos, pero yo me hacía respetar…” 45

Patricia también se involucró en la contingencia política motivada por lo que le estaba sucediendo a su familia. “Mi padre murió de un infarto en febrero de 1971, a los pocos meses de salir de la cárcel donde había estado preso injustamente. Eso me marcó mucho. El era joven, tenía 52 años, diez hijos y una vida por delante. Había quedado muy afectado por todo lo que nos había pasado y por la incertidumbre de no saber que le podría ocurrir a mi hermano. Sentí que había que luchar para que su muerte no fuera en vano y entré a Patria y Libertad, convencida que ese era el lugar donde debía estar. A nosotros no nos podían quitar nada, porque todo lo que teníamos era nuestra inteligencia y capacidad de trabajo, por lo que mi motivación principal para participar en política fue el sentimiento trasmitido al interior de la familia de que nuestro país dejaría de ser dueño de su propio destino. Mi preocupación de fondo era que si no hacíamos algo, Chile terminaría por perder su libertad e identidad. Si bien tomé esa decisión por mi misma, influyó sin duda todo lo que pasó en mi entorno familiar. Siempre sentí el apoyo de mi mamá que apenas pudo superar la tragedia de quedarse sola, participó activamente en todas las manifestaciones y marchas contra el gobierno de la Unidad Popular. Con todo, en mi familia que era numerosa por lo que existían distintas opiniones y modos de analizar la realidad, estaba implícito que la unión familiar y la amistad eran valores más importantes que cualquier razón política. Así, pese a lo que nos había pasado, nunca sentí odio, sólo dolor. ”46

En otras familias, lejos de unir, la política provocó grandes desencuentros y conflictos. Francisco cuenta que uno de sus hermanos, estudiante de arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso, llegó al tradicional almuerzo dominical a presentar a su polola. “Todo se desenvolvía bien hasta que surgió el tema político. Mi papá comenzó a criticar sin piedad al gobierno y la visita de Fidel que ya llevaba casi un mes en Chile. En eso, ella que resultó ser miembro del MAPU- interrumpió para señalar que lo que ellos estaban haciendo era reparar la injusticia social que había en el país y que la visita de Fidel era importante para incentivar el proceso revolucionario. Yo no la pesqué mucho, pero al terminar el almuerzo vi que mi papá llamó a mi hermano aparte y le dijo:’no quiero que esta niña vuelva a pisar la casa.’ Eso bastó para que regresaran de inmediato a Valparaíso y no volvieran nunca más. Se produjo un quiebre que no logró superarse. Al tiempo, mi hermano se casó y se fue a vivir a Australia. Cuando mi papá murió y el viajó a sus funerales me dijo: ‘No sabes cuánto siento no haber podido hablar nunca con el papá. Que pena que una cuestión política nos haya distanciado de esa manera.’ Pero así había sido.”47

La visita de Fidel Castro provocó fuertes reacciones y adhesiones, logrando la conversión de algunos que aún miraban el proceso desde fuera: El relato de Arturo – simpatizante DC- es una muestra elocuente: “Fidel es un profesor de primera categoría, con una facilidad de análisis que te va interesando en las cuestiones que presenta, te facilita mucho la posibilidad de adherir a algo. Yo lo escuchaba con mucha calma, creo que ya estaba bastante abierto…Un día salía de mi trabajo junto a mi patrón, un democratacristiano de ultraderecha, con el cual nos tuteábamos, éramos buenos compinches. Cuando estábamos a punto de decirnos chao le pregunto: ¿Qué le parece la visita de Fidel? Y el tipo se pone a despotricar contra Fidel de una manera absolutamente extraordinaria. Yo sentí algo que me decía que debía tomar la defensa de Fidel, aunque yo no era de izquierda, pero en fin, me encontré defendiendo a Fidel con los pocos elementos que tenía. Estuvimos hablando durante una hora, y terminamos peleados… él se fue a su casa y yo a la mía y me quedé diciendo: bueno, ¿cómo es la cuestión? ¿Estás a favor de Fidel? Creo que en ese momento me di cuenta de que me había pasado al otro lado y me incorporé al MAPU.”48

Desde la otra trinchera, Carmen cuenta que “ya nadie soportaba la presencia de Fidel, me acuerdo que cortábamos pedazos de papel de diario y escribíamos con plumones GO HOME. Hicimos miles y cada vez que pasaba con su comitiva por algún barrio de Santiago se los tirábamos para que se diera cuenta de que no era bienvenido acá”. 49

A estas alturas del proceso, a la estatización de los bancos, de las industrias, a la toma indiscriminada de terrenos y predios y a la aceleración drástica de la reforma agraria, se agregaba un nuevo elemento: el desabastecimiento, factor que venía a alterar la vida cotidiana de miles de familias chilenas. Ello provocó las primeras movilizaciones masivas de la oposición, comprometiendo a las mujeres, un sector que tradicionalmente se había mantenido en un segundo plano, sin participar activamente en la contingencia política. Salvo excepciones, la mujer de esa época no admitía ser clasificada sin más en la izquierda o en la derecha. “En nosotras –dice María de la Luz- primó el instinto de seguridad, por lo que en la misma medida en que el orden público se fue deteriorando, desaparecieron los alimentos básicos para alimentar a nuestros hijos y se acentuó el peligro que alguno de ellos fuera herido o muerto en un enfrentamiento, nos volvimos más decididas. La política nos empezó a importar y salimos a la calle cuando no tuvimos otra alternativa. ” 50

