1879: la triste realidad de la Armada chilena al iniciarse la Guerra del Pacífico

Blog Corral Victoria

PAC

Al momento de estallar la guerra del Pacífico, las Fuerzas Armadas chilenas carecían de una organización militar racional y de la preparación suficiente para enfrentar un desafío de la magnitud del que se avecinaba.

En líneas generales después de Portales los distintos gobiernos habían mostrado una clara falta de previsión en materias de defensa nacional, de la cual no había sido una excepción la administración de Aníbal Pinto. El pacifismo americanista, la falta de recursos y el temor al militarismo habían influido en mayor o menor grado en el ánimo de los gobernantes y de la clase política en general, los que no mostraron mayor preocupación por todas las necesidades de las instituciones armadas. De hecho “apenas se conformaron con mantener la vetusta organización militar que venía imperando desde los días de la independencia, con una que otra reforma complementaria…”. Tanto el Ejército como la Marina eran instituciones destinadas a salvaguardar la seguridad interior, sin que existiera coordinación entre ellas ni menos una política de defensa consistente.

Al iniciarse el conflicto, la Armada  dependía  del Ministerio  de Guerra y Marina, ejercido por el general Cornelio  Saavedra. El comandante  general de Marina – actual   comandante  en jefe de la Armada era un civil, Eulogio Altamirano,  quien cumplía también las funciones de intendente  de Valparaíso. De él dependían directamente  los buques de la Escuadra y por razones económicas  se había eliminado el cargo de jefe de la Escuadra, el Arsenal de Marina y la Oficina Hidrográfica. Los fondos con que la Armada funcionaba  eran proporcionados por el Ministerio,  quien a su vez los solicitaba al Congreso. Con ellos debía cubrir los gastos de infraestructura,  abastecimiento,  mantenimiento,  transporte  y sueldos  del personal.

La falta de previsión y de recursos frente a lo que se venía se hizo evidente cuando se iniciaron las primeras operaciones. Sólo estaban en condiciones de operar los blindados Blanco Encalada y Cochrane; las corbetas de madera Chacabuco y O’Higgins,  la cañonera Magallanes y el vapor Toltén. La Esmeralda  estaba en pésimas condiciones después de sufrir el temporal de 1875 y estaba de pontón en Valparaíso y la Covadonga estaba fuera de servicio. Ambas necesitaban carenas radicales.

 Estos buques, como señalaba el ministro de Guerra, eran los mismos que desde hacía años formaban las fuerzas navales de la República. El largo servicio que muchos de ellos habían prestado, los había hecho sufrir bastante en sus condiciones de buques de guerra; y la severa economía que se había introducido en el presupuesto del ramo a causa de la situación aflictiva de las rentas públicas, no había tampoco permitido hacer en ellos las reparaciones necesarias para mantenerlos en buen estado. Así, cuando  se iniciaron las hostilidades de las repúblicas vecinas, no sólo no se habían ejecutado las reparaciones aludidas, sino que la mayor parte de los buques de la Escuadra estaban desarmados, manteniéndose a bordo únicamente la gente que era indispensable para atender a su cuidado y conservación. Incluso el Blanco y el Cochrane presentaban dificultades en su andar por la cantidad de adherencias en sus cascos.

En cuanto al personal se encontraban en servicio activo setenta y dos oficiales de contralmirantes a tenientes segundos, cuarenta y ocho guardiamarinas, diez cirujanos, nueve contadores y treinta y ocho ingenieros. La marinería estaba conformada por novecientos sesenta y tres hombres, a todas vistas insuficientes para hacer frente a la grave situación que se avecinaba.

Fue  ésta la realidad  con  que  se encontró  Juan Williams Rebolledo el 13 de marzo de 1879, cuando con el grado de vicealmirante asumió la comandancia en jefe de la Escuadra. La falta de una autoridad que velara de cerca por el adiestramiento de los buques y que uniformara criterios entre los comandantes  había provocado a bordo cierto desconcierto  sobre los acontecimientos que se veían llegar, obligando al gobierno a tomar esta medida. Williams, con sus cincuenta y cuatro años, era muy respetado por la oficialidad. Formado en la escuela de Lord Cochrane, la captura de la Covadonga en Papudo durante la guerra con España le había dado mucho prestigio y se le reconocían grandes dotes de marino.

Categorías
Entradas recientes