Diario La Segunda
La Segunda
4.12.2008
No me sorprendieron para nada los dichos del comandante general del Ejército peruano, Edwin Donayre. De una u otra manera expresan lo que los chilenos siempre hemos sabido: ¡Qué difícil es dejar atrás el pasado para quienes han sido vencidos! El tiempo no ha logrado cicatrizar en la memoria colectiva del Perú las heridas provocadas por una derrota sufrida hace más de un siglo y las palabras de ese jefe militar sólo reflejan la impotencia y el resentimiento provocados por una amarga derrota.
Seamos realistas. Aquella situación no va a cambiar; a no ser que Perú, aplicando una política de Estado, asuma de una vez por todas su condición. Hay claros ejemplos en la historia que demuestran que esto es posible. Pensemos, para no ir muy atrás, en Japón y en Alemania: habiéndose rendido, siguen siendo pueblos respetados y dos grandes potencias. Pero todo indica que los peruanos prefieren seguir autoflagelándose a aceptar la realidad.
Dadas a sí las cosas, nosotros también debiéramos asumir que incidentes como el que comentamos seguirán ocurriendo con igual frecuencia que en el pasado. Y en el corto plazo irán haciéndose más intensos, hasta que dentro de unos seis años se dicte sentencia en La Haya. En ese momento, si los derechos chilenos son reconocidos, Perú desatará una tormenta… y las relaciones se pondrán mucho más tirantes. Tenemos experiencia sobre el particular.
Frente a este escenario, ¿cuán debiera ser la actitud de Chile?
En primer lugar, mantener la serenidad. Esto significa no sentirse obligado a responder cualquier provocación, más aún si viene de un personaje que ha dado suficientes muestras de su extravagancia. Si el gobierno peruano quiso tenerlo a cargo de su ejército, ¡allá ellos!
En segundo término, no improvisar. Debiéramos tener preparado un arsenal de respuestas diplomáticas para neutralizar estos exabruptos.
En tercer lugar, debiéramos implementar una política más proactiva, destinada a convencerlos de que la Guerra del Pacífico es un capítulo cerrado; que son falsos los afanes expansionistas que nos suponen, y, que estamos dispuestos a defender la intangibilidad de los tratados que hemos suscritos sin apartarnos del derecho. En otras palabras, son ellos los llamados a demostrar que son capaces de autocontrolarse. Por último; que una confrontación bélica es el peor negocio para ambos pueblos, por lo hay que evitar jugar con fuego.
Lo importante, a fin de cuentas, es el futuro. Debiéramos, por tanto, seguir adelante con las medidas de integración económica, manteniendo al mismo tiempo una política de puertas abiertas en materia de inmigración. Tenemos que potenciar lo que nos une y no ahondar en aquellos asuntos que nos separan. La razón debe estar sobre la pasión.
Dicho lo anterior, ahora que se está disipando el polvo levantado por el affaire Donayre, cabe pedir respuesta a ciertas interrogantes.
¿Cómo fue posible que un acto social del alto mando peruano haya sido grabado y subido a Internet? ¿Quién lo hizo? ¿Con qué intención? ¿Fue una pequeña venganza interna para hundir al general o una decisión consciente tomada por una autoridad para crear una situación conflictiva con Chile? ¿Funcionaron correctamente los canales diplomáticos normales para poner el hecho en su justa dimensión? ¿A quién se le ocurrió en Santiago pedir la renuncia del personaje de marras?
Debiéramos sacar lecciones de este bochornoso incidente. La primera que se me ocurre es que, como dice el dicho popular, “a palabras necias, oídos sordos.”
Patricia Arancibia Clavel