En los ambientes poblacionales – explica Touraine- la responsabilidad de la mujer frente a su hogar e hijos es mucho mayor. “La mujer es el centro de la familia y cría a menudo hijos de padres distintos que han desaparecido sucesivamente. De suerte que, frente a la miseria o la pobreza, la preocupación maternal de alimentar a sus hijos es la motivación más fuerte para la organización de protestas y acciones políticas.” 51

Pamela, partidaria de la Unidad Popular que estaba encargada de organizar en diferentes poblaciones reuniones para conocer las necesidades de la mujer, sostiene en efecto que “en lo más que insistían era en su preocupación por los niños, lo que a mi me extrañó un poco porque yo pensaba que iban a pedir reivindicaciones netas para la mujer, pero ellas, aunque no todas eran madres, pedían que se hiciera realidad el medio litro de leche y un montón de cosas que Allende le prometió a los niños.” 52

De hecho, fue una pobladora de Huechuraba la que dio la idea de la famosa marcha de las cacerolas vacías ya que “no tenía con que parar la olla”. Mujeres de todas las condiciones sociales y no sólo un “grupo de viejas pitucas” como señaló al día siguiente El Clarín, se tomaron las calles, el 1 de diciembre de 1971 “e hicimos valer lo que sentíamos y pensábamos. Eran miles y miles de mujeres que se expresaban solas, sin maridos de por medio, tomando conciencia de su capacidad para intervenir en los destinos del país. Esa marcha…fue la más grande reunión de mujeres de que se tenga memoria y lo más fantástico fue que tuvo la gracia de no ser partidista ya que unió a moros y cristianos que transversalmente querían expresar su descontento.” 53

El hecho que esta marcha fuera reprimida con violencia no sólo por Carabineros sino por las brigadas socialistas, comunistas y del MIR, quedó grabada en la memoria colectiva. “Me acuerdo perfectamente haber ido a esa marcha con mi mamá, hermanas, primas, tías, etc. Muchas de mis amigas fueron también con las mujeres de sus familias. Éramos miles y las columnas llegaban de todos los puntos. Fue la primera vez que sentí los efectos de las bombas lacrimógenas y conocí el peligro de ser atacada con un arma que al parecer allí se inauguró: papas con hojas de Gillette”54

De aquí en adelante y hasta la caída de Allende, las manifestaciones y marchas de opositores y gobiernistas fueron de recurrencia habitual. Impresionaba ver los linchacos, hondas, palos y banderas de todo tipo que eran usadas contra el adversario, ya considerado como un verdadero enemigo. Con todo, lo más impresionante era escuchar los gritos y consignas que sobrepasaban todos los límites del respeto y la decencia. “A estas alturas –recuerda Francisco- el lenguaje se había degradado a niveles sorprendentes. Mientras en las concentraciones de los partidarios de la Unidad Popular se voceaban consignas del tipo “pueblo, conciencia y fusil; ¡MIR, MIR, MIR! , “Al paredón, momio ladrón”, “Quisiera ver a un momio colgado de un farol, con media lengua afuera pidiéndonos perdón” o “el momio al paredón y las momias al colchón”, en las de oposición era común escuchar, incluso a mujeres gritar “¡Allende escucha, ándate a la chucha!” , “Date una vuelta en el aire, Chicho concha de tu madre”, o corear rítmicamente “No hay carne huevón, no hay pollo huevón, que mierda es lo que pasa huevón”.55

Julián Marías no se equivocaba cuando señalaba que “las cuestiones de palabras son las más graves y peligrosas. Por mi edad he asistido a la génesis, desarrollo y consecuencias – tan largas – de la guerra civil. Y estoy persuadido de que su causa, más que cuestiones ‘de hecho’, fueron las cosas agresivas, irresponsables, falsas, que se dijeron a ambos lados; fueron las que llevaron a que hubiese dos siniestros ‘lados’ fratricidas y destructores. (…) Los que habrían de ser ‘los dos bandos’ no podían soportar lo que decían ‘los otros’. Cuestiones de palabras, sí, por las que llegaron a matarse acaso trescientos mil españoles. Se produjo una violenta e irracional intolerancia a la retórica de los adversarios, que se convirtieron en enemigos implacables. En rigor, no a la retórica, sino a su ausencia; a la mala retórica que no es más que propaganda, esfuerzos de manipulación de unas u otras masas sin respetarlas, profanándolas”.56

Durante el curso del año 1972, la crisis política, económica y de convivencia se acentuó radicalmente. Ya no era posible mirar al contrario con confianza y el “cállate u-peliento”, o “momio fascista” fueron los epítetos más suaves con que terminaba una discusión política. Y esas discusiones eran pan de todos los días… Guillermo recuerda haber asistido al funeral de la abuelita de su señora, “una dama de mucho estilo y humor, que falleció después de una larga enfermedad. Con nuestra pinta barbuda y unas tenidas un poco hippies, Jaime y yo desentonábamos ampliamente en la parroquia de San Pedro, en Isabel La Católica. Sentí una impalpable pero clarísima hostilidad ambiental, y ante un par de jóvenes parientes que me observaban con los ojos echando chispas, como conteniéndose de decir algo terrible, tuve la sensación de que me sindicaban a mi como uno de los autores intelectuales de la muerte de aquella dama, e inductor, quizás, de todas las desgracias que llovían sobre la tierra de Santiago…Quienes teníamos ese sello como de clase media derivados a populares estábamos entrampados, mi padre lo estaba, y yo, y todos, en una lógica perversa e irracional que nos superaba… A mí me había parecido bonito y decente que esos cientos de miles de personas, millones en realidad, los así llamados pobres, el proletariado, los viejos de carretón, la señora de la ropa, que hasta entonces habitaban en una ficción de país democrático, en una realidad injusta y despiadada para ellos y sus familias, se hubieran asomado aunque fuese por un tiempo a una existencia en que se les consideraba como personas; y no podía creer que hechos sencillos – por ejemplo que todos y no sólo algunos pudieran comerse un pollito el sábado, o que los trabajadores no vivieran con la continua amenaza de quedarse sin pega – produjesen tal descalabro en nuestra pequeña y remota sociedad… Mientras el gobierno dejaba que la calle se transformara en un escenario abierto a cualquier tipo de enfrentamientos – trolleys incendiados, tomas indiscriminadas de fundos y locales comerciales, militantes o brigadistas de diversa laya desfilando con uniformes, marchas, concentraciones, protestas a destajo, balazos, atentados y asesinatos-, era cada día más palpable que la economía se le había ido de las manos a las autoridades y que desde la oposición lo que se estaba haciendo no era oponerse, sino llanamente destruir, hacer saltar por los aires el sistema.”57

La economía, efectivamente, se había ido al suelo: la bonanza artificial de 1971, que había permitido mantener la ilusión en muchas familias de escasos recursos que las cosas en verdad podían mejorar, se había evaporado. La vida cotidiana para las familias acostumbradas a un buen pasar, también se vieron afectadas. “Recuerdo ‘el desabastecimiento’, -cuenta Miguel- la escasez de productos, las colas interminables para comprar hasta gaseosas. Y también recuerdo amigos de oposición que me mostraban, socarrones, los congeladores repletos en sus casas. Mis padres eran muy estrictos. No compraban en el vigoroso mercado negro ni siquiera cuando parientes nuestros afiliados al MAPU ofrecían vendernos pollo que por meses no habíamos comido. Más de una vez faltó el jabón, el dentífrico y hasta el papel en el baño”.58

Joaquín, cuya familia se había radicado en Argentina, dice que en las oportunidades en que venía temporalmente a Santiago “le daba pena ver los temas de conversación a los que estaban reducidos los parientes y amigos. Sólo se hablaba de dónde se podía conseguir un poco de Rinso o en qué parte había una cola para comprar algo de te. Esto era muy triste, porque los habíamos visto en otras condiciones, con conversaciones entretenidas y chispeantes. También daba pena ver que la gente de mi edad decía cosas como que, si los marxistas tiraban ácido en una concentración, había que hacer lo mismo. Una sola cosa no podía hacerse por ningún motivo: tirar papas con gillette. Eso no se podía hacer ni siquiera contra la gente de la Ramona Parra o del MIR. Era una frontera absoluta, una diferencia que no había que borrar”.59

El desabastecimiento, además de las dificultades obvias, provocó no pocos desencuentros al interior de las familias. El mismo Joaquín relata que “el tío Jaime, por ejemplo, estaba con el gobierno de Allende, incluso se había metido en las JAP y le parecían cosa buena, un medio contra el ‘acaparamiento’. Para nosotros en cambio, anunciaban el control de la gente por el estómago, ‘típico del comunismo’. Los almuerzos en casa de mi abuela eran batallas campales entre el intelectual de la familia y todos los demás… en esas discusiones tenía que enfrentar solo a todo el mundo. Se ponía muy rojo. Nosotros lo pasábamos mal: lo único que esperábamos es que alguien cambiara de tema y se volvieran a reír, que volvieran a ser los mismos de siempre…” 60

En el campo, mientras tanto, los problemas eran vividos con una intensidad y velocidad que no concordaban con su lento y cansino ritmo. El gobierno, había tomado la decisión de acelerar el proceso de reforma agraria al costo que fuera. Su ministro de Agricultura había señalado que ésta debía implementarse de manera “rápida drástica y masiva” con el fin de evitar más inseguridad e incertidumbre. “Mi idea era que todos los cambios estructurales había que hacerlos lo más rápidamente posible….la reforma agraria era un cambio bastante radical en las relaciones de la propiedad de la tierra en las relaciones de los campesinos con la tierra y yo estaba conciente de que ella provocaba un gran temor y rechazo en los sectores tradicionales que habían sido sus dueños, pero estábamos en una democracia y esos sectores habían perdido gran parte de su poder”. 61

La verdad es que para las familias de agricultores, el drama se había iniciado en 1967 bajo el gobierno de Frei Montalva. Fue en ese tiempo, nos cuenta Adolfo, “cuando se abolió en Chile el derecho de propiedad al prohibirse la división, parcelación o hijuelación de los predios superiores a 80 hectáreas. Además, se estatizaron los derechos de aguas, sin indemnización y gracias a la “ley Aylwin”, se autorizó la toma de posesión material del predio expropiado mediante la consignación de una suma que arbitrariamente determinaba la propia CORA, sin posibilidad de reclamo alguno, siendo desalojado de su casa, con la fuerza pública la familia del agricultor. Todo este proceso no sólo fue apoyado por la Democracia Cristiana y la izquierda, sino que también por la Iglesia Católica. De hecho, nosotros vivimos los primeros dramas en 1969 de que estudiantes, campesinos y activistas del campo, nos tomaran el fundo “Venus.”62

Pero sin duda, fue en el tiempo de Allende cuando la situación se hizo caótica e inmanejable y, como tantas otras, la familia de Adolfo no sólo se disgregó completamente, sino que perdió sus tierras: “Mi hermano Andrés que trabajaba con mi papá en la administración de los dos fundos que teníamos, se fue a Estados Unidos en busca de mejores proyecciones, claramente asustado del proceso socialista que se venía encima y mi otro hermano, Carlos Fernando, a Venezuela, donde un tío que ya había sido expropiado en la administración de Frei. Para colmo, María Verónica, que ya estaba casada se fue a radicar con su familia a Argentina. Pero eso no fue todo, en 1971 nos quitaron todo lo que teníamos. Recuerdo la gran tristeza que tuvieron mis padres cuando tuvieron que rematar los muebles de la casa y algunos bienes agrícolas. Para que nos fuéramos de allí y ni siquiera nos quedáramos con la reserva que nos correspondía, fuimos sentenciados a que nos harían la vida imposible. A consecuencia del estrés provocado por este despojo, mi papá sufrió una irreversible trombosis cerebral que tiempo después le causó la muerte.”63

Para Antonio, no es grato recordar ese tiempo. “Desde San Fernando a Pichilemu, teníamos tomas y expropiaciones por todos lados. Paraban banderas aquí, paraban banderas allá y los agitadores los teníamos por todas partes. Julio Sepúlveda, un gran amigo de todos, nos iba a avisar cuando se acercaban. Llegaba en las noches a despertarnos y nos decía: “hoy anunciaron toma”. Entonces con mi mujer salíamos a sacar a los niños en la camioneta Land Rover que servía para movilizarse en el barro y partíamos a Santiago. Fue tanto el trauma que se produjo en estos niños, que eran cabros chicos, tanto el trauma que esas cosas produjeron, que después demoraron años en volver al campo. De los siete hijos, ninguno quiso ser agricultor . Ellos veían con espanto todo lo que pasaba, veían que teníamos que sacar algunas cosas de la casa a escondidas, que nos controlaban día y noche, que alguien nos podía parar en el camino. Fue un período que quisiera borrar de mi memoria.”64

El miedo a ser invadidos en su intimidad y a que le quitaran lo propio se repite invariablemente en el testimonio de los miembros de familias poseedoras de tierras. “ Nuestro campo –cuenta María Paz- fue expropiado ilegalmente y sólo nos dejaron la casa. Quedaron con nosotros un par de trabajadores que se mantuvieron fieles, pero vivíamos todo el día asustados, no sabíamos en que minuto nos vendrían a atacar, a tomarnos la casa. Era la operadora del teléfono la que nos avisaba dónde venían los que se estaban tomando los caminos, para que tomáramos todas las precauciones” 65 Para Esperanza, el tema tampoco es agradable de recordar. “La inseguridad estuvo presente durante todo el período de la Unidad Popular. Nosotros vivíamos del campo y mis papás, desde los 20 años trabajaban en él. Sin embargo sus esfuerzos de toda la vida se fueron al tacho de la basura. Yo los veía llorar y eso me angustiaba. Nos dejaron unas reservas, pero ni siquiera ese pedazo de tierra lo podían dejar para venir a verme a mi y a mi hermana a Santiago, por la amenaza constante de una toma, siempre organizada por afuerinos. Yo estudiaba en el Pedagógico donde el ambiente era fuertemente de izquierda. Allí me hablaban de la explotación del patrón, de sus abusos con los campesinos etc. y yo no lo podía creer!! Había visto por años a mi papá levantarse todos los días a las seis de la mañana, a mi mamá preocuparse de los trabajadores y ellos, que no conocían el campo ni lo habían trabajado, se daban el lujo de teorizar y criticar…” 66

Con el fin de mostrar cómo operaba el sistema expropiatorio, nos detendremos un poco más en el relato de Pablo, situación que por su dramatismo se convirtió en un caso emblemático y nos ahorra otros testimonios. La familia de Pablo tenía campo en Colchagua y el fundo se llamaba Nilahue. “Los incidentes   comenzaron en enero de 1971. Con la elección de Allende, se intensificó la presión sindical y las cosas se pusieron bravas. Una noche, vimos aparecer una camioneta por el camino y al rato devolverse. Y en eso, entra desaforada una señora, relativamente joven, a decirnos que habían raptado a su marido que trabajaba con nosotros. Se habían bajado tres personas y a golpes lo habían metido al auto. El inquilino era muy amigo mío, tenía mi edad o un año menor y se llamaba Miguel Escobar. Partí corriendo y mis hermanos se subieron al auto nuestro y comenzaron a perseguirlos. Hubo una balacera grande, pero lo lograron recuperar. Mis hermanos trajeron a un rehén quien no tardó en confesar todo: uno de sus acompañantes –que había logrado escapar- era el diputado socialista Joel Marambio y lo que querían era raptar a esta persona, a esta específica persona, porque esta específica persona era el jardinero de la casa y querían presionarlo para que les entregara información sobre la familia, de nuestros horarios y todo lo que pudiera servir para la toma que preparaban. Era esa la forma de actuar de los agitadores, pero…nadie se enteraba. Lo peor vino después. Cuando nos dirigíamos a la comisaría a denunciar los hechos, apareció un carabinero, acompañado de un gran despliegue policial a tomar presos a mis hermanos Jorge, Patricio y Juan Ignacio. Antes de ser enviados a la cárcel de Santa Cruz, fueron interrogados y por ahí más de alguien dijo que eso había sido un Tribunal Popular. Estaban todos los jerarcas de la UP de la zona de Santa Cruz, del Intendente para abajo. Mis hermanos estuvieron como 8 días en la cárcel, eso que fueron para allá Víctor García que era senador y Fernando Maturana, diputado y abogado del Partido Nacional. Era un claro anuncio que expropiarían. A mi papá se le vino el mundo encima. Él vivía allá y le iban a quitar lo poco que tenía, con el agravante que soportaba una carga tremenda sobre sus hombros: tres de nuestros hermanos sufrían una enfermedad terrible que los tenía absolutamente limitados. A mi me tocó hacerme cargo de la situación. Me citaron al tribunal de San Fernando para ser notificado de la expropiación. Tenía al Intendente y a una pila de dirigentes frente a mi que comenzaron a sacarme en cara porque teníamos una piscina que en ese tiempo se llenaba con agua turbia de tranque. Siempre forzando a que entregáramos y yo firme en que no lo haríamos. Hasta que a fines de abril hicieron el operativo. Llegó la CORA, el Intendente, los carabineros, más de 20 autos con sirenas. Con una prepotencia tremenda le dicen a mi padre: ‘Venimos a expropiarlo y a desalojarlo de la casa’. Él se sintió mal, comenzó a quejarse de unos dolores terribles y murió esa noche. Se le había reventado la aorta. Tenía 69 años. En el intertanto, los inquilinos defendieron las tierras con sus familias y mujeres, mientras los afuerinos intentaban entrar a ocupar.   Todo esto fue terrible y difícil de olvidar.”67

El funeral del padre de Pablo tuvo efectos políticos como lo tuvieron también el de muchos otros agricultores que murieron defendiendo su propiedad. Joaquín recuerda que al primer entierro que asistió en su vida fue al de “ un agricultor   de apellido Quezada, muerto por la gente de izquierda en una toma. Otra viuda y otros huérfanos, gente de pueblo y señores de cuello y corbata. ‘A estos entierros se viene por razones políticas’, nos explicaron a mi hermano y a mí, mientras avanzábamos por el cortejo. Hubo discursos que el Señor Quezada jamás hubiera tenido si hubiese muerto de una peritonitis. Al lado, unos niños sin papá, sin pequeña propiedad y sin un peso. Llega la hora de meter el ataúd en la tierra, una hija se levanta y mirando la fosa dice: “padre, te vengaré, te lo juro”. Juramentos en camposanto.”68 Mario también asistió a ese funeral. Al agricultor “hermano de Eliana, una niña que protestando por medidas abusivas del gobierno de Allende, llegó un día a caballo a la Plaza de la Constitución.” 69

Los que impulsaron y ejecutaron la Reforma Agraria, no   entendían lo que significaba la tierra para quienes vivían de ella y en ella. Jaime Gazmuri que participó en esos años en el proceso, cuenta que un día un amigo de derecha, le preguntó “¿porque ustedes hicieron todas estas brutalidades?”….y al final me hace una confesión que a mi me dejó helado… “Mira para nosotros la tierra es como la vida”. 70

Y era verdad, para los agricultores, la tierra tiene un significado específico, representa, como dice Rosario Stabili, “el escenario a través del cual toda la familia puede expresarse, no sólo los dueños de la tierra…Es considerada como el espacio privilegiado para darse identidad…”   De allí entonces que las expropiaciones fueron vividas por quienes las sufrieron con enorme intensidad, con el sentimiento de que se ha producido un quiebre irreparable en su universo de valores, de sensaciones, relaciones sociales y rituales. En definitiva como violaciones a la identidad del grupo social de pertenencia . 71

Como señala Jorge Edwards, el nudo de la crisis chilena estuvo en el campo. Él recuerda que estando en la embajada de Chile en Francia, el ex ministro de Agricultura de De Gaulle, le mandó el siguiente recado a Allende: ‘Dígale al presidente que no es demasiado difícil expropiar la industria, pero que con el campo hay que tener mucho cuidado. La expropiación de la tierra, que siempre toca fibras tradicionales y emocionales profundas, es infinitamente más complicada y peligrosa.”72

El ex ministro francés tenía razón. “La herida que causaron – comenta Pablo- nunca podrá sanar, está más allá de la cabeza, es algo más profundo en las personas que la sufrieron. Si alguien hoy día me dijera, eso es lo que hubo que hacer, pasar por todo eso para llegar a la maravilla que tenemos… Pero no fue así… De las cosas buenas siempre quedan huellas, pero de la Reforma Agraria no hay nada, excepto odiosidades y un creciente número de personas que reconocen que fue un monstruoso error.”73

Al final del proceso, la irracionalidad, el odio y el miedo cundió en el campo y la cuidad, sin que nadie pudiera evitar que sus réplicas afectaran la convivencia entre las familias chilenas. Como dice Lucía: “El miedo en esos tiempos se sentía, tenía presencia física y palpable; las personas se miraban con desconfianza, con suspicacia; yo tenía la sensación de que se olían como los perros para saber de qué bando era cual. El miedo a los grupos armados que desfilan militarmente amenazando a la población, el miedo a la violencia, el miedo al golpe, el miedo a no tener alimentos, el miedo a perder la libertad, el miedo a la indoctrinación, el miedo a perder los frutos del trabajo y el esfuerzo, el miedo a ir avanzando paulatinamente hasta quedar en manos de los elementos más radicales, el miedo a estar divididos en bandos irreconciliables, el miedo a la división y a la hostilidad dentro de nuestras propias familias, el miedo a tener que odiar, el miedo a llegar a la convicción dramática que la supervivencia de uno es a expensas de la supervivencia de otro, el miedo a los complejos dilemas morales de las situaciones límites, el miedo a la guerra civil, el miedo al millón de muertos, etc.”74

Sin embargo, a la hora de las evaluaciones, muchos partidarios del gobierno popular, mirando en retrospectiva los acontecimientos vividos, se quedaron con la sensación de haber sido testigos o partícipes de una experiencia extraordinaria y positiva: “Yo no soy de los que dicen: “Ay, qué terrible lo que pasó con la Unidad Popular”, para mí fueron los mejores años de mi vida, los errores que cometimos fueron errores del amor y no errores de temor… Fue una época muy buena para mí, una época de enorme expansión de mis horizontes intelectuales y políticos y de gran aprendizaje. Siempre había sentido un abismo entre mi intelectualismo y el pueblo entre comillas, y de repente todas las normas se estaban rompiendo en pedazos: las normas de cómo organizas tu vida, de cómo organizas tu cuerpo, las normas sexuales, las normas de la familia, todo estaba en el aire. Yo creo que de alguna manera eso es insoportable, la gente necesita estabilidad, normalidad, pero para mí fue una inmensa odisea, un inmenso viaje de descubrimiento de mi mismo y el mundo, y nunca lo voy a olvidar…75

Dicha percepción es compartida, especialmente por quienes se comprometieron activamente en el proceso y recuerdan esa etapa como una aventura enriquecedora: “Los tres años más hermosos de mi vida” (Valentina); “una experiencia de una riqueza incalculable…después de eso, puedo morir en paz.” (Marcelino); “había vida, efervescencia, mucha participación, incluso en las personas de oposición” (May); “siento pena y orgullo…sigo pensando que esa experiencia es válida para la liberación nacional de Chile y América Latina” (Horacio); “fue el sueño del pibe, un proceso que dignificó al hombre en Chile, al ser humano…” (Afuerino); “no reniego ni me arrepiento de lo que hicimos. Siento a lo mejor un poco de tristeza, de nostalgia de haber dedicado tanto tiempo y energías a eso…y de no haber tenido tiempo de haber probado que lo nuestro podía resultar.”(Rodolfo) 76

Tal como se habían dado las cosas, los mil días de la Unidad Popular no habían dejado indiferentes a nadie. Quisiéranlo o no, muchos miembros de familias chilenas que hasta ese momento se habían mantenido en mayor o menor grado distantes del acontecer político sin dejar que éste invadiera su espacio privado e íntimo, tuvieron, por la fuerza de las circunstancias, que salir “puertas afuera” a expresar y luchar por la defensa de sus valores y convicciones. Se vieron obligados a tomar partido porque ahora, para bien o para mal, las decisiones que se tomaban en el ámbito de la política y sus consecuencias, afectaban ya no sólo su vida social sino que la de sus relaciones familiares y cotidianeidad.

Incluso aquellas familias que compartieron el entusiasmo de la aventura revolucionaria, vivieron las consecuencias dolorosas del proceso. Como señala Miguel, “Allende presidió el proceso que destruyó el mundo nuestro. El ambiente cosmopolita, intelectualmente estimulante y económicamente despreocupado en el cual mis padres me dieron el privilegio de crecer. Después de su caída…, la familia de mis padres marchó al exilio en distintos países, un exilio del cual fui el único en regresar.” 77

En las crisis todos sufren y, en el caso chileno, esta máxima se cumplió exactamente.

1 Jorge Edwards. Epílogo al libro de Joaquín García-Huidobro, Desde el otro exilio, Santiago de Chile, Ed. Cuatro Vientos, 2002, Pp. 177.

2 Loreto Rebolledo, Memorias del desarraigo, Santiago de Chile, Ed. Catalonia, 2006, Pp. 16.

3 Ver, Jacques Le Goff, El orden de la memoria. El tiempo como imaginario, Barcelona, Ed. Paidós, 1991.

4 Miguel Orellana B, Alma en Pena, Santiago, Ed. Cuatro vientos, 2002, Pp. 14.

5 Ibíd. Pp. 19.

6 Citado en Philippe Aries y Georges Duby, Historia de la Vida Privada, Buenos Aires, Ed. Taurus, 1987, Pp. 12.

7 Julián Marías, Tratado sobre la convivencia, Barcelona, Ed. Martínez Roca, 2000, Pp. 10.

8 Lucia Santa Cruz. Epilogo al libro de Miguel Orellana B, Alma en Pena, Santiago de Chile, Ed. Cuatro vientos, 2002, Pp. 96.

9 Miguel Orellana B, Alma en Pena, Santiago de Chile, Ed. Cuatro vientos, 2002, Pp. 25.

10 Testimonio de Paulina Dittborn Cordua.

11 Pablo Huneeus, En aquel tiempo, Santiago de Chile, Ed. Nueva Generación, novena edición 2000, Pp. 29.

12 Testimonio de Francisco Balart Páez.

13 Pablo Huneeus, En aquel tiempo, Santiago de Chile, Ed. Nueva Generación, novena edición 2000, Pp. 19.

14 Ibíd. Pp. 26.

15 Miguel Orellana B, Alma en Pena, Santiago, Ed. Cuatro vientos, 2002, Pp. 28, 29.

16 Guillermo Tejeda, Allende, la señora Lucía y yo, Santiago de Chile, Ed. B Chile S.A. 2002, Pp. 105.

17 Roberto Brodsky, Últimos días de la Historia, Santiago de Chile, Ed. B Chile S.A. 2001, Pp. 28.

18 Mónica Echeverría y Carmen Castillo, Santiago/Paris el vuelo de la memoria, Santiago de Chile, Ed. LOM, 2002, Pp. 112.

19 Pablo Huneeus, En aquel tiempo, Santiago de Chile, Ed. Nueva Generación, novena edición 2000, Pp. 28, 29.

20 Patricia Arancibia Clavel, Una Mujer de la Frontera: Carmen Sáenz, Ed. Biblioteca Americana, Santiago de Chile, 2006. Pp. 119.

21 Testimonio de Francisco Balart Páez.

22 Patricia Arancibia Clavel. Entrevista a Álvaro Bardón en Cita con la Historia, Santiago de Chile, Ed. Biblioteca Americana, 2006, Pp. 63.

23 Ver Patricia Arancibia Clavel, Los orígenes de la violencia política en Chile. 1960-1973. Santiago de Chile, Ed. Universidad Finis Terrae, Libertad y Desarrollo, 2001.

24 Joaquín García-Huidobro, Desde el otro exilio, Santiago de Chile, Ed. Cuatro Vientos, 2002. Pp. 3, 4.

25 Esperanza Illanes, entrevista a María Paz Barroilhet, enero 2007. Inédita.

26 Esperanza Illanes, entrevista a Esperanza García-Huidobro Sáenz, enero 2007. Inédita.

27 Constanza Sapag, Clementina Silva Henríquez, Memorias de una Abuela Loca, Santiago, Ed. Copigraf, 2005 Pp. 97

28 Eduardo Boetsch G. H. Recordando con Alessandri, Santiago de Chile, Ed. Universidad nacional Andrés Bello, segunda edición, Pp. 145.

29 Patricia Arancibia Clavel, Conversando con Roberto Kelly, recuerdos de una vida, Santiago de Chile, Ed. Biblioteca Americana, 2005, Pp. 123.

30 Esperanza Illanes. Entrevista a Leonardo Sánchez Elizalde, enero 2007. Inédita.

31 Esperanza Illanes. Entrevista a Victoria Unzurrunzaga Gazmuri, enero 2007. Inédita.

32 Testimonio de Patricia Arancibia Clavel.

33 Pablo Huneeus, En aquel tiempo, Santiago de Chile, Ed. Nueva Generación, novena edición 2000. Pp. 59.

34 Testimonio de Francisco Balart Páez.

35 Fernando Balmaceda del Río, De Zorros, Amores y palomas, Santiago de Chile, Ed. Aguilar, Pp. 378.

36 Carta de Hernán Díaz Arrieta a Luis Vargas Saavedra, 15 de octubre de 1970. En: Chile: cartas con Historia. Santiago de Chile, Ed. Los Andes, segunda edición 1998, Pp. 128.

37 José del Pozo, entrevista a Miguel en: Rebeldes, reformistas y revolucionarios, Santiago de Chile, Ed. Documentas, 1992,  Pp. 149.

38 José del Pozo. Entrevista a Mauro en: Rebeldes, reformistas y revolucionarios, Santiago de Chile, Ed. Documentas, 1992, Pp. 151.

39 José del Pozo. Entrevista a Víctor en: Rebeldes, reformistas y revolucionarios, Santiago de chile, Ed. Documentas, 1992,  Pp. 164.

40 Mario Palestro en la Cámara de Diputados, sesión enero 1971.

41 Pablo Huneeus, En aquel tiempo, Santiago de Chile, Ed. Nueva Generación, novena edición 2000, Pp. 158

42 Carta de Tomic a Allende. En: Chile: Cartas con Historia, Santiago de Chile, Ed. Los Andes, segunda Edición 1998, Pp. 130.

43 Francisca Lyon Valverde, Julieta: una historia de familia, Santiago de Chile, Ed. Bicentenario, 2005 Pp. 227

44 José del Pozo. Entrevista a Vera. En: Rebeldes, Reformistas y Revolucionarios, Santiago de Chile, Ed. Documentas, 1992, Pp. 107.

45 Esperanza Illanes. Entrevista a Victoria Unzurrunzaga Gazmuri, enero 2007. Inédita.

46 Testimonio de Patricia Arancibia Clavel.

47 Testimonio de Francisco Balart Páez.

48 José del Pozo. Entrevista a Vera. En, Rebeldes, Reformistas y Revolucionarios, Santiago de Chile, Ed. Documentas, 1992, Pp. 213.

49 Patricia Arancibia, Una Mujer de la Frontera: Carmen Sáenz, Santiago de Chile, Ed. Biblioteca Americana, 2006. Pp. 126

50 Patricia Arancibia Clavel, entrevista a María de la Luz Quezada, enero 2007. Inédita.

51 Alain Touraine, América Latina, Política y sociedad, España, Ed. Espasa Calpe, 1988, Pp. 106, 107.

52 José del Pozo. Entrevista a Pamela. En: Rebeldes Reformistas y Revolucionarios, Santiago, Ed. Documentas, 1992, Pp. 218

53 Ibíd. 126.

54 Testimonio Patricia Arancibia Clavel

55 Testimonio Francisco Balart Páez.

56 Julián Marías, Tratado sobre la convivencia, Barcelona, Ed. Martínez Roca, 2000. Pp. 123.

57Guillermo Tejeda, Allende, la señora Lucía y yo, Santiago de Chile, Ed. B Chile S.A. 2002, Pp.126.

58 Miguel Orellana B. Alma en Pena, Santiago, Ed. Cuatro vientos, 2002, Pp. 30.

59 Joaquín García-Huidobro, Desde el otro exilio, Santiago de Chile, Ed. Cuatro Vientos, 2002, Pp. 99, 100.

60 Ibíd. Pp. 105, 106.

61 Patricia Arancibia Clavel, entrevista a Jacques Chonchol en Cita con la Historia, Santiago de Chile, Ed. Biblioteca Americana, 2006, Pp. 112.

62 Esperanza Illanes. Entrevista a Adolfo Illanes. Enero 2007. Inédita.

63 Esperanza Illanes. Entrevista a Adolfo Illanes. Enero 2007. Inédita.

64 Patricia Arancibia Clavel. Entrevista a Antonio Molfino. Santiago, 28 de abril del 2000

65 Esperanza Illanes. Entrevista a María Paz Barroihelt. Enero 2007, Inédita

66 Esperanza Illanes. Entrevista a Esperanza García-Huidobro. Enero 2007, Inédita.

67 Patricia Arancibia Clavel. Entrevista a Pablo Baraona Urzúa, Santiago de Chile, 21 de marzo del 2000.

68Joaquín García-Huidobro, Desde el otro exilio, Santiago de Chile, Ed. Cuatro Vientos, 2002. Pp. 103

69 Patricia Arancibia Clavel. Entrevista a Mario Arnello. Santiago de Chile, 25 de marzo del 2000.

70 Patricia Arancibia clavel, Cita Con la Historia, Editorial Biblioteca Americana, Santiago 2006, Pp. 425.

71 Maria Rosaria Stabili. El sentimiento Aristocrático Elites Chilenas Frente al Espejo 1860-1960,

Santiago de Chile, Ed. Andres Bello, 2003. Pp 45- 46

72 Epílogo de Jorge Edwards. Joaquín García- Huidobro, Desde el otro exilio, Santiago de Chile, Ed. Cuatro vientos, 2002.  Pp. 178.

73 Patricia Arancibia Clavel. Entrevista a Pablo Baraona U. En: Cita con la Historia , Santiago de Chile, Ed. Biblioteca Americana, 2006, Pp. 131

74 Epilogo de Lucía Santa Cruz. Miguel Orellana, Alma en pena, Santiago de Chile, Ed. Cuatro vientos, 2002. Pp. 96

75 Patricia Stambuk. M. Chilenos For Export, Relatos de Vida Cáp. Ariel Dorfman, Sin puestos en la mesa, Santiago de Chile, Ed. Argua limitada, 2005. Pp. 20.

76 José del Pozo. Rebeldes Reformistas y Revolucionarios, Santiago, Ed. Documentas, 1992, Pp. 289

77 Miguel Orellana, Alma en pena, Santiago de Chile, Ed. Cuatro vientos, 2002. Pp. 7.

Bibliografía

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